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  • 29 Mar 2024
  • 10:03
  • SPR Informa 6 min

La historia de un carpintero  

La historia de un carpintero  

Por Uziel Medina Mejorada

Han transcurrido varias semanas trabajando con maderas, semanas cortando lijando, cepillando, clavando, pegando, nivelando. Al compás de la lija una canción hace eco en la memoria, la historia de un carpintero. 

Como cada año, alrededor del mundo hay una semana que invita a hacer una pausa para recordar la historia de un carpintero que, sin tomar la sierra en la mano, cortó la historia de la humanidad en antes y después de su aparición en el planeta. Esa historia, muchas veces contada de manera superficial, esconde infinidad de símbolos que evocan el devenir humano, la conexión de la humanidad con su origen divino. 

San Juan Apóstol comienza a contar la historia del carpintero como el Verbo, la Palabra viva, el significante. Estaba en el principio, siendo el Absoluto, Absoluto por el cual todo fue hecho. Y esa Palabra que llamó todo a existencia se hizo carne y habitó entre nosotros. Su arribo al plano terrenal fue entre tablas; en un pesebre, dentro de una familia artesana practicante del oficio de la carpintería.

Aquel carpintero se volvió un Maestro, no como cualquier maestro de la ley, sino que sus enseñanzas traspasaron las normas políticas, sociales y religiosas impuestas hasta ese momento, y como Absoluto hecho carne, predicaba un Reino ajeno al plano terrenal, pero ilustrado con artes y oficios tan terrenales que incluso tomaban distancia de la aristocracia, mismo estrato rechazado por el mismísimo Rey que no nació en palacio.     

Aquellas ilustraciones (parábolas) estuvieron centradas, sobre todo, en la clase trabajadora: el reino del cielo es como un comerciante en busca de perlas de primera calidad; el reino del cielo es como un propietario que salió temprano por la mañana con el fin de contratar trabajadores para su viñedo; el reino del cielo es como la levadura que utilizó una mujer para hacer pan; el reino del cielo es como un agricultor que sembró buena semilla en su campo; el reino del cielo es como una red para pescar, el buen pastor su vida da por sus ovejas… agricultores, ganaderos, panaderos, pescadores, artesanos, comerciantes; trabajadores. 

¿Alguna vez nos preguntamos por qué escoger la vida del artesano en lugar del aristócrata? ¿Por qué carpintero? Quizá la pertinencia alegórica de la madera, un material tan duro como frágil, tan imperfecto y tan fino. ¿Cómo pasar de un simple montón de palos a una pieza de diseño? Cortando, lijando, tallando, cepillando, clavando. 

Contrario a lo que muchas veces se ha pregonado desde los púlpitos, como el evangelio condenatorio que manda a todo mundo al infierno por la imperfección de la conducta, o el otro extremo del pensamiento mágico que enseña a lograr una vida sin obstáculos manifestando infinidad de caprichos, el Maestro carpintero enseñó que la vida no está libre de obstáculos, que no hay vidas perfectas, pero que la vida humana es susceptible de ser transformada. 

Víctor Frankl, padre de la logoterapia, propone, entre otras cosas, a través de “el hombre en busca del sentido”, partiendo de su experiencia en el Holocausto, que la probabilidad de sobrevivir radica en encontrar una razón para vivir, que el amor es el fin último de la vida, que las tareas inconclusas y el sacrificio le dan sentido al dolor y a la vida. 

Si la vida humana fuese como la madera ¿Podría encontrar el sentido mientras se duele al ser cortada, lijada, cepillada, tallada y clavada? Pero al carpintero no le bastó con emplear sus manos para darle forma a esa madera llamada alma, el alma humana, sino que a sí mismo se hizo pasar como uno más de esas metafóricas piezas de madera; él mismo, habiendo clavado la madera en otro tiempo, fue clavado en la madera. 

El sufrimiento de la cruz, desde esa perspectiva ofrecida por Frankl, dotó de sentido a la pasión del carpintero llamado el Cristo. Siendo el Absoluto, se hizo a sí mismo lo que Heidegger habría de llamar dasein, un ser ahí, un ser eyectado en el mundo, un ser para la muerte, y en esa muerte, cambió el sentido del dasein.   

Si la existencia humana está marcada por la angustia, las manos del carpintero le han dado una forma a esas tablas que están ahí, no sin atravesar el dolor que inflige la herramienta, pues la transformación no es mágica, pero tampoco siendo objeto de desecho. 

¿Será que duele reconocerse a uno mismo frágil? ¿Será que raspa la noción de no tener control sobre la vida? ¿Será que cala la angustia de la realidad confrontada con la vanidad? Y entonces aparece la cruz, un par de tablas formando una intersección, el plano vertical y el plano horizontal se encuentran y desaparecen las jerarquías; el Cielo se encontró con la Tierra y la humanidad se reencontró con la divinidad. 

¡Cuál trascendente es la historia del carpintero que le ha sido motivo de descanso al obrero en su jornal! Ahí radica la relevancia de la historia del carpintero; su última obra en la madera le hizo saber al mundo que la vida humana no está destinada al desecho, sino a la trascendencia. A los pies de la cruz todo sistema de dominación es cortado de la vida del individuo, toda culpa es removida de la superficie de esa tabla de madera; toda vida humana es una pieza única de un diseño perfecto, un diseño que lleva por marca la imagen y semejanza del Absoluto.