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  • 25 Jun 2025
  • 18:06
  • SPR Informa 6 min

ECOLOGÍA INTEGRAL PARA UN MUNDO FRACTURADO

ECOLOGÍA INTEGRAL PARA UN MUNDO FRACTURADO

Por Uziel Medina Mejorada

Una visita al Real de Catorce, una charla en el Mesón de la Abundancia; anécdotas y reflexiones que conducen a entender la locura presente. La conversación gira alrededor de la peregrinación wixaritari hasta el cerro del quemado, el debate es acerca de una construcción destinada a “ayudar” en la realización de la ceremonia para el venado azul. -Ustedes los blancos- reproduce nuestra anfitriona las palabras de un peregrino wixárika -son muy extraños. Construyen cuartos para sus deidades, y dentro de ellas son reverentes, pero salen de ellas y hacen todo lo que sus dioses castigan, lo hacen así porque saben que no los ven. Nosotros estamos a la vista del padre sol, la luna y el viento”. Mucho que pensar al respecto, pensar acerca de la ética de la cultura occidental que hemos adoptado y abrazado como superior, pero ¿Superior a qué?

Así comienza esta reflexión acerca de la ecología integral, una disrupción tanto cosmogónica como ética, tanto teológica como política, una propuesta de civilización holística.   

Ha transcurrido una década desde la publicación de Laudato Si, la encíclica del Papa Francisco, hombre de fe transformadora y progresista que, a través de su pluma invitó al mundo a repensar el papel de la humanidad en el mundo, un mundo donde al menos una quinta parte de su población vive bajo el cobijo de la fe de la cruz y, sin embargo, ha abrazado la religión del consumo. 

En Laudato Si, Jorge Mario Bergoglio ayuda a entender la correlación que existe entre las catástrofes del mundo y su vinculación con el sistema mundial antropocéntrico; la crisis climática, la pérdida de biodiversidad, la virulencia, la guerra y la desigualdad no son fenómenos aislados, sino frutos diversos de una misma raíz, la ruptura personal y colectiva con el entorno, auspiciada por sistemas políticos y económicos alienados de la realidad material e inmaterial que coexisten en el planeta, persiguiendo glorias ficticias que vulneran el equilibrio ecosistémico.  

En el canto de San Francisco de Asís, el pontífice argentino encontró la inspiración para llamar a la reconexión de las esferas ambiental, social, económica, cultural, social y espiritual que conduzcan a los pueblos del mundo al cuidado de la casa común, asumiendo responsabilidad individual y colectiva, gubernamental, social y empresarial, para con el futuro, para el bienestar de las vidas futuras en este pedazo del cosmos que nos ha hospedado durante milenios. 

A partir de Laudato Si, la ecología adquiere una dimensión integral, una que no hace acepciones conceptuales ni disciplinarias, sino que entiende la necesidad de rescatar al planeta como una encomienda holística en tres ejes fundamentales: marco ético, solidaridad mundial y acción multilateral, y conversión de la energía en servicio. 

El marco ético propuesto nos convoca a dejar atrás las doctrinas tecnocráticas del uso y desecho y del extractivismo salvaje, procurado el equilibrio entre progreso y responsabilidad intergeneracional, asumiendo la tarea de la sostenibilidad a corto, mediano y largo plazo, brindando más peso en la toma de decisiones al principio precautorio por sobre la tergiversación del dogma de la experimentación, asumiendo la protección de la vida y el entendimiento de los costos en la vida misma por encima del beneficio simplemente económico inmediato.

En cuanto a la solidaridad mundial y acción multilateral, se comprende que la degradación del ambiente no es un fenómeno focalizado, sino transfronterizo, y que las afectaciones en una región generarán inestabilidad en otra, por ejemplo, la sobreexplotación en un rincón del planeta genera basura en el otro extremo, por tanto, los problemas globales deben atenderse desde la comunidad global, no desde el aislacionismo ni desde las asimetrías tecnológicas, más bien, la transferencia de las mismas desde los más desarrollados hacia los menos desarrollados, entendiendo que la institución global requiere de elementos técnicos a nivel local para logar sus objetivos. 

Dicho esto, es urgente convocar a un multilateralismo fraterno, no dominante, de lo contrario seguirán fracasando los llamados al desarrollo sostenible y a la paz, como ya ha demostrado una y otra vez la ONU al no poder resolver el aislacionismo llevado al veto del consejo de seguridad, así como las asimetrías en el peso de la opinión y decisión de sus miembros, lo que ha conducido al estallido de conflictos y violaciones sistemáticas a derechos humanos en total impunidad global. De igual forma es imperante que las naciones ricas, construidas sobre el despojo colonial, asuman su responsabilidad en función de la justicia climática frente al desastre ecológico.

 Respecto a la conversión de energía en servicio, es de vital importancia emprender acciones de abajo hacia arriba y de un extremo a otro, en transversalidad, no en verticalidad dominante, desde la vocación de servicio, ponderando el legado transgeneracional sobre el beneficio inmediato, repensando y rediseñando la urbanidad y la ruralidad y salvaguardando las identidades culturales. Ello implica apostar por un relevo generacional capaz de abolir la “ley del más fuerte”, fundamento del sistema capitalista, para construir comunidades solidarias y sobrias conectadas con su entorno social y ambiental.

En Laudato Deum, Francisco I alzó la voz por el clima y algo más que el clima al decir que "El mundo en el que vivimos se está derrumbando y puede estar llegando al punto de ruptura". No es difícil de verlo, la segunda década del Siglo XX ha estado atrapada en una espiral de caos global, comenzando con la pandemia de Covid-19 y la descomposición de acuerdos multilaterales en materia de responsabilidad ambiental y no proliferación de armas nucleares, agudizándose con las guerras entre Rusia y Ucrania y las confrontaciones económicas entre Estados Unidos y China, para llegar a un punto de quiebre donde la comunidad internacional se ha vuelto prácticamente inútil frente al genocidio en Gaza y la escalada bélica entre Isael e Irán, dejando ver la fragilidad del mundo y la insostenibilidad del mismo.  

Es innegable que la crisis global en su integralidad es consecuencia de la corrupción de prioridades en el uso de recursos, tanto naturales como financieros, humanos e institucionales. Ejemplo de ello ha sido la violencia en Medio Oriente. Mientras Estados Unidos apenas destinó alrededor de 1,300 millones de dólares para la ayuda humanitaria en Gaza, también destinó cerca de 18 mil millones de dólares para ayuda militar a Israel en el mismo conflicto, según datos de “The Costo f War Project.   

La moraleja de toda esta mala fábula es que acaparar destruye al de enfrente pero también conduce a la autodestrucción, por ello es urgente replantear el mundo en dirección opuesta al actual sistema de salvajismo civilizado. Ciertamente, cambiar las reglas del juego y dejar atrás esa voracidad implica la caída de ese sistema, algo que muchos temen por las repercusiones que pueda tener, apenas recuerdan las crisis financieras de 1929 y 2008, pero también es cierto que seguir en la línea de ese sistema es la caída total del mundo, y la aproximación a una III Guerra Mundial en pleno 2025 lo ha dejado a la vista.  

El mundo necesita dar un giro hacia la renovación moral que implica abandonar el consumismo desenfrenado y la autorrealización a través de la acumulación material, para, en su lugar, abrazar la otredad, la comunidad, asumir la responsabilidad individual y colectiva en los hábitos, adquirir comprensión del impacto que tiene la acción individual en la vida colectiva y viceversa, entendiendo que el éxito no radica en lo que acumulamos, sino en lo que preservamos, que, si todos a un mismo lugar vamos y nada nos llevamos, entonces debemos ocuparnos más en lo que dejamos, pues ahí está la verdadera trascendencia, en nuestro cuidado del otro, en vidas más significativas y libres de las ataduras de las posesiones.

El planeta clama por una renovación profundamente espiritual y urgentemente política donde el amor al prójimo guíe la voluntad pública por encima de la competencia; es la cultura del cuidado como política, la dignidad hecha costumbre, la justicia fluyendo como río. 

Hagamos una pausa y veamos el mundo. La civilización no está en los mercados, ni en las armas, ni en el poder, antes bien está en el espíritu de aquello que el dogma capitalista ha despreciado como anticuado y subdesarrollado, la conexión espiritual y material del individuo y de la comunidad con el planeta.