Como cada año, el día 27 de marzo es la fecha escogida para la celebración del Teatro a nivel mundial. Esto ocurre desde el año 1962 promovido por el Instituto Internacional del Teatro (ITI), Organismo Mundial por las Artes Escénicas, que es fundado por la UNESCO en 1948.
Esta celebración es un pretexto para recordar de dónde venimos y hacia dónde vamos en el quehacer artístico teatral, para reflexionar en conjunto el rumbo que llevamos como sociedad y las tendencias de las creaciones artísticas. Es también para reconocer la enorme labor que hacen todos los creativos y trabajadores dentro del teatro, y su gran valía dentro de la sociedad. Así también, para reafirmar un arte que resiste ante los tiempos voraces de la digitalización y que se vuelve más significativo ante la inercia enajenante de los tiempos sombríos que vivimos.
Por ello, como parte de las acciones significativas de celebración, el ITI elige a una personalidad destacada del Teatro para escribir el tan esperado Mensaje del Día Mundial del Teatro, que es traducido a diferentes idiomas y en todos los teatros o recintos teatrales del mundo, se le da lectura.
En esta ocasión el autor elegido para el Mensaje del Día Mundial del Teatro 2025, es Theodoros Terzopoulos, de Grecia, (la traducción es del griego y del inglés por Arantxa Merlin del Centro Mexicano de Teatro del ITI) viniendo con un potente discurso que vale mucho leer -escuchar- con atención y que sirva para que todos los creativos escénicos reflexionen sobre el rumbo que se quiere tomar. A continuación, lo transcribo:
“¿Puede el teatro escuchar la llamada de auxilio que envía nuestro tiempo, en un mundo de ciudadanos empobrecidos, encerrados en las celdas de la realidad virtual, atrincherados en su asfixiante intimidad? ¿En un mundo de existencias robotizadas dentro de un sistema totalitario de control y represión en todo el espectro de la vida?
¿Le preocupan al teatro la destrucción ecológica, el calentamiento global, la pérdida masiva de biodiversidad, la contaminación de los océanos, el deshielo de los casquetes polares, el aumento de los incendios forestales y los fenómenos meteorológicos extremos? ¿Puede el teatro convertirse en parte activa del ecosistema? El teatro lleva mucho tiempo observando el impacto humano en el planeta, pero le está resultando difícil hacer frente a este problema.
¿Le preocupa al teatro la condición humana tal y como se está configurado en el siglo XXI, donde el ciudadano está manipulado por intereses políticos y económicos, por redes mediáticas y empresas formadoras de opinión? ¿Donde las redes sociales, por mucho que faciliten, son la gran coartada para la comunicación, porque proporcionan la necesaria distancia de seguridad con el Otro? Una omnipresente sensación de miedo al Otro, al diferente, al Extraño, domina nuestros pensamientos y acciones.
¿Puede el teatro funcionar como taller para la convivencia de las diferencias sin tener en cuenta la herida sangrante?
La herida sangrante nos invita a reconstruir el Mito. Y en palabras de Heiner Müller "El Mito es un agregado, una máquina a la que siempre pueden acoplarse máquinas nuevas y diferentes. Transporta energía hasta que su velocidad creciente hace estallar el campo de la civilización y yo añadiría el campo de la barbarie.
¿Puede el teatro arrojar luz sobre los traumas sociales y dejar de arrojar luz sobre sí mismo?
Preguntas que no admiten respuestas definitivas, porque el teatro existe y perdura gracias a las preguntas sin respuesta.
Preguntas suscitadas por Dioniso, pasando por su cuna, el Thymeli del teatro antiguo, y continuando su silencioso viaje de refugiado entre paisajes bélicos, hoy, en el Día Mundial del Teatro.
Miremos a los ojos de Dioniso, el extático dios del teatro y del Mito que une el pasado, el presente y el futuro, hijo de dos partos, de Zeus y Sémele, el que expresa identidades fluidas, femenina y masculina, colérica y afable, divina y animal, en el límite entre la locura y la razón, el orden y el caos, acróbata en la frontera entre la vida y la muerte. Dioniso plantea una pregunta ontológica fundamental "¿de qué va todo?", una pregunta que impulsa al creador hacia una investigación cada vez más profunda sobre la raíz del mito y las múltiples dimensiones del enigma humano.
Necesitamos nuevas formas de contar historias encaminadas a cultivar la memoria y dar forma a una nueva responsabilidad moral y política que emerja de la dictadura multiforme de la Edad Media actual.”
La fuerza de este mensaje llega directo a la herida de nuestro tiempo, esa que con impotencia quisiéramos trascender, porque por más indiferencia que haya nos topamos con una realidad avasallante que trastoca el día a día. Me refiero a un contexto mundial donde la guerra se ha vuelto algo de lo cotidiano, donde miramos sólo lo que se nos pone, donde absolutamente el mundo entero está siendo partícipe, a través de la “cercanía” que permite la era digital y sus redes sociales, el más brutal genocidio hacia un pueblo, el pueblo Palestino. El más cruel y despiadado registrado en la historia de la humanidad, sólo se explica, como dice Terzopoulos, por la “coartada para la comunicación”, refiriendo también a la manipulación y dominio total de nuestras mentes, hacia las nuevas “existencias robotizadas”. ¿Qué es este mundo que dicta y aprisiona los pensamientos?
El mensaje increpa más allá, comienza cuestionando los alcances del teatro y si es que puede ver más allá de sí mismo, si es que le preocupa, si le inquieta, si es capaz de escuchar una realidad social-material y la condición sombría que atraviesa la humanidad. Finaliza pidiendo que miremos a los ojos de Dioniso, recordando la dualidad y el mito, para regresar a lo esencial, para replantear el sentido.
No tengo más que agregar, el mensaje es contundente. Cada acontecimiento que devasta nuestro mudo es parte de un sistema político-económico que nos domina, son sólo síntomas, síntomas que revelan al tipo de sociedad que estamos transitando y hacia el tipo de humanidad en que nos estamos convirtiendo, una tal vez, menos humana. Y nos queda el teatro, explorar sus alcances.