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  • hace 2 días
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La provocación

La provocación

Por Rodrigo Ávila Carrasco

El asesinato cobarde de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, es una provocación del narco que por un lado lastima a la sociedad y después capitaliza la indignación e infiltra al movimiento social.

Es un esquema aparentemente nuevo en México, pero muy usado por la delincuencia organizada en Colombia durante los últimos 30 años.

Es importante ver cómo, por un lado, la víctima abanderaba la causa del endurecimiento de las medidas contra la delincuencia y, por otro, el movimiento social desatado por el crimen ocurrido apela sólo consignas políticas.

En vida, Manzo aclaraba que su postura respecto al combate al narco no lo colocaba como opositor a la Presidenta Sheinbaum. Con el gobernador tenía un trato cordial e institucional y con las Fuerzas Armadas una relación de colaboración.

En cambio, en las calles de Michoacán lo que se vocifera es odio no contra los delincuentes sino contra las autoridades.

La turba enardecida ha sido orientada a agredir las sedes de los gobiernos. Al momento, han sufrido los embates el Palacio de Gobierno del estado, el de Apatzingán fue incendiado y, en el colmo de la incongruencia, las oficinas del alcalde Manzo también fueron destruidas por la muchedumbre.

Aquí se puede apreciar un planteamiento táctico que llama la atención: las comunidades más castigadas por la violencia del narco son asediadas ahora por la violencia de las protestas. El caso del Palacio Municipal de Uruapan se presta para diversas interpretaciones. ¿Qué caso tiene violentar las oficinas de la víctima por parte de una masa que se asume como doliente por el crimen? ¿A quién beneficia la irrupción directa y la destrucción de archivos y mobiliario?  

Por otra parte, el joven que intentó leer un manifiesto en medio del ataque al Palacio de Gobierno de Michoacán no exigió medidas más fuertes contra los grupos delincuenciales, intentó manifestarse contra el alza de impuestos y delineó algunas consignas puramente políticas. Ningún ataque a la delincuencia. En lo que parece un ajuste de cuentas se piden renuncias de funcionarios públicos, no detenciones de presuntos delincuentes.

¿Por qué? ¿A quiénes les conviene el caos?

De acuerdo con analistas colombianos, la forma de proceder del narco ante los movimientos sociales es infiltrarlos y encauzarlos para generarse control territorial y realizar ajustes de cuentas a sus adversarios.

Durante décadas, el narco en México encontró en el anonimato y la paz social una herramienta para poder trabajar sin sobresaltos. Sin embargo, luego de la Guerra contra el Narco, impulsada por el panista Felipe Calderón, halló en el caos y la violencia un instrumento para afianzar su fuerza y multiplicar sus ganancias económicas.

En este sentido apunta el asesinato contra Manzo y la violencia social provocada por este crimen. En una jugada de dos bandas, el narco busca enfrentar a la sociedad con la autoridad y al mismo tiempo obligar al gobierno a comenzar una escalada de violencia.

¿Por qué? Porque los años dorados del narco fueron los años de Felipe Calderón y García Luna. No solo porque la guerra tuvo un efecto inflacionario en el costo de las drogas, lo que multiplicó sus ganancias económicas, sino porque ganaron notoriedad cultural.

Con Calderón el narco dejó de ser una industria exclusiva de las drogas y comenzó a expandirse a la moda, la televisión, la música y el cine. El narco dejó de ser un delincuente y se transformó en un antihéroe, en un modelo alternativo de muchos jóvenes que, o se integraron a las filas de la delincuencia, o dejaron de censurar sus actividades y comenzaron a verlos con admiración.

Quienes se asumen como “voces críticas” ahora parecen olvidar el sexenio de Calderón y sus horrores, pero quedan para la memoria las palabras pronunciadas por el alcalde Manzo en sus intervenciones en la Cámara de Diputados donde denunciaba el envilecimiento de Michoacán provocado por el panista Felipe Calderón.

En este sentido, la oposición tratando de lucrar con la desgracia, reclama el asesinato del alcalde y olvida las masacres donde cientos, tal vez miles de personas perdieron la vida, durante sus gobiernos. Ahora condenan la violencia que ellos provocaron, nostálgicos de sus años en el poder donde otros perdieron la vida, mientras ellos se llenaron los bolsillos, como consta en innumerables investigaciones periodísticas que hoy, gracias al caos y la rabia, están en el olvido.

Ahora se dice que “antes éramos un país chingón”. ¿Cuándo? ¿Cuando comunidades enteras vivían el terror? ¿Cuando las desapariciones de personas se convirtieron en noticias de todos los días? Hay que tener tantita memoria y mucha, pero mucha vergüenza.