Como sabemos, el modelo de hoteles todo incluído se paga por anticipado. Se trata de complejos turísticos que suelen estar ubicados en espacios naturales cerca de playas o en medio de la montaña. Cuentan con instalaciones mucho más amplias que un hotel convencional, ofrecen actividades recreativas y soluciones de transporte; por lo que se consideran experiencias de viaje completas en las que el cliente, llegado el día de sus vacaciones soñadas, sólo tendrá la obligación de disfrutar del lujo y la extravagancia de la aventura ofrecida. Sin embargo, hay una configuración de este modelo hotelero en el que la mente del consumidor se ve afectada por una manipulación subconsciente.
Sus orígenes se remontan a los 30’s en Inglaterra, eran Camps Clubs situados en grandes fincas que brindaban comida y diversiones por un solo precio, sin incluir el costo de las bebidas, (¿les suena a un Day Pass?). Con la Segunda Guerra Mundial frenó su evolución y fue retomada por Gerard Blitz en la década de los 50’s; solo que ahora, la idea era eliminar cualquier tipo de cargo adicional. Pronto el concepto se empezó a desarrollar en Jamaica, reproduciendo el modelo por todo el Caribe.
Regresando a las maniobras que se realizan a efecto del consumismo hotelero, tenemos el concepto “all”, es decir, supone la inclusión de un “todo”, lo cual crea una expectativa que orienta nuestra psique a esperar que cada una de nuestras necesidades sean resueltas. Es cierto que los all inclusive satisfacen el alimento, la bebida, techo, diversión y hasta el anhelado reconocimiento en redes sociales (al poder tomar decenas de selfies en las hermosas instalaciones y la comida gourmet). Sin embargo, el entorno se hace absolutamente propicio para jugar con nuestra mente.
Hay una lógica de coste-oportunidad. Te hacen sentir que te conviene: le ganas al sistema en el momento en que te ponen todas las alternativas enfrente y no queda más opción que servirse, ¿esto no suena como una obligación a deleitarse de todo lo que se nos ofrece en bandeja de plata?
Entonces surge una consecuencia lógica a la premisa impuesta: ¿qué pasa si no aprovechamos? Probablemente, el sentimiento de culpa nos va a corroer por no estar comiendo lo suficiente o no beber lo necesario para sacar el máximo provecho, o bien, sentirnos incómodos porque tendremos que faltar al espectáculo nocturno porque decidimos ir a cenar al restaurante gourmet cuyo horario es a la misma hora del show: es aquí donde estaremos defraudándonos a nosotros mismos por no disfrutar de lo que ya pagamos.
Puede suceder también que deliberadamente resolvamos atragantarnos y emborracharnos. Se ha demostrado en estudios que al tercer día se empieza a sentir culpa tras atiborrarse de alimentos y por tanto, disminuíremos la ingesta.
Todo lo gratis o todo incluido nos va a interesar porque nos va a exigir menor esfuerzo cognitivo, lo cual disminuye nuestra libertad de elección.
Este tipo de lugares ofrecen muchas opciones, es cierto, y es cuando sucede otro truco en el que te hacen creer que tienes la voluntad de decidir, pero en realidad hay una paradoja de elección, como la llama la neuróloga Alexia de la Morena, en la cual, el efecto psicológico que provoca es que elijamos entre las opciones existestentes, no porque nos convenzan al 100%, sino porque es lo que hay.
Los all inclusive son sistemas diseñados para planificar el ocio, creando una ilusión en la que puedes elegir entre una bastedad de opciones, sin embargo, te agendan en qué momento debes comer, qué entretenimiento debes consumir, a qué hora deben pasar por ti, etc., y todo con el fin de evitar el pensamiento.
Esta narrativa de las cadenas hoteleras envuelve nuestra mente en un sistema de estímulos infinitos. En el momento en que se nos presentan tantas opciones, se genera también una carencia que debes llenar pagando un costo adicional por un atractivo extra. Esto intensifica la decepción y frustración. Buy Chang Hun explica que el fenómeno termina en una fiebre compulsiva, descontento y tristeza, que se oculta, muchas veces, llenándonos de fotografías para frenar la sensación de que algo falta.