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  • 06 Jan 2023
  • 18:01
  • SPR Informa 6 min

Abrazos, no balazos

Abrazos, no balazos

Por Uziel Medina Mejorada

Desde inicios del sexenio y con mayor fuerza después del “jueves negro” también conocido como “culiacanazo”, la oposición ha repetido una y otra vez que “la estrategia de abrazos no balazos (expresión usada por AMLO durante el segundo debate presidencial de 2018, ante la invitación de Jaime Rodríguez de abrazar a Meade y Anaya) no está funcionando”. Y es que dicha frase no solo ha sido sacada constantemente de contexto, puesto que no se intitula así ningún programa ni política del Gobierno de la República en materia de seguridad, sino que tampoco es cierto, como pretenden hacer creer, que el actual gobierno sea negligente e indulgente con aquellas personas que han decidido dedicar su vida al narcotráfico, pues como dejan ver las cifras de la Secretaría de la Defensa Nacional, en lo que ha transcurrido del sexenio de la cuarta transformación se han detenido alrededor de 70 mil personas involucradas con el narcotráfico. 

Las dos detenciones de Ovidio Guzmán han contrapuesto dos caras en el tratamiento de las capturas de capos en México; una, la de ponderar la vida de los ciudadanos, y la otra, que pondera el espectáculo. Años atrás, sobre todo en el trágico sexenio de Felipe Calderón, bajo la batuta de Genaro García Luna, artífice de la malograda guerra contra el narcotráfico y ahora bajo juicio en Estados Unidos por complicidad con el narcotráfico, la farándula narco-policiaca llenaba los titulares de noticias, haciendo poco por la pacificación. Ya en el sexenio de Peña Nieto se hizo cuanto se pudo por bajar el tono del narco-show, pero ha sido hasta la administración obradorista que el manejo de la información oficial en materia de crimen organizado, ha sido muy sobria, limitando la imagen y la propaganda a la presentación de cifras y resultados, en lugar de las escandalosas puestas en escena que favorecen el morbo, pero, sobre todo, tener el bienestar de la población por encima de la espectacularidad de los operativos.  

Dicho lo anterior, ¿Por qué se ha vuelto tan conflictivo el crimen organizado, particularmente en cuestión de narcotráfico? Para entenderlo, hay que tener en cuenta que el problema es mucho más que solo proceder fuera de la norma y que su combate no se puede reducir a un juego infantil de policías y ladrones, es más complejo que la maniquea de los buenos y los malos.

La teoría del Estado nos ofrece un panorama muy claro de por qué el orden social está anclado en el poder coercitivo de las instituciones como resultado de un contrato social que establece límites al comportamiento de los individuos, a partir de valores comunes. Es entonces que el Estado surge y deposita en el ente gobernante la acción protectora de la vida y de las propiedades de los individuos que conforman a la sociedad. Entonces, para mantener el orden social, el Estado tiene el imperio de la fuerza y la legitimidad de atentar contra la integridad física e incluso amenazar la vida de aquellos que infringen ese contrato social y transgreden esos valores comunes. Pero ¿qué pasa cuando ya no se tiene miedo al castigo ni a la muerte?

Una de las consecuencias de un sistema económico-social que degrada la vida de quienes no son bienvenidos en las élites es que, en determinadas combinaciones de factores socioeconómicos y socioculturales, los individuos pierden el afecto natural y la valoración de la vida, inmersos en un clima de hostilidad que cauteriza la razón. Es aquí cuando la hegemonía cultural del consumismo, que no dignifica la vida, sino que valoriza al ser humano en función de su capacidad de consumo, termina por distorsionar las motivaciones de quienes terminan absorbidos a este nivel por las actividades criminales.

De este modo, la cultura buchona expone cómo la motivación no es la dignificación de la vida, que debido a la hostilidad del medio no promete longevidad, sino una vida que, si ha de ser breve, bien vale estar colmada de excesos logrados mediante la violencia y la prepotencia. El fenómeno empeora cuando esa extravagancia se convierte en un desafío al Estado y al statu quo, glorificando la criminalidad al estilo Jan de Lichte, ganando lealtades a través del soborno social (caravanas de regalos, financiamientos con dinero ilícito, etc.) y las loas a la bravuconería peleolítica machista. Entonces, cuando se persigue y se aprehende a criminales suceden esas inverosímiles movilizaciones del tamaño que se han visto Sinaloa.

La heroización de personajes del crimen a través de la industria del entretenimiento (música, cine, televisión), la sobrecobertura mediática, la creación de mitos subversivos, la caridad ensangrentada y el aspiracionismo inmoral crean el caldo de cultivo perfecto para la descomposición social generacional, haciendo del delito un modo de vida atractivo, e incluso reta generación tras generación a elevar el grado de inhumanidad en la práctica delictiva. Dicho lo anterior, se puede observar que, en efecto, no basta el uso de la fuerza para abatir las actividades criminales, sobre todo aquellas que elevan el riesgo de muerte, cuando ya no se le teme a la muerte ni se aprecia la vida. 

Ante estas realidades distópicas, el cumplimiento de las tareas de seguridad a balazos solo sostiene el ciclo de violencia y no garantizan la paz ni en el corto ni en el largo plazo, por lo que es indispensable entender que también son necesarios los abrazos, no como lo han caricaturizado desde la oposición, cual si fueran amnistías gratuitas para quienes practican la criminalidad, sino como la inserción de la ética del humanismo en todo el aparato de seguridad, esto es, entender los factores que descomponen la integridad humana de quienes son atraídos por la delincuencia y atacar las causas que descomponen la humanidad de quienes se envuelven en el hampa.

Una política de seguridad reactiva solamente sirve para exacerbar el miedo en la población y la bravata en los delincuentes. En tanto, la prevención no puede reducirse a maniqueísmos del bueno contra el malo y la mera imposición del respeto a la norma. Hace falta recuperar el sentido humano y promover la cultura de la paz a partir de la trascendencia del ser humano, lo que implica fortalecer la educación basada en el desarrollo humano e inhibir la banalidad que mina la valorización de las personas; establecer la empatía y el valor de la vida, restaurar la familia, mejorar las condiciones de vida desde el acceso a servicios y goce pleno de derechos, así como combatir la espectacularización de la violencia, de la que se alimentan los medios de comunicación y la industria del entretenimiento.  

Por eso es importante hacer realidad y gloria el humanismo mexicano.