Dos tipos de discriminación: el racismo y la condescendencia

Hoy que han sido plasmadas en la Constitución Mexicana disposiciones que garantizan derechos a los pueblos y comunidades indígenas, me permito compartir algunas consideraciones sobre el tema y particularmente en torno al concepto racismo.

En el escenario contemporáneo, la lucha por los derechos de los pueblos y comunidades indígenas se ha convertido en un tema central. Sin embargo, al analizar el discurso en torno a esta problemática, se hace evidente que existen dos tipos de posturas: aquellos que practican un racismo abierto y sin tapujos, y aquellos que, aunque se presentan como defensores de derechos, adoptan una postura de condescendencia que oculta un profundo desprecio hacia las culturas indígenas.

Los primeros, celebran su prejuicio. Su discurso es directo, un rechazo explícito a la diversidad, que se traduce en actitudes de exclusión y desdén. Este racismo, aunque atroz, es claro y visible, lo que permite que la sociedad lo reconozca y, en ocasiones, lo combata.

Por otro lado, encontramos a quienes se autodenominan "aliados". En su afán por ayudar, crean un discurso que, aunque parece empoderador, se basa en una concepción de superioridad. Al enfatizar la diferencia entre "ellos" y "nosotros", establecen una narrativa en la que los indígenas son retratados como víctimas que necesitan salvadores. Este enfoque, aunque revestido de buenas intenciones, perpetúa un ciclo de discriminación, al sugerir que solo a través de la intervención externa pueden encontrar un camino hacia la dignidad y el reconocimiento.

Ambos discursos, a su manera, enfatizan la diferencia. Mientras que el primero se alimenta de la exclusión, el segundo lo hace de la condescendencia. Así, aunque los aliados a menudo se consideran antítesis de los racistas, en realidad comparten una visión que reduce a las comunidades indígenas a meras caricaturas de necesidad. Esta dinámica revela un desprecio oculto, en el que el apoyo se traduce en paternalismo, despojando a las comunidades de su agencia y su capacidad de autodeterminación.

El enemigo se identifica porque es diferente a todas las características que debe tener un representante medio de una especie. En la Edad Media se denominaba integritas a la característica fundamental de la belleza; “es decir todo lo que se requiere para ser un representante medio de una especie, por lo cual, entre los humanos serán feos los que carecen de un ojo, tienen una estatura media o un color deshumano”.

Umberto Eco reflexionó teóricamente sobre este énfasis en la diferencia que se convierte en común denominador de ambas posturas. La identificación de las diferencias en el otro plantea un reconocimiento de las similitudes en el “nosotros”. En ese sentido, encontrar al “otro”, al “enemigo”, “es importante no solo para definir una identidad, sino para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores”.

Es fundamental reconocer que la lucha por los derechos indígenas no debería basarse en la creación de un nuevo tipo de superioridad. Necesitamos un diálogo genuino que reconozca la igualdad, donde las voces de las comunidades sean escuchadas y respetadas. En lugar de asumir un rol de salvador, debemos ceder el micrófono y permitir que sean ellos quienes definan sus propias narrativas y necesidades. Es decir, tener interloución con el otro; entenderlo, ponerse en su lugar.

La verdadera lucha por la justicia social implica desmantelar tanto el racismo abierto como las formas sutiles de discriminación. Solo así podremos avanzar hacia una sociedad más inclusiva y respetuosa, donde la diversidad no sea vista como una carga, sino como una riqueza compartida. Vale la pena detenernos y pensar si alguna vez hemos practicado el racismo en alguna de sus formas sutiles; muy probablemente sí.