La corrupción en México sigue siendo un cáncer que corroe las estructuras del poder, los mercados y la confianza ciudadana. Por mucho que algunos pretendan restarle gravedad o minimicen su impacto, los efectos son devastadores. No solo afectan a la política o a la administración pública; también han permeado en el sector privado, donde las malas prácticas pueden distorsionar mercados, disuadir inversiones y, lo que es peor, perpetuar un ciclo vicioso de desconfianza e impunidad. Por eso, la reciente puesta en marcha del micrositio CEO Pledge Anticorrupción, impulsado por Pacto Global México y la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), es una luz en el túnel, aunque no debe ser la única.
En un contexto empresarial global, la corrupción no solo es un acto ilegal, sino una barrera que impide el crecimiento, la competitividad y, sobre todo, la sostenibilidad de las organizaciones. Las empresas que participan en esta iniciativa están dando un paso en la dirección correcta, reconociendo que la responsabilidad social corporativa no es solo una cuestión de imagen, sino de integridad genuina. Y es que el rol de la alta dirección, como señalan tanto Mauricio Bonilla como Kristian Hölge en la presentación del micrositio, es crucial. La ética debe venir desde arriba; si los líderes no predican con el ejemplo, difícilmente pueden exigirlo de sus colaboradores o socios comerciales.
El micrositio, que ya cuenta con el respaldo de 14 empresas, es una plataforma que busca consolidar un compromiso firme de las empresas mexicanas en la lucha contra la corrupción. Esta propuesta es una invitación directa a los CEO’s a formalizar su postura, a firmar un compromiso que tiene un solo fin: erradicar las prácticas corruptas que entorpecen el desarrollo empresarial y el bienestar social. Y, aunque la cantidad de empresas adheridas aún es modesta, no se puede negar que su ejemplo puede generar una replicabilidad que marque una diferencia.
Lo relevante de este proyecto es la mirada a largo plazo que propone. Como señaló Bonilla, el objetivo es enfrentar la corrupción desde un enfoque propositivo, no reactivo. Las empresas no deben esperar a que la corrupción las toque para actuar; deben prevenir, formar a sus equipos, e integrar la ética y la transparencia en todos los niveles. De ahí que esta iniciativa no solo se limite a firmar un documento, sino a crear un ecosistema de colaboración, de confianza mutua, en el que el sector privado se vea comprometido con la sostenibilidad y el respeto a las reglas del juego.
Pero la pregunta sigue abierta: ¿será suficiente? Para que esta iniciativa tenga un impacto real, el compromiso debe ir más allá de las palabras y la firma de un acuerdo. Las empresas que se suman a este compromiso deben asegurarse de implementar acciones concretas en su día a día: desde auditar sus procesos internos, hasta evaluar a sus proveedores y clientes bajo un prisma ético. Asimismo, deben abogar por marcos regulatorios más estrictos que garanticen que las prácticas corruptas no solo sean prevenidas, sino también sancionadas de manera ejemplar.
El sector privado, como bien apunta UNODC, debe reconocer su corresponsabilidad en la construcción de un México libre de corrupción. Y es que las cadenas de valor no son solo un conjunto de empresas interconectadas; son un reflejo de cómo funciona la sociedad en su conjunto. Si las grandes empresas se comprometen con la transparencia, generarán una cultura empresarial que, ojalá, se filtre en cada rincón del tejido productivo nacional.
Al final, la lucha contra la corrupción no es solo una cuestión de política pública o de ética individual, es una batalla que debe librarse colectivamente, desde todos los sectores. Iniciativas como CEO Pledge Anticorrupción son valiosas, pero el verdadero reto será que no se queden solo en el papel o en una web, sino que se traduzcan en cambios tangibles que transformen el ecosistema empresarial mexicano en uno más transparente, más ético y, sobre todo, más justo.