Argentina y Bangladesh, identidad común a través de la resistencia.

Miles de almas cubiertas de blanco y celeste desbordan en hábito de celebración y alergia por la victoria de la selección Argentina. Marchan al jovial unísono de regocijo por multitudes. Cientos de motociclistas, cual furiosa colmena, fluyen y ensordecen colosalmente al espectador mientras gloriosos engrandecen el pabellón Albiceleste de la tierra de plata… a 16,752 km de la Plaza de la República, en Bangladesh.

Ante la perpleja reacción de un mundo previamente sorprendido, se manifiesta el descubrimiento de una constante e histórica pertenencia identitaria perdida en los adentros del continente asiático. Bajo parámetros críticos, no existe explicación lógica a un fenómeno que no cuenta sustento étnico, histórico ni geográfico, por lo menos en apariencia inmediata.  Sin embargo, el Estado bengalí concentra dentro de sus fronteras un número sorprendente de eufóricos aficionados al cuadro Albiceleste.

¿Por qué una nación, otrora colonia inglesa, no guarda simpatía con la metrópoli de antaño y si con una nación extraña y ajena? La respuesta es tajante: Por dignidad. 

Bien podría asumirse que Bangladesh guarda especial simpatía por Los Gauchos a razón de una decisión incidental y colectiva, pues motivos no falta. Argentina mantiene en la historia dos gloriosas conquistas de la copa del mundo, aunado a una perpetua constelación de astros en el verde cosmos de la cancha, que sobreviven y vencen al tiempo. No obstante Ifty Mahmud, redactor del periódico más grande de Bangladesh, el Prothom Alo, remarco que el apoyo a los argentinos “tiene un carácter anticolonial, porque Maradona venció a los ingleses, mientras que Beckham nunca fue popular aquí. Maradona era un loco ¡y los bangladesíes aman a los locos! La forma en que engañó al poder colonial, porque fue un engaño a la luz del día, tuvo una resonancia simbólica”.

Para ello, no hace falta más que señalar al común agresor, que de manera casi paralela, condeno al mismo destino a ambas naciones, en diferentes episodios históricos. Cuando Bangladesh formaba parte del Raj británico fue víctimas, junto a la India y Pakistán de crímenes de lesa humanidad. Desde el siglo XV, Bangladesh percibió la intromisión de comerciantes ingleses y de la Compañía Británica de las Indias Orientales, quienes se sometieron en conquista la región de su pueblo y finalmente vencieron tras la batalla de Plassey en 1757. Posteriormente, tras la sangrienta Rebelión de los Cipayos, los territorios del subcontinente indio y sus alrededores fueron formalmente manejados como una posesión de la corona británica con la designación de un virrey. No obstante, la humillación y el dolor estaban lejos de encontrar un final. Los territorios del Raj Británico sirvieron como aquel granero que mantuvo viva la maquinaria velica de la metrópoli, alimentando a sus soldados y a aliados a costa de arrebatarle el pan de la boca a los hambrientos bangladesíes, generando esto la Gran Hambruna de 1943, que le costó la vida a tres millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial

El hermanamiento surgido de la empatía bengalí nace a razón de la infame Guerra de Malvinas de 1982. A partir de ese momento, los bangladesíes entendieron que el dolor sobrevivía a los océanos y a los continentes. Pero el verdadero origen de la idolatría al seleccionado gaucho nace a razón de la revancha y posterior victoria de los argentinos ante los ingleses en el mundial de 1986 con sede en México. Si bien, no era materialmente posible una vitoria de cualquier nación en vías de desarrollo en contra del heredero de uno de los imperios más poderosos de la historia en un campo de batalla; si lo sería en un campo de fútbol. 

Cuando Maradona, con sus dos tantos, destrozó a aquellos que soberbiamente se jactaban de ser los creadores del deporte rey, las naciones del tercer mundo celebraron no sólo una victoria en contra de un seleccionado nacional, sino, una reivindicación en contra del más ruin imperialismo conocido hasta la fecha. Entonces había un precedente, pues los ingleses no sólo no eran invisibles, sino que podían caer antes los humillados.

Desde ese entonces, Daca y Buenos Aires comparte una misma pasión.