• SPR Informa
  • SPR Informa
  • SPR Informa
  • SPR Informa
  • SPR Informa
  • https://www.sprinforma.mx/noticia/torbellino
  • hace 11 horas
  • 15:12
  • SPR Informa 6 min

Torbellino

Torbellino

Por Milo Montiel Romo

Ella volteó y viéndolo un poco de lado, acercó su mejilla a su hombro derecho y sonrió, con una sonrisa larga y asintió lo suficiente para que esa cabellera negra y crespa cayera un poco de lado para enmarcar ese gesto que él recordó hasta que desapareció en el tiempo. 

M caminaba cada mañana los 12 pasos que separaban la plancha de mármol negro donde se apoya la cafetera de la mesa, donde un poco de polvo, dos floreros y recibos de servicios se acumulaban. El gato soñoliento, lo veía sentado, como sientan los gatos, desde el único sillón de una sala que nunca se completó.

Era como si esperara que él recordara sacar de la alacena, una de esas latas de comida que le encantaban, pero no, M pasó de largo y se sentó. Cuando el felino vio que nada era para El, bostezó desenfadado y se dispuso a continuar su sueño.

M jaló la silla y se sentó, apoyó los codos en la mesa y tomó con las dos manos la taza, dio un sorbo y sonrió. La recordaba como un golpe de agua de mar, de esos que te arrollan, y mientras el agua te rodea, pierdes la noción de arriba y abajo y giras sin control hasta que te lanza a la playa, un poco mareado, con el estómago y el pelo revuelto y con la dignidad maltrecha.

Uno queda ahí, tratando de tomar aire y sabiendo que viene la siguiente, como puede se levanta y sale caminando con una sonrisa que no entiende que pasó y que sólo tiene la certeza de haber sido arrollado por una fuerza incontrolable que, esperaba que sólo le mojara los tobillos.

M sonreía, mientras la luz del sol se colaba por una ventana cubierta por una cortina traslúcida blanca y el vapor del café acariciaba su cara. El reloj por ahora no importaba. El tiempo se detuvo hace tiempo para convertirse en un continuum discreto y silencioso por el que M deambulaba, entre el café del medio día, un par de libros y la certeza de que ella no fue sólo un anhelo en su vida.

M la conoció un día, perdida como él. Un poco rota como él, sonriente como poca gente. Con su crucifijo de plata y vestido de playa que utilizaba en una ciudad que presume de tener todo, hasta que alguien como ella, camina con un vestido que le grita al mundo que está en medio de un conjunto de cerros áridos de donde los gobiernos expulsaron por decreto ríos, canales, lagos y el sueño de un espejo que reflejaba en sus aguas a la luna. Ella, como si lo conociera, lo besó en la mejilla y avanzó, llena de confianza y él no supo que hacer o decir. Ella caminó y se sentó, sonrió y llenó el espacio.

Mucha gente no entiende esa costumbre de los mexicanos de besar o fingir un beso con cualquier desconocido a manera de saludo. Es raro, pero se acercan los rostros, se chocan las mejillas derechas y se hace el sonido del beso. Nunca se besa de verdad a menos que, de verdad, los besantes tengan un vínculo que lo amerite. Mientras, el beso falso es inofensivo, nadie se enamora, nadie sufre, nadie añora, nadie recibe promesas de amor o traiciona, u olvida. 

M la siguió con la vista y no supo de qué forma se acercó y se sentó frente a ella. La había esperado toda su vida. No a ella, sino a todas ellas que siempre estaban ahí, inalcanzables. Hablaron de cualquier cosa y rieron de otras que en el instante se convirtieron en olvido, sin embargo, esas risas se confundieron con el recuerdo y la ensoñación. M supo que el mundo quiso detenerse ese día, no pudo, no lo intentó, pero lo quiso.

 Y M, con su taza fría en la mano, dejó de sonreír pues la añoranza lo impedía y lo lloró.

M, se levantó de su silla, caminó con su pijama gastada, cubierta por una bata que un día fue beige y que ya no tenía el cinto que debió de sujetarla cerrada. Arrastró unas sandalias que era difícil sujetar con los dedeos debido al estorbo que provocaban los calcetines. 

Dejó correr los dedos por la superficie de aluminio de la mesa hasta que la mano encontró el abismo que significaba el fin de la mesa, caminó hasta tocar la siguiente mesa y después la otra y la otra. La falta de vista no lo detenía, conocía perfectamente el lugar. Desde hace años nada se movía, no había nada nuevo. El aire, los ruidos, los reflejos al tacto de las superficies de muebles y muros, todo era igual día con día.

Hace tiempo sólo deambula por aquí en el silencio que vive en la oscuridad. Hace tiempo que dejó de argumentar que ella existía, que corrió detrás de ella; que se sentaba a verla brillar como una estrella que se pudo robar; que deambulaba con ella por la ciudad planeando un futuro en una ciudad que sería destruida por la guerra. Dejó de hablar de su sonrisa delgada, larga y eterna que nadie de la gente que lo rodeaba nunca vio.

No estaba ahí por anhelar volver a verla, oírla, sentirla, no, estaba ahí, en un mundo puesto en pausa por querer salir a una ciudad en ruinas para atravesarla e ir al sur donde existieron los canales acuíferos de la ciudad. 

Quedó condenado a vestir el pijama y esa horrible bata por haber escapado y exponerse a los gases que la tierra contaminada por las bombas producía y por ello haber perdido la vista. Se sumió en la añoranza de esa mujer que era un torbellino y que lo hizo desear ser más joven para poder ser el motivo para ella volteara hacia dónde él estaba.

M, quien con la vista y el encierro perdió su nombre soñaba con ella fumando y sentada con los pies arriba del asiento del carro. Con su piel de jaguar que se veía a través de la piel de la pierna, con sus dedos delgados que mudaba sus uñas como una gata. 

Soñaba con esa mujer de sonrisa fácil y con un pasado de dolor que no eclipsaba el deseo de vivir, de volar, de fundirse con la música y con el sol. Soñaba con el mundo que existió hasta que la guerra llegó y destruyó el mundo y la vida. Que sumió a la humanidad en una paz derrotada, sin sentido, donde se castigaba la melancolía. El mundo desapareció y él se resignó a sentarse y esconder una sonrisa furtiva detrás de una taza de café, mientras añoraba un mundo y un amor que desapareció en la locura de un pasado prohibido.