¿Qué son las ciencias sociales sin la sociedad? Lo mismo que un taco sin tortilla, un romance sin amantes, o el viaje de Quetzalcóatl sin el conejo de la luna. un absoluto sin sentido. Y así, en ese sin sentido, el intelectualismo orgánico se ha disociado de la fuente primaria del análisis, para definir a una sociedad al margen de la sociedad misma.
Rockdrigo González retrata la cuasi divinidad plástica de este demográfico como los tipos extraños en un lejano lugar retacado de nopales, pues es la forma en la que suelen mostrarse: los entes humanos que no quieren seguir siendo “vulgares tipos autóctonos”, los de los cafés llenos de libros profundos, los de la escritura apantallante y agotadora, esos que no sabes si son mexicanos o europeos (porque #Whitexicans), en una de esas hasta son marcianos, ángeles, diablos o prometeos. ¡Quién sabe! Pero pueblo de a pie no parecen ser, más bien, se hacen notar como una exclusiva clase de iluminados poseedores de la verdad y el discernimiento entre “la neta” y la locura, capaces de estupidizar a la sociedad. Sin embargo, al final, no dejan de ser tan pasionales como cualquier mortal; contradictorios, no importa cuánto y dónde se la pasen pensando.
La contradicción más espeluznante es que, presumiendo ser los estudiosos del comportamiento de la sociedad, no entienden el comportamiento de la sociedad y hasta reprueban las manifestaciones de esa misma sociedad que se muestra cansada de que les impongan la opinión, el discurso y la acción. Y es que, con el empoderamiento que las redes sociales le han brindando a la opinión pública, así como la trampa del algoritmo, la oligarquía opinológica se ha visto confrontada con la realidad de la democratización de la crítica y la opinión.
El error garrafal de la academia elitista de las ciencias sociales ha sido construir sus imágenes de la realidad desde el aula y el escritorio, abandonando el contacto directo con el objeto de estudio que es la sociedad, una sociedad diversa, heterogénea, dinámica, en constante evolución. Su planteamiento, desde una falsa corrección política, cae en la imposición de un deber ser alejado del ser. Han invertido tanto en la fabricación de su ideal de democracia perfecta que se han olvidado de que justamente la democracia es imperfecta, por lo tanto, al salir a las calles, el romanticismo académico choca con la realidad convulsa de la relación sociedad-Estado, llena de matices, imperfecciones y contradicciones que no se ajustan a la corrección política.
Gramsci se ha referido a los intelectuales orgánicos como ese medio para instaurar una hegemonía cultural absorbente de determinados ambientes sociales cuya tarea es la producción de conocimiento vinculado a la producción económica, esto es, lograr la homogeneidad de los ámbitos social, económico y político a partir de la fusión de la producción (capitalista) y las ideas.
En una hegemonía política y cultural, las clases dominantes tienen capacidad para ejercer poder en la sociedad, a partir de canales de influencia del pensamiento mediante los cuales imponen su visión del mundo sobre las clases oprimidas, obrando desde la desde la sociedad civil. Aquí aparecen la educación, la religión, y los medios de comunicación, siendo estos últimos la principal trinchera desde la cual actúa la artillería de mensajes de la así llamada “oposición” frente a todo el nuevo constructo de régimen denominado “Cuarta Transformación”.
No es casualidad que las pretensiones del conservadurismo se encaminen a tomar el control de la dirección política, intelectual y moral a través del secuestro de las causas sociales y demandas inconclusas en medio de una transición generacional que le tocó vivir los cambios democráticos, mas no los preámbulos de esos cambios democráticos. Ese vació se ha convertido en el cuartel de los voceros del conservadurismo cuyas opiniones no se alimentan de las demandas de la sociedad, sino del ideal de sociedad prefabricado por los acaparadores del capital damnificados por el asalto del demos a la democracia.
Tal incomprensión de la sociedad ha degenerado en conductas tan reprobables como lo es colgarse de movimientos legítimos para promover agendas particulares, empujando a los partícipes de dichos movimientos a expresar públicamente el repudio a esa contaminación ideológica; tal es el caso de la expulsión de Denise Dresser de la marcha del 2 octubre, dejando al descubierto que entre la calle y Twitter hay un abismo intransitable, una desconexión entre el discurso y la acción, una desvinculación entre la academia fifí que busca imponer sus paradigmas políticos y los objetivos democráticos de una sociedad politizada.
El pseudo científico social de escritorio no ha comprendido que desde 2018 se rompió el paradigma, el pueblo reclama su lugar y poder, reclama su parte en la toma de decisiones asumiendo su rol democrático de pueblo sabio, demanda el reconocimiento de su intelectualidad natural que radica en su capacidad de razonar y decidir, en lugar de esperar que una élite de pseudo pensadores alienados le diga cómo debe pensar, actuar y vivir la democracia.
Los pregoneros de la división de México no se han percatado que el pueblo ha adquirido conciencia de clase y ha decidido asumir su papel como decisores colectivos del rumbo del país. La doctrina del shock ya no hace eco, el discurso del miedo se disuelve frente a la revolución de las conciencias. El pueblo le ha plantado cara a la hegemonía mediática y pone en tela de juicio el interés de los privatizadores de la pluma.
Los intelectuales orgánicos insisten en no darse cuenta de que el desplome de su popularidad no es consecuencia, como presumen, de una persecución de estado, sino que están siendo confrontados por la democratización de la crítica y la opinión que pone al desnudo que a su teoría le falta calle.