
Sudán enfrenta un genocidio silencioso, apenas mencionado en los medios internacionales y con escasos pronunciamientos de la comunidad global. Se trata de una crisis marcada por el odio político, el extremismo religioso, los conflictos étnicos y los intereses sobre los recursos naturales del país, que dividen a la nación africana. Un indicio de este genocidio puede verse en tomas satelitales donde se muestran fosas comunes, cuerpos, y pueblos devastados.
La ONU ha calificado la situación en Sudán como “la peor crisis humanitaria actual en el mundo”. Desde el inicio de la guerra civil en 2023, se han registrado más de 150 mil muertes, 13 millones de desplazados internos y 4 millones de refugiados. La situación más crítica se vive en El Fasher, capital de la región de Darfur del Norte, actualmente bajo control de las Fuerzas de Apoyo Rápido (Rappid Support Forces).

El conflicto tiene raíces profundas. Aunque el enfrentamiento actual es entre el Ejército de Sudán y las RSF, su origen se remonta a la caída del presidente Omar al-Bashir, derrocado en 2019 tras una revolución popular. De ahí surgió un gobierno de transición que nunca logró consolidar la democracia y derivó en la disputa entre Abdel Fattah al-Burhan, jefe del Ejército, y Mohamed Hamdan Dagalo “Hemedti”, líder de las RSF.

Entender el conflicto en Sudán implica remontarse a décadas de inestabilidad provocada por la intervención colonial europea, por parte del Reino Unido, y egipcia, hasta la independencia de Sudán en 1956, múltiples golpes de Estado y una profunda división étnica y religiosa en el país.
Omar al-Bashir gobernó Sudán durante casi 30 años, tras derrocar al primer ministro Sadiq al-Mahdi en 1989. Durante su mandato se desarrolló una guerra civil con la población del actual Sudán del Sur, que finalmente se separó en 2011, siendo el país mas joven del mundo, debido a diferencias étnicas, religiosas y por el control de los recursos petroleros.
Las RSF surgieron en 2013 a partir de milicias árabes vinculadas al conflicto de Darfur, inicialmente apoyadas por el propio régimen de al-Bashir. Con el tiempo, este grupo acumuló poder militar y político, y en 2019 cercó Jartum, la capital, para derrocar al presidente.

En 2023, estalló la guerra en Jartum, capital de Sudán, entre ambos antiguos aliados del gobierno de transición, lo que derivó en un enfrentamiento abierto. A dos años del inicio del conflicto, las consecuencias son devastadoras: las RSF controlan gran parte del oeste del país, en la frontera con Chad y Libia.
La situación actual reportó en su peor día más de 2 mil homicidios en menos de 48 horas, con asesinatos y matanzas incluso en hospitales por el control de la ciudad de El Fasher. La ONU ha denunciado actos de limpieza étnica, en un país marcado por su compleja diversidad: religiosa (musulmanes, cristianos y religiones originarias), étnica (poblaciones de ascendencia árabe y africana), y política, dividida entre quienes apoyan al ejército o a las RSF.

El vocero adjunto de la Secretaría General de la ONU, Farhan Haq, describió la “situación temible” que enfrentan millones de niños, mujeres y jóvenes: hambruna, violencia sexual sistemática, reclutamiento forzado, hambruna generalizada y extrema violencia. Más de 25 millones de sudaneses necesitan ayuda humanitaria urgente ante el colapso de la economía y la producción agrícola.

El éxodo continúa. Millones huyen de la violencia ejercida tanto por el ejército como por las RSF, que ocupan aldeas para expandir su territorio mediante armas, violaciones masivas y el exterminio de rivales políticos, etnias no árabes o civiles que se niegan a obedecer.
Lo más grave es el exterminio de civiles, un proceso que se remonta al año 2000, cuando Omar al-Bashir intentó sofocar a las etnias no árabes de Sudán. Las milicias yanyawid, origen de las actuales Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), protagonizaron entonces el primer genocidio del siglo XXI en Darfur, región que exigía la descentralización del poder.

Las atrocidades han quedado registrado en imágenes satelitales, similares a las que pueden observarse en Google Earth, donde se distinguen pueblos arrasados, manchas de sangre y presuntas fosas comunes. Estas evidencias fueron publicadas en noviembre por el Laboratorio Humanitario de la Universidad de Yale.
Pero Sudán es más que un país en guerra civil, también es un territorio codiciado, El conflicto también está alimentado por intereses económicos: potencias regionales financian a las facciones. los recursos de Sudán: petróleo, oro y la estratégica salida al mar Rojo rumbo al Canal de Suez, que involucra a potencias como Estados Unidos, Irán y Egipto, este último con vínculos directos con el Ejército sudanés mientras que Emiratos Árabes financia facciones del RSF a cambio de oro de acuerdo con reportes.

La tregua humanitaria impulsada por el llamado ‘Cuarteto’: Estados Unidos, Egipto, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, busca un alto al fuego para permitir la entrada de ayuda internacional; la RSF aceptó, pero el Ejército la rechazó, y ningún acuerdo ha prosperado.

Mientras millones enfrentan hambre, violencia y desplazamiento, ni la Unión Africana, ni la Unión Europea, ni el Consejo de Seguridad de la ONU han ejercido la presión necesaria para frenar la guerra., porque hoy el genocidio más brutal del siglo XXI avanza en silencio, sin que el mundo se atreva a detenerlo.
