El 1 de enero de 1994 el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) tomó las armas en Chiapas desafiando al gobierno priísta de Carlos Salinas de Gortari y a las políticas neoliberales que marcaron la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Hoy, 30 años después, el impacto de este movimiento sigue resonando en la historia política y social del país, así como en la lucha global contra el neoliberalismo.
El levantamiento zapatista se dio en un contexto de creciente desigualdad, marginación y explotación de los pueblos indígenas y campesinos. Con demandas que exigían tierra, justicia, democracia y autonomía, el EZLN no solo denunció las condiciones de opresión en el sur de México, sino que también abrió un frente crítico contra el modelo económico neoliberal impulsado por el TLCAN. Este tratado, según los zapatistas, consolidaba la subordinación económica de México frente a Estados Unidos, amenazando la soberanía nacional y agudizando la precariedad de las comunidades rurales.
Desde su fundación en 1983, el EZLN surgió como una organización armada y política en las profundidades de Chiapas, apoyada principalmente por comunidades indígenas. Su liderazgo colectivo, estructurado a través del Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI), marcó un modelo único de organización basado en la cosmovisión y las tradiciones de los pueblos originarios.
Tras 12 días de conflicto armado en 1994, la presión de la sociedad civil logró detener el enfrentamiento entre el EZLN y el gobierno federal. Este cese al fuego permitió el inicio de negociaciones que culminaron en los Acuerdos de San Andrés en 1996, donde se reconoció la importancia de los derechos y la autonomía indígena. Sin embargo, estos acuerdos no se implementaron plenamente, lo que llevó al EZLN a establecer sus propias estructuras autónomas, como Los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno en 2003. Estos espacios han funcionado como ejemplos vivos de autogestión, promoviendo la educación, la salud y la justicia comunitaria.
El EZLN no solo fue el primer movimiento antineoliberal del mundo, sino que también inspiró a diversas luchas subalternas a nivel global. Su modelo de autonomía desafía las lógicas hegemónicas del Estado y el capital, proponiendo alternativas que valoran las formas de vida indígenas y campesinas. Además, el zapatismo ha dejado un profundo legado teórico y práctico sobre la importancia de reconocer y respetar la diversidad cultural y la autodeterminación de los pueblos originarios.
No obstante, las críticas y debates en torno al alcance del zapatismo persisten. Algunos analistas cuestionan si el EZLN ha logrado construir un bloque social suficientemente amplio para transformar las condiciones fuera de las comunidades zapatistas. Sin embargo, su capacidad para resistir durante tres décadas, pese a las adversidades externas, es un logro innegable.
A 30 años de su levantamiento, el EZLN sigue siendo un símbolo de resistencia y dignidad para los pueblos originarios de México y para los movimientos sociales alrededor del mundo. Su propuesta de autonomía y su lucha por una vida digna continúan inspirando a quienes buscan alternativas frente a las dinámicas opresivas del sistema global. En un contexto donde las desigualdades persisten, el zapatismo permanece como un recordatorio del poder de la organización comunitaria y la resistencia colectiva.