Horas después que el presidente de la República dio a conocer los 20 puntos del Plan General de Reconstrucción y Apoyo a la población afectada en Acapulco por el Huracán Otis, quizá el más devastador en los últimos años, la comentocracia que primero se lanzó en contra del mismo mandatario por supuesta “negligencia” e “incapacidad” del gobierno federal frente a la emergencia, ahora plantea de manera nada sutil la “inutilidad” de apoyar a uno de los puertos históricos más importantes del país.
En su programa La Hora de Opinar, de Televisa, Leo Zuckerman, lanzó la siguiente pregunta:
“¿Vale la pena reconstruir Acapulco?”.
Y su esbozo de argumento fue: “si seguimos metiéndole dinero a Acapulco con el cambio climático…”.
Horas después, en la misma televisora, el vocero de la quintaesencia de la ley del más fuerte y de la “mano invisible” del mercado que arregla todo, volvió a la carga en el programa Tercer Grado:
“Acapulco es la décima ciudad más violenta del mundo…¿De verdad vale la pena reconstruir Acapulco? El problema es que Acapulco ya está en decadencia. El modelo de turismo ya cambió radicalmente”.
Al ver que su pregunta provocadora no tuvo eco en los otros participantes, Zuckerman ya no quiso insistir en el argumento de Acapulco como prescindible y costoso por el cambio climático, por la criminalidad, por la inocultable crisis en la que sumieron al puerto los mismos modelos de depredación neoliberal que el analista nunca mencionó.
Este 2 de noviembre, en las páginas de Milenio Diario, Héctor Aguilar Camín, argumentó con más elegancia, pero no con menos mezquindad la “condena” de Acapulco:
“Antes de Otis, Acapulco ya era la la décima ciudad más violenta del mundo: 66 homicidios di arios. Estaba drenada por el crimen en todas sus variedades, espeicalmente en la de sus gobiernos locales: complicidad, impotencia y las dos…
Una vez más, el argumento de que Acapulco está “condenado” porque el Estado ha sido rebasado por la criminalidad. Sin datos duros o elementos de análisis sólidos, Aguilar Camín repite las barbaridades del amarillismo telegénico para afirmar:
“Si alguna experiencia tenías las fuerzas armadas de México era su atención a los desastres naturales. No las hemos visto cumplir eso en Acapulco”.
¿No las hemos visto? Quizá el autor de La Guerra de Galio no ha querido ver más allá de sus fobias o prejuicios, pero es muy claro que el despliegue de más de 19 mil elementos del Ejército, de la Guardia Nacional y de la Marina han refrendado su enorme experiencia y entrenamiento para atender un desastre de esta magnitud a través del Plan DNIII y del Plan Marina.
Que el señor Aguilar Camín no lo quiera ver, eso es otra cosa, pero resulta grotesco que estos y otros representantes de la intelectualidad lancen frases llenas de desprecio y de falta de análisis elemental.
La reconstrucción y reinvención de Acapulco es indispensable por razones elementales de humanismo, de solidaridad, de sustentabilidad y de visión de Estado y, por si fuera poco, porque esta bella bahía no sólo sirve para que analistas exprés vomiten sus prejuicios o repitan los desplantes del mundo financiero al que quieren agradar sino porque es un deber de toda la nación apoyar a los más débiles en los momentos más difíciles.
Este principio humanista, por supuesto, no les importa a la hora de opinar.