Aunque el proceso electoral en los Estados Unidos ha llegado a su fin, Trump continúa utilizando una estrategia discursiva que, lejos de apuntar a una transición hacia el poder, parece más bien una continuación de su campaña. En este contexto, es crucial reflexionar sobre el rol de Trump en este momento político y cómo su discurso sigue influyendo en los eventos internacionales.
Trump no es aún el presidente de los Estados Unidos, pero su retórica sigue siendo fuerte y su presencia imponente. El uso de un discurso amenazante, particularmente en relación con México y su política arancelaria, forma parte de una estrategia para intentar consolidar un liderazgo autoritario, tanto a nivel regional como global. La amenaza de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas, aunque no tiene base en un mandato presidencial real, cumple una función específica: mantener la tensión, generar incertidumbre y reforzar su imagen de poder frente a los votantes estadounidenses que lo ven como un hombre capaz de defender los intereses nacionales de manera tajante.
La clave aquí es que Trump no es todavía el presidente, y por ende, no tiene poder ejecutivo para implementar ninguna de estas políticas. No obstante, su discurso sigue siendo utilizado como una herramienta para posicionarse como un líder fuerte, capaz de influir incluso antes de asumir el cargo. Esta estrategia no solo apunta a Estados Unidos, sino también a la región. Su mensaje busca subrayar la fragilidad de los gobiernos extranjeros y la disposición de Estados Unidos a tomar medidas unilaterales que afecten las economías de sus vecinos, especialmente de México, su principal socio comercial.
Ahora bien, el desafío para los gobiernos de América Latina, y particularmente para México, es cómo reaccionar ante estas amenazas. En términos de estrategia política y de imagen, responder a Trump en este momento puede tener efectos contraproducentes. Al no ser presidente, Trump sigue siendo un actor político que está ejerciendo presión sin la capacidad de materializar sus propuestas. Cualquier respuesta directa de un mandatario en funciones solo alimentaría su narrativa, mostrándolo como un enemigo al que es necesario confrontar, lo que, a su vez, le daría aún más visibilidad y relevancia en el debate público.
La diplomacia debe ser más inteligente que impulsiva y la prudencia debe prevalecer.
Es importante entender que, aunque el discurso de Trump es provocador y está diseñado para generar reacciones, su verdadero poder aún no está en sus palabras, sino en la posibilidad de hacerlas realidad cuando asuma la presidencia. La comunidad internacional, y en particular los países vecinos de Estados Unidos, deben navegar este período con cautela, sin apresurarse a responder a un discurso que, en muchos sentidos, aún es solo eso: un discurso.
La influencia de Trump en la agenda internacional sigue siendo considerable, pero no debemos perder de vista que su discurso actual es más una extensión de su campaña que una política de gobierno oficial. Los líderes regionales deben tener la sensatez de no involucrarse en su juego retórico, ya que hacerlo solo le otorga a Trump la ventaja que busca: la visibilidad y la construcción de un liderazgo autoritario que aún no ha sido confirmado por las urnas. La prudencia y la moderación son las mejores herramientas para contrarrestar su poder.