En la antigüedad entre las muchas pruebas que le podían hacer a un individuo para medir su estado mental había una que consistía en pedirle que hiciese un surco en la tierra ayudado por una vara. A partir de cómo lo hiciera determinaba su capacidad y aquel que no pudiese trazarlo de modo correcto se le tachaba como “delirium”. Delirio proviene del latín de-lirare que significa, “salirse del surco al labrar la tierra”.
Hoy, Marcelo Ebrard sale del surco de la política mexicana, no porque el surco esté mal trazado, sino simplemente porque está en la dirección errada. La manera abrupta en la que Marcelo se condujo en la etapa final del proceso interno de Morena para elegir candidato presidencial de esa formación política es solo un síntoma más de una larga carrera marcada principalmente por dos rasgos: la deuda y la soberbia.
El excanciller, tal vez nostálgico del dedazo presidencial, pensó que el presidente López Obrador lo elegiría por la conveniencia de su perfil (centrista para algunos o acomodaticio para otros) o bien, por una deuda añeja. Ebrard posiblemente usó el sacó de “el sucesor natural” del presidente, tras haber considerado que contaba con un expediente de lealtad y experiencia lo suficientemente robusto. Marcelo lo respaldó en 2006 y en 2012 en la contienda presidencial, pero fue desde antes, cuando Ebrard posiblemente confeccionó la supuesta deuda que López Obrador contrajo con él.
Tras la salida de Manuel Camacho Solís (su mentor) del priismo al no resultar electo como sucesor de Carlos Salinas de Gortari en 1994, tanto Ebrard como Camacho, tomaron distancia de la clase gobernante, algo, por cierto, inusual para ambos. Marcelo desde muy joven forjó su trayectoria política a punta de entender las dinámicas e inercias de las élites partidistas y burocráticas del país. Cabe mencionar que de la mano de Camacho en los ochenta llegó al Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (IEPES) del PRI en 1981 para la campaña de Miguel De la Madrid. Una vez que resultó electo de la Madrid, llegarían a la Subsecretaría de Desarrollo Regional, en Programación y Presupuesto.
Sin embargo, para finales del siglo, ambos no serían nada más que damnificados de la sucesión presidencial. Ebrard se convirtió en diputado federal por el Partido Verde en 1997, siglas que dejaría al poco tiempo para enarbolarse como independiente y dedicó su tiempo a la formación del Partido de Centro Democrático, fuerza política que creó con Manuel Camacho para contender a la presidencia y al gobierno capitalino en el 2000. En la antesala de las elecciones deciden apoyar a López Obrador en la contienda para Jefe del entonces Distrito Federal. “¿Sabes qué? Te vamos a ayudar a ti aunque nos cueste todo lo que hemos trabajado en el PCD…()…Y fue entonces cuando ocurrió uno de los momentos más importantes en mi carrera política reciente: decliné mi candidatura a favor de Andrés Manuel López Obrador”, apunta Ebrard en su libro, “El camino de México”. En aquella elección López Obrador ganó la elección en la ciudad por poco más de cuatro puntos porcentuales frente al panista Santiago Creel.
Estos dos momentos marcarían su carrera, el primero, por la ruptura tras su salida del salinismo y el segundo, el de la negociación ante su apoyó a López Obrador. Así, la vida política reactivaría a Ebrard y le daría una segunda oportunidad, esta vez de la mano de otro Manuel.
A lo largo de la carrera de Ebrard, tal como lo hizo Camacho en su momento en el grupo compacto salinista, mantuvo un sentimiento de superioridad frente a los demás, lo que llevaría desde luego a subestimar a los demás y, por ende, a sobreestimarse. Ebrard, tal vez no vio al lopezobradorismo como el proyecto político que articulaba la demanda de transformación política, económica y social del país, sino más bien, solamente como un vehículo para redimirse.
El delirio supone una cierta perturbación, o bien, un tipo de enamoramiento con lo absurdo. Marcelo ha saltado a la irrelevancia política obnubilado por el autoengaño ayudado por la trampa de la adulación de su entorno inmediato.
El legado de Ebrard no será una política pública exitosa, un discurso memorable o un trabajo dedicado al Estado sino una cuenta de Tik Tok que será manual de publicistas dedicados a la comunicación política sobre la disonancia entre la realidad terrenal y la realidad virtual.
Su errática campaña y su triste desenlace es el reflejo también de la derrota de una manera de hacer política que al parecer ya no encuentra cabida en la actualidad o por lo menos de momento, en la cuarta transformación.