“La historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: Por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será”. – Eduardo Galeano.
En agosto del año pasado se consumó el proceso de renovación de los Consejos y Comités Ejecutivos Estatales, así como del Consejo Nacional de Morena. Hipotéticamente la renovación tuvo que materializarse en el año 2018. Fue pospuesta ante una petición expresa del hoy Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, en el último Congreso Nacional partidista en el que estuvo presente; donde solicitó se considerara la posibilidad de realizar las asambleas de renovación un año después, es decir en el 2019.
La asamblea de manera unánime accedió.
Desafortunadamente no se logró el relevo en el año proyectado. Disputas judiciales internas, hasta hechos violentos con armas de fuego, impidieron que fuera así. Aunado a las eventualidades causadas producto de la pandemia, que aún mantiene estragos en todos los rincones del mundo.
Fue hasta el año pasado, 2022, que pudo consumarse la tan anhelada y necesaria renovación de las dirigencias partidistas. Este hecho dio un vuelco total en la forma organizativa, así como en los procesos de selección de representación política. Morena dejó de ser el movimiento social, para convertirse en el partido del poder. La trascendencia ahora de la herramienta política se da entorno a la función estricta de ganar elecciones.
Sin pretender hacer juicio de valor alguno, expresando una visión descriptiva, morena ahora es un partido que tiene por finalidad mantener el poder. Al final, esa es la esencia de cualquier partido político. La toma y mantenimiento del poder. Los cambios estructurales deben generarse en el interior del sistema político.
La forma es fondo. Morena cambió su mantra partidista.
Previo al 2018 se leía por debajo del logo el lema “la esperanza de México”. Ahora morena es el partido de la “unidad y movilización”.
¿Cuál es el alcance del nuevo mantra? La “unidad” podría relacionarse con la “disciplina” que caracterizaba al añejo partido de estado. Donde todos cerraban filas independientemente de la legitimidad de los procesos internos; el partido estaba por encima de cualquier aspiración personal. Sin importar la transparencia, o no, de los procesos, había que comer aire y aceptar con sonrisa de gratitud el nulo aseo de las contiendas internas.
Quien no mantenía la unidad era llamado traidor.
Así lo hizo el partido de estado por ejemplo con Porfirio Muñoz Ledo y el Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas; cuando decidieron abandonar su partido por diferir con la forma en que se ejecutaban los procesos internos.
Ante la inconformidad de los procesos, el propio Presidente de México lo hizo también, cuando le impidieron participar por la gubernatura de su natal Tabasco; sin considerar que tenía un impulso auténticamente popular y de prioridad hacia los más desfavorecidos.
En cuanto a la “movilización”, es un término que debe interpretarse literalmente: en lenguaje electoral, el acto de movilizar es referente a la capacidad de guiar en todo el proceso a las personas para sufragar el día de la elección. Incluyendo el hecho de llevarlos en medios de transporte para garantizar que sea efectuado el voto.
Lo anterior nos da por resultado una radiografía de fácil interpretación: los representantes de morena en los comicios venideros serán aquellos que se disciplinen en la unidad y que garanticen la movilización. Indudablemente el sector desfavorecido en sus aspiraciones serán los militantes de base. Aquellos que lo único que tienen para ofrecer es la saliva que han derramado durante años en el brigadeo.
Ahora nos encontramos en un dilema, puesto que, como hacía mención en la entrega pasada, el año 2018 llevó parcialmente al pueblo al poder. Numerosos militantes de base accedieron a la toma de decisiones. La realidad nos mostró que muchos de ellos al día siguiente de tomar protesta le dieron la espalda al pueblo; buscando en su actuar diario el afianzamiento de su posición en la clase política, por encima de dar firmeza al proyecto de nación.
Más allá del gran e irrepetible Presidente de México que tenemos, es menester cuestionarnos que es lo mejor para el desarrollo general de nuestro partido. ¿Políticos profesionales? ¿Militantes de base, que tienen por añoranza convertirse eventualmente en políticos profesionales? O un auténtico relevo generacional; cuadros que cumplan con el rol propio que amerita la profesionalización del servicio público y la técnica legislativa, y a su vez; mantengan dosis altas de ideología, compromiso y de conciencia ante el momento histórico que vivimos como nación.
¿Existen esos cuadros? ¿Los tenemos?