Actualmente hay una atmósfera espesa que está contaminando el ambiente social en nuestro país, no sólo en las redes sociales, sino que se manifiesta en actos concretos, en agresiones verbales y físicas, en gritos de desprecio, en humillación y, lo más atroz, en crímenes de odio. En las últimas semanas, una sucesión de hechos ha estremecido la conciencia colectiva: una extranjera blanca en una colonia de la Ciudad de México, desatando su furia clasista y racista contra trabajadores operativos; el extranjero en nuestras playas o en ciudades como Mérida y Oaxaca, creyéndose con derecho a vejar a la gente originaria de estos lugares, a quienes además considera inferiores por su origen o su oficio. Desafortunadamente, dado el clima político mundial, podemos decir que estas no son anécdotas aisladas, son los síntomas lastimosos y visibles de un mal aún más profundo, que involucra también el recrudecimiento de los crímenes de odio contra las personas LGBTTTI en diversos estados del país. Crímenes, racismo y clasismo, son caras de la misma moneda perversa: la materialización de los discursos de odio.
La Organización de las Naciones Unidas ha dicho con claridad que los discursos de odio son la antesala de crímenes atroces, porque no nos enfrentamos sólo a las palabras, sino a formas de ver el mundo, a posturas ante la otredad, cuya base son la intolerancia, el desprecio, combustibles que enardecen la hoguera de la violencia. En México, estos discursos han encontrado altavoces peligrosamente amplificados. Figuras mediáticas, políticos de partidos conservadores y empresarios muy buenos para lanzar ataques verbales a mujeres, personas LGBTTTI, pero muy malos para pagar lo que nos deben al pueblo de México; estos personajes están imponiendo una narrativa, a base de mentiras y desinformación, que demoniza la diversidad, la inclusión, a poblaciones históricamente violentadas: mujeres, personas migrantes, morenas, indígenas, personas LGBTTTI, grupos que simplemente exigen existir con dignidad. Personajes como Lilí Téllez o Gabriel Quadri y sus posturas abiertamente anti derechos de las personas LGBTTTI, no son meras opiniones; hechos como los ocurridos cuando el papá del alcalde de Miguel Hidalgo amenazó con un cuchillo a trabajadores del Gobierno que sólo hacían su trabajo o los discursos viscerales y plagados de maldad, de Alazraki y otros semejantes; son arquitectos activos de un clima de hostilidad que permea el tejido social. Sus palabras, sus actos, repetidas hasta la saciedad en ciertos medios y replicadas como mantra en redes, normalizan el desprecio y allanan el camino para la agresión.
Sin embargo, es preciso decir que estos discursos no son exclusivos de nuestro país; por desgracia, estamos ante un fenómeno internacional, que forma parte de una estrategia muy bien calculada por la derecha más radical y neofascista, para capitalizar el odio e intentar reconquistar espacios de poder. Su avance se pone de manifiesto en la Argentina de Milei, donde el odio como herramienta política ha escalado a niveles alarmantes; en España, con la banalización del discurso xenófobo y excluyente de Vox; en el corazón mismo de Estados Unidos, donde la sombra de Trump y su retórica incendiaria sigue causando estragos en su país y en otras partes del mundo. Estamos ante un modelo que se copia y se adapta: identificar chivos expiatorios, inventar enemigos a los cuales culpan de las crisis económicas y sociales, para distraer y no reconocer que la derecha cuando gobierna, arrasa con la igualdad, así como sembrar miedo, generar divisiones en la sociedad entre "nosotros" (los buenos, los legítimos) y "ellos" (los amenazantes, los indeseables). México es otro campo de batalla en esta guerra global, quizá definitoria, por imponer una visión del mundo regresiva, excluyente y violenta.
Ante esta oleada creciente de resentimientos e intolerancias, la acción colectiva se vuelve una tarea imprescindible. Es fundamental nombrar al monstruo sin eufemismos. No podemos permitir que estos discursos se disfracen de "opinión polémica" o "libertad de expresión". Hay que llamarlos por lo que son: discursos de odio, generadores de violencia. Otra acción imperativa es desmontar públicamente sus falacias, mostrar sus vínculos con agendas políticas oscuras y económicas específicas.
La batalla definitiva, sin embargo, tiene que librarse con una visión a largo plazo, que camine con pasos firmes y que logre permear en la conciencia colectiva. Combatir los prejuicios, estigmas y estereotipos desde la raíz, promover el respeto a la diversidad de pensamiento, la diversidad cultural y sobre todo la pluralidad, es un poderoso antídoto contra el odio, que siempre se basa en miedos infundados y retóricas alarmistas y desinformadoras.
Los discursos de odio no son abstractos; socavan el tejido social, violentan la integridad física de las víctimas, laceran la salud mental, siembran miedo para crear chivos expiatorios y, en su expresión más extrema, arrebatan vidas. Frente a la barbarie del odio que se difunde, la resistencia organizada de la conciencia, la defensa inquebrantable de la igualdad y la construcción incansable de un país donde el "nosotrxs" sea tan vasto e incluyente como la propia humanidad. El silencio, hoy, es otra forma de violencia. Es hora de alzar la voz, todas las voces, antes de que se cumpla la demoledora sentencia de que “Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí, no había nadie más que pudiera protestar.”