Para que se considere una existencia auténtica, la vida cotidiana es insuficiente. Los más grandes misterios humanos, las indispensables ideas políticas, la necesidad de enfrentar los laberintos personales, pasan necesariamente por la necesidad de cuestionarnos nuestra estancia en el mundo y para ello las artes son insustituibles. Durante milenios el teatro ha sido el espacio donde los elementos más profundos de la existencia humana se representan. La dimensión política del teatro es fundamental para entender diversos episodios de la historia. La naturaleza humana de ejercer y acumular el poder ha estado inscrita desde los primeros pobladores que, a golpe de lanza ejercían su autoridad, hasta nuestros días donde la sofisticación de las redes sociales sirve –paradójicamente- para apreciar somos presa de las pulsiones de control de los primeros pobladores.
Darío Fo tuvo una obra excepcional. Pero en el caso de el “Misterio Bufo” realizó una hazaña excepcional; recogió las voces populares que durante la edad meda ofrecían una versión alternativa a lo que sostenía el clero oficial. Las leyendas nos muestran lo profundo del clamor popular para ejercer la crítica aguda y persistente, todo esto en un tono carnavalesco, donde a través de la risa toman asiento las ideas que cuestionan al poder.
En el caso mexicano, Vicente Leñero fue un autor fundamental para entender la historia llevada a la representación en escena. Sus obras toman episodios específicos de nuestra historia y tocados por su talento, nos devuelven complejos personajes que despojan a nuestra historia de una versión simplista para adentrarnos en su complejidad. En Leñero la línea divisoria de “los buenos y los malos” está desdibujada. La forma en que aborda el asesinato de Álvaro Obregón, nos comparte su mundo, lleno de inteligencia e intuiciones para tratar de entender las causas detrás del gatillo que apretó León Toral cobijado por el hábito de la madre Conchita.
Víctor Hugo Rascón Banda, hizo una dramaturgia centrada en la violencia. Mientras que muchos autores actuaban por una estética de la evasión, de no querer atender los hechos más dolorosos. Rascón Banda fue frontal con estos temas. “La mujer que cayó del cielo”, planteó como la discriminación, la misoginia y la arrogancia de “los letrados” orillaron a una mujer raramuri al inferno de sobrevivir en la reclusión en un hospital psiquiátrico, siendo “diagnósticada” y “atendida” sin comprender su idioma. Rascón tuvo el honor de ser el orador en el Día Mundial del Teatro en el año 2006, conmemoración que fue instituida en 1961. Cada año se selecciona una figura de renombre mundial para que escriba un mensaje que se lee y se reflexiona en los cinco continentes. Por poner algunos ejemplos de quienes han sido oradores: Jean Cocteau, Ionesco, Miguel Ángel Asturias, Ariane Mnouchkine, Sabina Berman entre otros.
Rascón Banda puntualizó:
“En el teatro hablaron los dioses y los hombres, pero ahora el hombre habla a otros hombres. Por eso el teatro tiene que ser más grande y mejor que la vida misma. El teatro es un acto de fe en el valor de una palabra sensata en un mundo demente. Es un acto de fe en los seres humanos que son responsables de su destino.”
Sintonizar un noticiero es un ejercicio de soportar el peso de nuestra realidad. Ante esto, el teatro es una “palabra sensata” pero no porque evada los hechos, sino por los confronta para desnudar los excesos del poder. Montesquieu planteó un modelo para evitar los males del poder absoluto. Con igual eficacia, el teatro nos hace reflexivos para señalar los caminos pervertidos que todo tiempo histórico pretende instaurar. Asistir al teatro es un acto de confianza en que la imaginación nos ayudar a entender a profundidad nuestra condición, con el riesgo que trae vernos en un espejo: encontrar nuestros defectos en un mundo donde la autocomplacencia pretende reinar a toda costa.