La defensa del maíz nativo no es un capricho como lo plantearon los panistas, sino una necesidad histórica para garantizar la diversidad biocultural y la seguridad alimentaria de futuras generaciones. Frente a discursos simplistas que minimizan su relevancia, es imperativo recordar que la lucha por el maíz es también la lucha por la soberanía nacional.
La grandeza de nuestro país es reconocida y galardonada por muchas razones, entre otras por su patrimonio biocultural. El aporte de México al Sistema Alimentario Mundial, representa el 15% de las especies alimentarias que forman parte de la cultura global, es decir, somos centro de origen y domesticación de cultivos clave en la formación identitaria y cultural del mundo. Ejemplo de esto es el jitomate, que actualmente es la hortaliza número uno a nivel internacional por su importancia económica; otro ejemplo es el cacao, que fue domesticado a partir de las labores culturales de los pueblos olmecas y mayas, es decir, ellos realizaron las mejoras morfológicas que dieron lugar al cacao como lo conocemos actualmente. Sin embargo, aún por encima de estos valiosos cultivos, el maíz es considerado el mayor de los orgullos. Bien se ha defendido que "sin maíz no hay país".
Si planteamos la pregunta: ¿qué tan importante es el maíz en México?, difícilmente tendríamos el argumento suficiente para abarcar en su totalidad una respuesta digna que dimensione los largos procesos de intercambio y selección natural que ocurrieron a lo largo del territorio nacional.
Tomando en cuenta lo anterior, escuchar los argumentos simplistas que vertió Ricardo Anaya en el Senado cuando se discutían nuevas disposiciones sobre los artículos 4 y 27, resulta no solo ofensivo, sino que ilustra el paradigma a partir del cual se modificaron las leyes y que beneficiaron por décadas los intereses de empresas como Monsanto.
Sin embargo, gracias a que el pueblo decidió que era tiempo de una Cuarta Transformación, hoy estas luchas no solo se llevan a punta de machete desde los surcos del campo mexicano (pues es necesario reconocer que la herencia del PRI y el PAN mantiene aún vigente la lucha campesina en defensa de la tierra, el agua y la seguridad alimentaria), sino que hoy también toman voz en el pleno del poder legislativo. Enfatizo sobre esto, porque hace doce años escuchar un discurso de un bloque parlamentario que priorizara la agricultura tradicional o la bioculturalidad por encima de la lógica de mercado, era completamente inexistente. Sin la presencia de estas ideas el grupo hegemónico de prianistas tuvo todas las posibilidades de impulsar reformas que lastimaron el desarrollo nacional, como fue la reforma energética en 2013.
En el debate actual escuchamos al PAN nuevamente intentar vulnerar la soberanía al minimizar el tema de la defensa de las cincuenta y nueve razas de maíz nativo, con un argumento simplista sobre la eficiencia productiva, que cabe señalar, no sólo depende de la semilla sino de muchos otros factores ecológicos, tecnológicos y sobre todo económicos.
Es evidente que la bancada del PAN no conoce el campo mexicano ni la estrecha relación que existe entre cada especie de maíz y el uso gastronómico específico que da lugar a icónicos platillos que han posicionado a México en el tercer lugar en el ranking de gastronomía mundial.
Hace falta recordarle a los panistas que el maíz mexicano es producto de la "ciencia del huarache", como diría el Dr. Efraím Hernández Xolocotzi, con una importancia biocultural difícil de dimensionar con precisión, pero que se ilustra en los mitos fundacionales de México y en la gastronomía nacional. Basta con reconocer que las tlayudas oaxaqueñas solo pueden obtenerse con el maíz bolita, que el pozole es elaborado con maíz cacahuacintle, o que el maíz palomero, una botana mexicana que se ha internacionalizado, se elabora a partir de algunas variedades como el maíz palomero toluqueño.
Es necesario proteger la riqueza biocultural y la soberanía alimentaria, sobre todo en el actual contexto de tensión geopolítica con el país vecino. Esto es lo que está en riesgo: la historia de México. El maíz transgénico no debe permitirse en ninguna de sus formas y esto debe sostenerse desde la Constitución para que las políticas públicas de transición agroecológica avancen con certeza jurídica.