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  • 03 Jun 2024
  • 14:06
  • SPR Informa 6 min

La de Iztapalapa al poder

La de Iztapalapa al poder

Por Diego Valdez .

Hasta hace no tanto, la narrativa de la sociedad capitalina tenía como referente de lo malo, lo peligroso y lo marginado a Iztapalapa, y a los de Iztapalapa. En el imaginario colectivo, ser de Iztapalapa o vivir en Iztapalapa, era sinónimo de falta de clase y de todos los tipos de pobreza, la cultural, la económica, la académica...

Lo mismo pasaba con todas las palabras que tuvieran relación con el mundo indígena: “indio”, “naco”, “náhuatl”, “nahual”... Era normal que la élite tomara como referencia de lo malo o lo indeseable, a toda la población que vivía lejos de ellos en condiciones de pobreza y de lo que ellos llaman atraso.

Con 300 años de colonia y 200 de muchos gobiernos afrancesados o agringados, dieron como resultado un país terriblemente racista y clasista. Tanto que hasta entre las clases populares se escucha aún decir frases como: “hasta la basura se separa” o, con perdón de los perritos que no tienen qué ver con las absurdas diferenciaciones que hacen los seres humanos, “hasta en los perros hay razas”, dando así la razón al discurso clasista de los privilegiados quienes, autonombrados herederos de los conquistadores, imitan sus mejores virtudes: la voracidad, el clasismo, la discriminación y la explotación.

Pero, en 2018 algo comenzó a cambiar cuando el presidente López Obrador no sólo puso a los pobres en el centro de la narrativa del poder, sino que sacó a los indígenas de la marginación discursiva que tuvieron desde siempre (sin olvidar que en 1994 el EZLN les dio un lugar en el escenario político). Ahora, por ejemplo, decir “naco” comienza a tener una connotación negativa; es decir, usarlo para denigrar a alguien, no es bien visto. El presidente ha hecho referencia a esta palabra más de una vez en la mañanera, explicando que su origen tiene que ver con los totonacas.

            Lo mismo va a comenzar a pasar (sino es que ya comenzó) con los significados negativos de la palabra Iztapalapa y todo su campo semántico, pues hay mucho de simbólico en que una mujer que nació, creció, estudió y luchó por Iztapalapa, vaya a ser la próxima Jefa de Gobierno. No se trata sólo de que sea mujer – que por sí mismo eso no es suficiente – , sino de que Clara Brugada es una mujer que trae consigo el “estigma” de haber crecido en la alcaldía más grande de la ciudad, la más olvidada, la más llena de baches, la más insegura, la de menos servicios, la misma que se ha asociaba con lo malo, lo sucio, la que estaba alejada de la modernidad de Reforma y sus grandes jardines y edificios. 

            Ha de ser un trago difícil de pasar, pero una mujer de abajo y de izquierda será la gobernante de una ciudad que ha sido construida con las manos y los corazones de los más pobres, de los desplazados, de los olvidados, de los nadies. Es una gran noticia porque significa que la narrativa impuesta por la élite ha retrocedido; que ahora la ciudad será gobernada por alguien que viene de esa Iztapalapa lejana, asociada a lo peor que la ciudad tenía; porque viene a cambiar la narrativa y dejar claro que la gente pobre, la gente del pueblo, es honesta, es capaz y tiene el derecho de ser el centro de la política pública de la ciudad.

            La de Iztapalapa al poder y con ello la resignificación de todo un sector de la sociedad que había sido ignorado y maltratado por el discurso dominante de quienes se creían amos, dueños y señores de nuestra ciudad.