La información y su trasmisibilidad son elementos fundamentales en las relaciones sociales, ya que como especies pensantes procesamos una gran cantidad de información a cada momento, misma que depende directamente de la capacidad sensorial de cada persona. En este proceso nuestra labor de receptores y procesadores de información presenta serias limitantes, tal como la incapacidad de verificar si la información es verdadera o falsa, ya sea por una disfunción sensorial o porque la verificación de la información resulta una tarea irrealizable individualmente, por lo cual tenemos que confiar en aquellos actores con más capacidades de recabo y verificación de información.
En este proceso la posibilidad de imponer, promover o construir verdades en torno a diversos hechos se revela como una capacidad de poder en si misma, la cual es ejercida a través de distintos mecanismos y se deriva, a su vez, de otras capacidades, tal como el dinero, el poder político, el sustento científico o el ejercicio de la violencia.
Sin embargo, conforme los medios de transmisión de información se masificaron y diversificaron, junto con un estilo de vida más liberal, las verdades establecidas tradicionalmente comenzaron a verse amenazadas por nuevas voces, cuya autoridad muchas veces depende únicamente de la credibilidad que su audiencia deposita en su figura, aún cuando no puedan sustentar o comprobar lo que dicen; lo que implica un potencial liberador, así como un riesgo desinformativo latente.
Es así como la tecnificación de los canales de transmisión de información también vino acompañada del establecimiento de nuevos tipos de interfases, lo que abrió la puerta a novedosas opciones como en la comunicación (uno-uno, muchos-uno, uno-muchos y demás), así como en la creación, medición y distribución de información (contenido). En este proceso el equilibrio de poder y capacidad para imponer verdades se diversificó, más no se descentralizó, tal como se suele decir, ya que tomó forma de plataformas, las cuales son negocios centralizados que se conforman con la labor constante de los consumidores, ahora también convertidos en productores; dichas empresas no sólo han transformado la dinámica informática a gran escala, sino que también se han conformado en nuevos monopolios, los cuales no sólo NO han desplazado a poderes tradicionales como el financiero, sino que han generado relaciones bastante estrechas.
Lo anterior es importante debido a que las plataformas han impactado la esfera de la información y el establecimiento de verdades en tres niveles: el primero es debido a la habilitación de canales por los cuales diversos actores (tradicionales y no tradicionales) muestran y diseminan contenido, haciéndose de diversas audiencias en el proceso; por otro lado, las plataformas se han convertido en un poder revisor de la verdad, el cual establece diversos filtros sobre lo que debe considerarse dañino para la sociedad y que no, como si estos negocios fueran los guardianes de la información en la sociedad, tal como Musk y su (imaginaria) cruzada en pos de la “verdad”. Por último está el modelo de negocios promovido por las plataformas, el cual es denominado “capitalismo de datos”, éste consiste en un modelo productivo que se basa en la medición, competencia y optimización constante de las relaciones humanas, en donde la principal métrica de éxito es la atención y el tiempo gastado, dejándose de lado aspectos como la veracidad o los beneficios para la sociedad en general.
En este escenario es necesario señalar que las empresas de plataformas y tecnología no se gobiernan solas, sino que tienen intrincadas relaciones con el conglomerado empresarial y financiero a nivel mundial, así como también vínculos bastante estrechos con la clase política, no sólo porque son actores sujetos a las leyes y el interés nacional de sus países, sino porque también estas empresas hacen labor de cabildeo para asegurar menos regulaciones a sus negocios. Por tanto, las plataformas forman parte de las capacidades nacionales de poder en el contexto mundial, no sólo en el ámbito económico, comercial y financiero, sino también en la esfera informativa y el sistema político.
Lo anterior cobra relevancia a la luz de las guerras de la información que se han desatado a nivel internacional, en donde los países han echado mano de su arsenal no cinético para dominar las mentes de la población mundial y con ello, hacerse de una opinión internacional positiva a sus causas.
Tan sólo hay que recordar qué pasó cuando inició el conflicto armado entre Rusia y una Ucrania respaldada por la OTAN, en donde los primeros meses vimos un cambio profundo en las políticas de diversas plataformas y páginas en internet, las cuales no sólo establecieron líneas rojas en lo que se podía decir o no sin ser sancionados, sino que la aplicación de las tan conocidas “políticas comunitarias” se hizo de manera arbitraria, permitiendo en algunos países el llamamiento a ataques con razón de nacionalidad y etnia, específicamente en contra del pueblo ruso.
Esta situación no sólo NO ha mejorado en los casi dos años de conflicto Rusia-Ucrania, sino que también se ha extendido a otras latitudes, tal como pasó con el caso de Israel y su desproporcionada y sanguinaria reacción a los ataques terroristas del 7 de Octubre, en donde las plataformas, en conjunción con los medios tradicionales de comunicación, han llevado a cabo diversas operaciones para minimizar el impacto negativo a la imagen internacional de Israel, así como para reducir la presencia informativa pro Palestina en la web; algo que atenta directamente contra derechos como la libertad de expresión, la libertad de tránsito de la información o el derecho de contar con información veraz y objetiva.
Entonces, si las plataformas antes de ser una solución, forman parte del problema y lo profundizan, ¿Cómo luchar contra la desinformación en un país cuya población y gobierno no están dispuestos a seguir los dictados y necesidades comunicativas e informativas de otros países?
Para comenzar, es necesario quitarle su estatus casi sacro a la web y las plataformas y empezar a señalarlas como lo que son: medios, estructuras y actores que participan en la contienda por el establecimiento de verdades a nivel local, nacional y mundial. Ya que casos como el de Rusia-Ucrania o Israel-Palestina ponen el relieve el riesgo que es dejar que las plataformas, sus dueños y reguladores decidan unilateralmente qué es verdad o riesgoso para el tejido social.
En general, la lucha contra la desinformación no debe significar el establecimiento de verdades únicas, sino la garantía de la libertad de expresión con responsabilidad social y sustentado en rigor periodístico, académico o científico.
Asimismo, la verdad debe de despojarse de su carácter de mercancía y ser dotada de objetividad, ética y valor público, social y nacional, ya que es importante recordar que la información ES un derecho y NO un propiedad,
En este respecto México tendría la obligación de regular el comportamiento de las plataformas cuando éstas se erijan como censores y portadores de la “verdad”; y ya que el país está parcialmente atado de manos debido a su cercanía y dependencia hacia Estados Unidos, la mejor forma de lograr tal regulación sería si México se adhiriera a otros países e iniciativas internacionales para tener un peso suficiente que haga que las plataformas no ejerzan su poder directamente, tal como está sucediendo en Europa o Canadá, este último bastante exitoso a la hora de lograr que empresas como Google paguen una cuota justa por usar el trabajo de medios de comunicación.
Otra medida sería aumentar sustancialmente la inversión en medios públicos y fortalecer la presencia digital del estado, preferiblemente por acuerdos devenidos de una regulación más estricta y no por el pago de publicidad y otros espacios digitales, lo que implicaría también la necesidad que el Estado fortalezca su presencia y herramientas digitales.
En conclusión, si bien no se puede volver a ese estadio previo al mundo digital, es posible lograr que las plataformas y otros negocios digitales sean más responsables y cuidadosos a la hora de censurar o facilitar la diseminación de falsedades; además, también es posible nivelar el escenario de ventajas y beneficios económicos en los cuales operan los grandes negocios de plataformas y redes sociales, para lograrlo es necesario una regulación dinámica, internacional y transformativa, la cual no centre su atención en aspectos como el diseño algorítmico, sino que atienda las causas iniciales, tal como el capitalismo de datos o las desproporcionadas capacidades de poder de ciertos actores.