Pese a que la tecnología es parte fundamental de la existencia y actividad humana, y a que ésta ha ejercido un rol histórico en el desarrollo y desenlace de sucesos internacionales, su influencia en la política ha sido mayormente instrumental y determinista: Por un lado, la tecnología a menudo es considerada como una mera herramienta al servicio humano y como un factor de poder que se puede poseer y usar; por otro lado, la tecnología contemporánea se deviene de la idea de progreso científico humanista y, por tanto, usualmente se le considera apolítica, objetiva y benéfica para el devenir y progreso humano (como si tal proceso fuera lineal, incremental y siempre positivo).
Aún con lo anterior, a lo largo de la historia el avance científico y tecnológico ha encontrado distintas muestras de resistencia política y social, la más conocida de estas es tal vez el movimiento ludista en Gran Bretaña en el siglo XIX, el cual fue la respuesta social al proceso de industrialización acelerada que transformó profundamente a la sociedad inglesa y se caracterizó por la protesta y el bandalismo popular en contra de la introducción de tecnología en los centros de trabajo, debido a que esta desplazaba a los trabajadores. Sin embargo, el avance científico-tecnológico ha encontrado muy poca resistencia política, la cual más bien se ha manifestado en contextos específicos, tal como sucedió con los movimientos anti nucleares en la Guerra Fría.
Aunada a la resistencia política, la tecnología tampoco ha gozado de un apoyo político significativo más allá del subyacente paradigma filosófico-político-social heredado de la ilustración, el cual despolitiza a la tecnología y la postula como un elemento de progreso humano, de ahí se deviene el valor instrumental y determinista al cual se asocia a la tecnología usualmente. Con algunas excepciones como el nazismo y el supremacismo blanco, en donde la ciencia y la tecnología son usadas como un elemento justificante y legitimador de ideologías, como pasó con la eugenesia.
Pese a lo anterior, actualmente nos encontramos al borde de lo que algunos consideran como una nueva revolución industrial, la cual “se caracteriza por una fusión de tecnologías que está difuminando las fronteras entre las esferas física, digital y biológica”[1]; sin embargo, esta revolución en ciernes no sólo muestra una tendencia de desplazamiento de los trabajadores y los centros de trabajo, sino un desplazamiento del humano mismo y su constitución “natural”; así como también un desplazamiento de las relaciones de poder y las formas de organización social en donde se sustentaban tales relaciones. Y no es que las anteriores revoluciones no hayan generado profundos cambios sociales, sino que esta transformación tecnológica ya no sólo es hacia afuera del ser humano, sino que también es hacia dentro y no sólo implica al humano, sus mercados y procesos productivos; sino que prácticamente puede aplicarse a distintos ecosistemas y entes biológicos y no biológicos.
La diferencia entre esta nueva revolución industrial con las anteriores es: la velocidad, el alcance y el impacto sistémico que la tecnología ha alcanzado, en donde la rapidez de avances es exponencial y no da tiempo de adecuación y adaptación de instituciones sociales y donde el área de aplicación tecnológica se asocia a prácticamente cualquier ámbito humano y no humano (biológico y tecnológico), lo que se traduce (y traducirá fuertemente) en un cambio en los sistemas de producción, administración y gobernanza.
Y tal como sucedió desde la primer revolución industrial, el advenimiento de esta nueva ola tecno-científica viene acompañado de una serie de ideologías políticas, sobre todo desde las élites, ya que éstas se encuentran más enteradas del panorama que se avecina; por tanto, se han valido de discursos, estrategias y planes que dan cuenta de ideologías y posturas tecno-políticas que no sólo van a estar cada vez más presentes, sino que van a ejercer una influencia enorme en la sociedad y la humanidad en un futuro no lejano.
Estas ideologías tecno-políticas pueden dividirse a partir del rol de la tecnología como: elemento de poder y organización social; así como elemento de cambio de lo que hasta hace poco se consideraba como “natural” y “humano”.
En el primer grupo de ideologías tenemos casos como: el tecnofeudalismo; el movimiento neorreaccionario y el pronatalismo, todas estas ideologías con sus respectivos promotores y contrincantes. Mientras que en el segundo caso está el posthumanismo en sus distintas variables: el posthumanismo liberal; el posthumanismo crítico; el posthumanismo distópico y el posthumanismo radical.
De manera general, el tecnofeudalismo postula que en el futuro el poder económico de las empresas tecnológicas sobrepasará por mucho la capacidad del Estado para brindar soluciones a la población, por lo que a nivel mundial se generarían feudos tecnológicos en donde los CEOs empresariales pasarían a ser los nuevos señores feudales, mientras que la población en general pagará sus rentas con datos y trabajo en línea. Usualmente esta ideología se acompasa de la crítica hecha desde el denominado “capitalismo de datos” tanto desde sus detractores como por sus promotores.
En segundo lugar está el movimiento reaccionario, también denominado “ilustración oscura”, tal como su nombre lo indica, sus postulados son contrarios a los de la ilustración y, por tanto, esta ideología es profundamente discriminatoria y elitista, la cual considera que la humanidad es desigual por naturaleza, favoreciendo formas de gobierno camerales o monárquicas. Esta vertiente promueve un darwinismo social que se rige a partir de la idea que dado que la humanidad es desigual por naturaleza, las personas con más capacidades deberían gobernar. Curiosamente esta ideología ha echado raíces en Silicon Valley, en donde algunos personajes como Peter Thiel (cofundador de PayPal junto con Elon Musk) se han convertido en los voceros de esta ideología por considerarse parte de esa élite.
En tercer lugar (y parte del poshumanismo) está el pronatalismo,el cual es una ideología de las élites (principalmente tecnológicas), los cuales buscan el mejoramiento de su descendencia por medio de la tecnología, con técnicas como las pruebas genéticas embrionarias para su catalogación y subsecuente implantación o por medio de terapias genéticas. En este movimiento es posible encontrar personajes como Elon Musk.
En otro lado está el posthumanismo, el cual es un término que engloba distintas ideologías que tienen como eje central la superación del paradigma humanista, en donde el humano ya no sería el eje central, sino más bien la fusión del humano con la tecnología y la superación de limitantes humanas como la vejez, las enfermedades y, más aún, hasta el propio cuerpo. El poshumanismo presenta diferentes manifestaciones ideológicas: la primera de estas es el poshumanismo liberal, el cual postula que las personas deben ser libres de mejorarse a sí mismas como parte de la libertad humana y que el rol del Estado y el gobierno es garantizar tal libertad. En segundo lugar encontramos el poshumanismo radical, el cual no sólo se basa en varias de las premisas del poshumanismo liberal, sino que las excede, al punto de postular que el propio cuerpo humano es un limitante de la capacidad humana y que, por tanto, es necesario optar por fusiones humano-máquina, tal como el caso de los cyborg.
Desde una perspectiva más cauta encontramos al poshumanismo distópico, el cual es la vertiente encargada de criticar el poshumanismo y denunciar los riesgos y peligros asociados a la superación del humanismo, tal como la posibilidad que las desigualdades económicas y sociales se traduzcan en un futuro en desigualdades genéticas y de otras capacidades, lo que se traduciría a la larga en la aparición de una nueva especie auto evolucionada. Por último está el poshumanismo crítico, el cual como su nombre lo dice, no toma un partido como tal, sino que más bien centra su atención en generar métodos y aparatos críticos que sirvan para esclarecer el debate que usualmente se da entre las voces en contra y a favor del poshumanismo.
Pese a que es usual que se considere a la tecnología como apolítica, actualmente nos encontramos en un panorama que demuestra la falsedad de tal aspiración, en donde las élites están promoviendo distintas agendas que son posibles y se legitiman a través de la tecnología y el discurso optimista, mientras que paralelamente están diseñando un mundo basado en ideologías altamente excluyentes, desiguales e inhumanas. Por tanto, no es que en un futuro “la tecnología hará esto o aquello”, sino que será el resultado de una serie de personas que decidieron producir tecnología bajo ciertos marcos administrativos y técnico-ideológicos específicos, mismos que deberían ser objeto de un mayor análisis, revisión y responsabilización.
[1]https://www.weforum.org/agenda/2016/01/the-fourth-industrial-revolution-what-it-means-and-how-to-respond/