El día de ayer sucedió un revuelo en X entre las filas de oposición y la 4T debido a las respuestas que daba la inteligencia artificial (IA) de X, Grok; esto debido a que varios personajes de oposición le preguntaban maliciosamente a la IA cuestiones políticas en contra de los logros de la 4T, como si dicho modelo de IA fuera el oráculo de la verdad absoluta, el asunto es que la IA les respondió hechos que contradecían su narrativa, quedando humillados y exhibidos en el proceso; la respuesta de las cuentas afines a la 4T no se hizo esperar, ésta no sólo consistió en burlarse, sino en redoblar la apuesta preguntándole más cosas a Grok y alabándolo en el proceso.
Detrás de este hecho se esconden diversos elementos problemáticos para el sistema político y la sociedad en general a futuro, el primero de estos es la confianza, ya que parece existir la creencia en la infalibilidad tecnológica, puesto que se cree que una IA por estar compuesta de datos y parámetros matemáticos, ésta es objetiva, neutral y hasta fáctica para distinguir la verdad y la mentira (cosa que no es así), lo que implica una renuncia abierta a la capacidad crítica.
El otro problema, en gran parte devenido de la confianza en la tecnología, es la construcción de grandes narrativas y “verdades” que hacen sentido al ancho de la población: lo que se conoce como el sentido común. Y es que las IAs de ahora fueron construidas con datos históricos cuando la polarización y la desinformación no eran negocios tan descarados, lucrativos y aceptados, por lo que es de esperar que en unos años las IAs presenten diferencias fácticas importantes, ya que conforme la élite ultraderechista siga avanzando en su agenda informativa, el día de mañana los datos que alimentarán las IAs pondrán en duda cuestiones históricas, sociales, psicológicas y hasta raciales, mismas que se reflejarán en los modelos de IA del futuro; por lo que si no existe una mirada crítica de las personas a cómo se construye y qué refleja la IA, el día de mañana la visión ultraderechista pasará cómodamente a ser parte del sentido común de las personas.
La lucha por imponer las condiciones para la construcción del sentido común es una condición constante en la política, especialmente de parte de las élites, las cuales tienen a su disposición diversos canales y figuras intelectuales, comunicativas e informativas, especialmente en la era de la tecnología digital y las redes sociales, en donde la inmediatez, la emocionalidad y las opiniones avasallan a los hechos y la verdad; tan es así que una de las primeras declaraciones de Trump y su equipo recién regresaron a la Casa Blanca fue que el sentido común había vuelto a Estados Unidos y que éste se extendería por todo el país, pero ¿por qué es tan importante el sentido común?
El sentido común puede entenderse como la potestad que tenemos todos y todas para hacer razonamientos e inferencias y captar ciertas “verdades” compartidas; éste permite aceptar principios generales como evidentes, es decir, como algo que se impone de por sí, sin necesidad de una profunda reflexión. El tema aquí es que tales verdades cambian conforme llega un grupo nuevo al poder, esta capacidad de establecer lo que se considera como algo evidente suele denominarse hegemonía y, tal como se adelanta, depende directamente de las capacidades de poder.
En México la imposición elitista del sentido común ha pertenecido históricamente a la derecha y el conservadurismo, con algunos periodos de cambio y competencia como la presidencia de Lázaro Cárdenas o la 4T, la cual actualmente goza de un periodo relativamente hegemónico, en donde ideas como “primero las y los pobres” o el bienestar como una métrica han calado en la población.
Sin embargo, existen diversos grupos y actores interesados en quitar del poder al régimen actual, de entre estos podemos identificar dos bloques: Por un lado, tenemos la derecha liberal asociada al neoliberalismo, la cual sigue extrañando su hegemonía perdida, aun cuando el sentido común de la población cambió a favor y gracias al grupo en el poder (la 4T); por lo este grupo ha invertido fuertes cantidades de dinero en subvertir el sentir popular por medio de figuras comunicativas e “intelectuales”, el problema es que sus ideas fueron expulsadas en 2018, por lo que sus principales canales y alfiles podrían considerarse coloquialmente como “cartuchos quemados”.
Por otra parte, tenemos a un conservadurismo de ultraderecha, oligárquico y aceleracionista, el cual tiene por objetivo el acceso al poder para aplicar su agenda pro imperialismo estadounidense, religiosa y elitista; para tal fin dicho grupo está recurriendo a lo que denominan "la guerra cultural", que no es otra cosa que la imposición o subversión del sentido común, uno que responde a objetivos aún más tradicionalistas que los de los (neo)liberales sacados del poder.
Estos dos grupos comparten un objetivo, el cual es debilitar y expulsar del poder al régimen actual, para ello ambos grupos recurren a tácticas de debilitamiento y ataque digital, aunque del lado del conservadurismo liberal ese grupo tiene más elementos de propaganda de ideas: comentócratas, 'intelectuales', comunidades digitales, personajes de comunicación e influencers; mientras que el conservadurismo de ultraderecha tiene a su favor la estructura algorítmica de X, troles trumpistas, un ejército de cuentas de dudosa procedencia, así como algunos voceros nacionales e internacionales sumados a su 'la batalla cultural', el cual incluye intelectuales como Agustín Laje, empresarios como Salinas Pliego o Musk, así como jefes de estado como Milei o Bukele.
Sin embargo, pese a que ambos grupos comparten fuertes lazos ideológicos como el culto a la propiedad privada y el rechazo al Estado, también tienen fuertes diferencias, tal como que unos son abiertamente elitistas y los otros tratan de disfrazarse de pueblo por medio de la religiosidad; mientras unos se adhirieron a causas progresistas promovidas desde el neoliberalismo, otros buscan regresar a un momento antes del progresismo, cuando había menos derechos para todos y todas; mientras unos son fanáticos de la globalización y el globalismo, otros son aislacionistas y proteccionistas; mientras unos respetan pautas preexistentes que fueron el resultado de luchas históricas como la separación del Estado y la iglesia, otros quieren romper con el estatus actual y concentrar el poder en élites fuera del juego democrático.
Es con estos dos grupos con los que la 4T tiene que competir para mantener diversos ideales deseables en el sentido común colectivo, tal como el concepto del bienestar como eje rector, y mientras que la 4T disputó y ganó arrasadoramente en el sentido común, especialmente territorial, el espacio digital se presenta como un reto constante, ya que aquí los dos grupos antagónicos ostentan grandes capacidades, mismas que se reforzarán conforme la dependencia hacia la tecnología digital aumente.
El problema no termina solo en la estrategia de crear comunidades y ecosistemas de guerra sucia y desinformación, sino también en la falta de educación y crítica tecnológica, ya que sucesos como el hallazgo en el Rancho Izaguirre muestran que un hecho lamentable fue descontextualizado y promovido digital, rotativa y editorialmente para volverlo una tragedia nacional, en donde se gastaron millones en guerra digital, bots y troles, engañando a algunas personas en el proceso; sin embargo, con la introducción de tecnologías más complejas y opacas como la IA, así como con su retroalimentación con información falsa y editoriales cada vez más cínicas y partidistas, es posible que el día de mañana productos como Grok planteen una verdad completamente alterna, la cual será construida a base de falsedades, exageración, desmemoria y odio, solo el tiempo y la regulación (o la falta de ella) lo determinarán.