La madrugada del 7 de octubre, el grupo extremista islámico Hamás realizó un ataque masivo contra Israel, violentando varios kibutz y un festival de música que cobró la vida de unas 1200 personas, incluyendo niños, así como la toma de al menos uno centenar de rehenes. Si bien, no ha sido el único choque entre el Estado israelí y la organización terrorista, se cuenta como uno de los más relevantes desde la Primera Intifada, allá por 1987.
La noticia, por supuesto, ha generado todo tipo de reacciones en la opinión pública global, desde manifestaciones a favor de la liberación Palestina en Gaza, así como expresiones de solidaridad y legitimación al estado de Israel, muchas de ellas totalmente lejanas a la comprensión de la complejidad del conflicto y cargadas de raja politiquera que, en lugar de coadyuvar a la paz, fomentan el odio por razones políticas, étnicas y religiosas.
Esta última motivación es la que más opiniones equivocadas genera, exacerbando los ánimos negativos y nublando la vista frente a una crisis humanitaria de proporciones aterradoras. Si bien es cierto, hay profundos rencores en el fundamentalismo islámico hacia el judaísmo, lo cierto es que también dentro del cristianismo existen expresiones completamente fuera de lugar que llaman, queriendo o no, a la proliferación del odio.
Es en el seno del cristianismo protestante, sobre todo en las organizaciones religiosas de corte pentecostal y neo pentecostal que se manifiestan las expresiones más tóxicas en torno a este conflicto, a raíz de un adoctrinamiento que no logra discernir entre Israel como pueblo escogido por Dios en el Antiguo Testamento, y el Estado de Israel, constituido tras la Segunda Guerra Mundial como consecuencia de un mal manejo de las retiradas de territorios ocupados por el Imperio Británico tras la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial.
La mezcolanza entre la propaganda tele evangelística pro occidental durante la Guerra Fría, la primacía de los intereses estadounidenses en el Levante, la herida del Holocausto y el fanatismo pentecostal sirvieron para crear una narrativa pro sionista dentro de la mayoría de iglesias protestantes que emergieron en el Siglo XX y han prevalecido y hasta expandido su influencia en lo que va del Siglo XXI, enseñando entre la feligresía, con ánimo cuasi fetichista, la devoción a Israel como parte de la liturgia cristiana, adoptando incluso simbolismos propios del judaísmo cual si fueran amuletos y hasta asegurar que cualquier expresión que cuestione y condene el actuar del poder político israelí es motivo de maldición divina (como la muerte del mandatario venezolano Hugo Chávez, quien maldijo al estado de Israel; otra vez, malinterpretando lo escrito en Génesis 12:2-3).
Todo este herético galimatías surge de una malinterpretación del Salmo 122, que en sus versículos 6 al 9 dice “Pedid por la paz de Jerusalén; Sean prosperados los que te aman. Sea la paz dentro de tus muros, y el descanso dentro de tus palacios. Por amor de mis hermanos y mis compañeros diré yo: La paz sea contigo. Por amor a la casa de Jehová nuestro Dios Buscaré tu bien.” (RVR 1960). Sí, hay un imperativo de orar por la paz de Jerusalén, solo que hay pequeños detalles a considerar antes de tomar partido en una guerra donde quienes pagan son los inocentes:
Dicho lo anterior, es más fácil comprender porqué la constitución del estado de Israel ha transitado por tensiones constantes entre el pueblo palestino e israelí. Sin embargo, a lo largo de las décadas posteriores a tal acontecimiento, no han sido pocas las voces que cuestionan la historia oficial del estado israelí y desde el corazón del judaísmo proclaman reivindicaciones del pueblo palestino. Es así que a menudo se puede uno encontrar manifestaciones de judíos ortodoxos que reclaman la paz para con Palestina, el reconocimiento del estado palestino y el cese a las hostilidades contra la población palestina. Incluso se ha puesto de manifiesto que no hay razones para odiarse entre judíos y musulmanes, por el contrario, pueden convivir en paz, y es que, al final ¿No se supone que ambos son hijos de Abraham? ¿Dónde queda entonces la promesa de YHWH a Abraham, que “en ti serán benditas todas las familias de la tierra”?
Desde occidente, una sociedad cristianizada, y desde México, vasto conocedor del dolor que inflige la guerra y la invasión, no hay acto más nefasto e incongruente que tomar partido en el conflicto. Antes bien, debería existir la voluntad de procurar la paz, y esta solamente se logra apelando al corazón, al alma lastimada por la ambición.
¿Cómo pueden llamarse cristianos aquellos que “bendicen” operaciones militares donde mueren niños y personal que brinda apoyo humanitario? ¿Acaso el amor al prójimo predicado por Jesús (reconocido como profeta por los musulmanes y denostado por los judíos) se manifiesta en apartar la mirada de las violaciones a derechos humanos como las obstrucciones en el suministro de agua y alimentos y las invasiones a territorios? ¿Dónde queda, pues, la caridad, cuando desde los púlpitos se proclama la santificación del uso de la violencia contra aquellos que, teniendo otra profesión de fe, también son alcanzados por la gracia redentora del que, trabajando las tablas fue clavado en tablas?
Hace 504 años, octubre confrontó a la fe cristiana, siendo la Reforma Protestante un parteaguas en la profesión de fe. Hoy, los hijos del protestantismo vuelven a ser confrontados en octubre, poniendo en tamiz el amor al prójimo contra el fanatismo sionista.
Orar por la paz de Jerusalén no es, como muchos extraviados han predicado en los púlpitos, pedir a Dios por el triunfo del estado de Israel en su confrontación con las milicias de Hamás. Antes bien, ponerse en la brecha por la paz es pensar en los civiles inocentes que pagan con sangre la arrogancia de quienes detentan el poder político y las armas. En vano son las plegarias al Cielo que proclaman tomar mediante la violencia espacios simbólicos para la religión y para el poder, más bien, como pregonara el profeta Amós (5:21-24), se trata de que “corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo”. ¿Tiene algo de justo que las infancias crezcan entre escombros y heridas de metralla? ¿Hay buen juicio en dejar morir al prójimo por inanición y enfermedad?
La verdadera oración de paz por Jerusalén está en alzar la voz por los que no tienen voz, en reprobar de forma unánime la violencia y demandar justicia y bienestar para la población oprimida, pues “Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra; más cuando domina el impío, el pueblo gime” (Pr. 29:3).