(Frente a una cultura de dominación anclada en el consumismo y cosificación de la persona misma, moralizar la vida pública se convierte en una misión primaria y urgente)
Antes que nada, cabe resaltar que toda persona es libre de ejercer su sexualidad como mejor convenga a su propio ser. Dicho esto, también es importante señalar que bajo los estándares de una sociedad hipersexualizada y dominada por la influencia falocentrista machista, la relación que adopta la sexualidad y la cotidianidad suelen superar algunos límites éticos y morales.
Se suele atribuir a Oscar Wilde la frase de que “todo en la vida trata de sexo menos el sexo. El sexo es poder”; algo que encuentra total sentido en la obra de Max Weber cuando expone las relaciones sociales como relaciones de dominación. En esto habrá de coincidir Foucault cuando afirma que la sexualidad está ligada al avance los sistemas de poder y dominación. Pero ¿A qué viene todo esto?
Como se ha hecho viral, en el ya muy famoso programa “Martes del Jaguar” de la Gobernadora de Campeche, Layda Sansores, se asomó la idea de que existe material íntimo de legisladoras priístas vinculado con las labores partidistas del presidente del PRI, Alejandro “Alito” Moreno. Si bien, como ya se mencionó al principio, no hay motivos para juzgar el supuesto, lo que sí debe cobrar relevancia es qué tan frecuentemente se podrían estar realizando este tipo de prácticas como boleto a la representación popular y otros tipos de promociones profesionales, y más escandaloso todavía, de qué tamaño es la violencia sexual que se ejerce desde los espacios del poder político.
Recordemos que en 2014 un reportaje de Aristegui Noticias reveló que en el PRI de la Ciudad de México operaba una red de prostitución, estando al mando Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, ahora procesado por los delitos de trata de personas en las modalidades de explotación sexual agravada y publicidad engañosa. Por tanto, lo que se ha sugerido en el “Martes del Jaguar” no sería la primera y quizá tampoco la última vez que se utilice la infraestructura de poder de este y otros partidos políticos para fines que nada tienen que ver con la promoción de la democracia, la participación ciudadana, la formación cívica y la cultura de la legalidad.
Volviendo a los planteamientos teóricos referidos, hay muchas formas de ejercer la dominación, definitivamente la sexualidad es una de ellas y, cuando esta se mezcla con el poder político, la depravación institucional toca a la puerta.
Revisemos. Si ejercer poder político es interpretado como una licencia para el exceso y la posesión de la intimidad de otras personas ¿El poder está al servicio del pueblo? Definitivamente no. Pero no solo eso, sino que ese poder se ejerce, simbólica y formalmente en contra de las y los ciudadanos. Por ejemplo, aquellas muestras de apología a la violación (“me la quiero zumbar”) por parte de Ismael García Cabeza de Vaca al interior del Senado de la República, vaya, de frente a la tribuna donde se da voz a la población a través de sus representantes. ¿Eso representa un Senador? El planteamiento no es cosa menor, pues estaríamos hablando de la normalización de la violencia sexual, en descarada cobardía y ataviada de influencia y poder.
Dentro de los círculos de poder algo es sabido, que muchas de las veces el ascenso se gana por compas, o por compás, indefinidamente del género, simplemente cada quién elige dónde poner el acento. Y reiterando el planteamiento inicial sobre la libertad sexual, lo que se deja de manifiesto es que tal atributo humano se convierte en moneda de cambio en detrimento de las competencias y la meritocracia. Pero hay algo mucho peor, en ocasiones, quizá las más, ni siquiera hay una contraprestación, sino simplemente el uso del cuerpo de otra persona para saberse poderoso.
Cuando se tiende un manto de impunidad sobre la depravación, no hay sentido común que prevalezca y haga frente al abuso; si esto ocurre así, el poder, que debería estar al servicio de todos, se convierte en una licencia para cometer injusticas desde los pocos contra los muchos. Ese es el poder de la depravación que degenera en la depravación del poder.
Frente a una cultura de dominación anclada en el consumismo y cosificación de la persona misma, moralizar la vida pública se convierte en una misión primaria y urgente. Toda persona debería poder ejercer con libertad su sexualidad y no que una persona ejerza poder para valerse libremente de la sexualidad de otra persona.
Las revelaciones contra Alito Moreno, lejos de fomentar el morbo, nos deben de hacer reflexionar sobre qué conductas estamos tolerando a quienes de una u otra manera se les ha conferido poder popular en todas sus expresiones y, de manera urgente, emprender un saneamiento profundo de la vida política.