Este 20 de enero de 2025 marca un día histórico con la segunda llegada de Donald Trump al cargo de presidente de Estados Unidos, convirtiéndose en el número 47 en la lista. Regresa tras haber sido exmandatario y haber enfrentado un juicio por falsificación de registros comerciales, para imponerse con una de las victorias más contundentes contra los demócratas en tiempos recientes. Una escena que, en apariencia, podría formar parte de una epopeya moderna.
Sin embargo, la clave de su victoria no radica tanto en sus méritos como si en los errores evidentes de sus contrincantes. Los demócratas se encargaron de acumular una lista de desaciertos que abrieron la puerta a su regreso. Entre ellos, el manejo del conflicto en Ucrania, el respaldo incondicional a Israel pese al intento de genocidio hacia el pueblo palestino, los escándalos que rodearon a Hunter Biden, la debilitada campaña de Kamala Harris y el evidente declive cognitivo del ahora expresidente Joe Biden, fueron factores clave que sin duda pavimentaron el camino para una derrota electoral rotunda.
En cuanto a sus propuestas, el magnate trae pocas novedades: endurecer su postura contra China, declarar una emergencia de seguridad nacional en la frontera sur, calificar a los narcotraficantes como terroristas para combatir la crisis de adicción a los opioides, fomentar un proteccionismo económico mediante aranceles y reducir el apoyo financiero a los aliados europeos en el marco de la OTAN.
No obstante, lo que si generó mayor preocupación es el tono imperialista que ha adoptado recientemente. Declaraciones sobre adquirir Groenlandia, controlar el Canal de Panamá y renombrar el Golfo de México como el "Golfo de América" han causado revuelo internacional. Incluso ha insinuado que Canadá debería ser parte de Estados Unidos. Estas ideas, más propias de un juego de mesa que de la diplomacia moderna, han dejado su marca, especialmente en el primer ministro canadiense Justin Trudeau, quien anunció su renuncia hace solo algunos días.
Aunado a ello, el contexto mundial requiere una seriedad que Trump no parece poseer. Con conflictos activos en varias regiones y una economía global frágil, su estilo impulsivo podría exacerbar las tensiones. Además, se observa una preocupante campaña internacional de corte derechista que, junto con figuras como Elon Musk y el uso de plataformas como Twitter, reducen debates políticos muy serios a la profundidad de un charco. Llegaron al poder, individuos que claramente, no tienen un conocimiento profundo de las complejidades políticas para enfrentar los desafíos actuales.
Por otro lado, muchas de las medidas propuestas por Trump podrían ser contraproducentes como bien lo dijo Claudia Sheinbaum hace algunos días. Por ejemplo, el proteccionismo económico y los aranceles en un mundo tan globalizado podrían impactar negativamente a los consumidores estadounidenses. La industria automotriz, por ejemplo, podría ver un aumento en los precios si se priorizan los autos fabricados en Estados Unidos sobre los mexicanos, aunque se trate del mismo producto, pero ensamblado en diferentes ubicaciones y pasaría lo mismo con casi cualquier producto importado que tentativamente llevaría en su precio final, el elevado costo de la mano de obra estadounidense.
También existe el riesgo de un debilitamiento en las relaciones internacionales. La retórica agresiva de Trump hacia los aliados europeos y la posible reducción de apoyo en la OTAN podría generar desacuerdos de los que aún no somos del todo conscientes de sus implicaciones en bloques esenciales para la estabilidad global.
Del mismo modo, su desinterés y constante negacionismo científico frente a temas como el cambio climático podrían agravar una de las crisis más urgentes de nuestra época. Recordemos que, en su mandato anterior, Trump minimizó la gravedad del COVID-19 y para este periodo prometió designar a figuras controvertidas como Robert Kennedy Jr., conocido por su postura negacionista sobre las vacunas y sus teorías conspirativas contra la industria farmacéutica. Un discurso que ha ganado tracción más por la crisis del sistema de salud estadounidense que por su fundamento en la realidad.
La gran interrogante es si Trump cumplirá cabalmente esta larga lista de promesas y proclamas que ha desplegado durante meses de campaña, ya que su estilo de gobernar se asemeja más a las negociaciones empresariales que a las formas diplomáticas. Ya en su primer mandato, muchas de sus amenazas quedaron en simples gestos teatrales, mueve agendas a través del marketing político pero rara vez las aterriza con verdadera contundencia. En ese sentido, su política parece más bien tratar de alterar la opinión pública a su favor, pero en la realidad no se percibe como una estrategia coherente o funcional.
De cara a su nueva administración, quizá lo más prudente sea observar con escepticismo, evitando alarmarse por sus declaraciones. Al fin y al cabo, Estados Unidos es un país soberano que, en muchos aspectos, parece haber abandonado la racionalidad como eje rector. Por ello que aunque las palabras de Trump puedan ser motivo de controversia o asombro, no deberían dictar el pulso de una comunidad internacional que enfrenta retos cada vez más complejos y que demandan algo más que titulares sensacionalistas, ya que, en última instancia, lo que prevalecerá no será la propaganda, sino los hechos concretos que logre materializar—o no— en su regreso a la Casa Blanca.