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  • 24 Mar 2023
  • 18:03
  • SPR Informa 6 min

Energía coyuntural, transformación transexenal

Energía coyuntural, transformación transexenal

Por Uziel Medina Mejorada

La celebración del 85 Aniversario de la Expropiación Petrolera estuvo marcado por el simbolismo, la organización popular, el fervor soberanista y el músculo de la transformación, con un Zócalo desbordado en una auténtica fiesta nacional que congregó a personas de todas las edades, géneros y localidades con la convicción de que solo el pueblo puede salvaguardar al pueblo, que solo con el pueblo se puede alcanzar la paz y la justicia. 

En su discurso, el Presidente Andrés Manuel López Obrador no perdió oportunidad para dar, como ya es tradición, una cátedra sobre la historia nacional, ofreciendo un análisis con paralelismos entre los acontecimientos pasados y presentes, recordando así la importancia de comprender los hechos, sus causas y sus consecuencias, a fin de evitar los errores del pasado y mejorar las expectativas a futuro.

Las referencias sobre Francisco I. Madero, apóstol de la democracia, como lo suele llamar, son quizá las más crudas y sinceras. Si bien, ha sostenido su legado como un baluarte para la democracia, también le ha reprochado no haber prestado la suficiente atención a lograr y mantener la cercanía con el pueblo, razón por la cual se encontró expuesto a los embates del conservadurismo, situación que habría de cobrarle la vida. 

En dicha reflexión, el Presidente ha encontrado la inspiración para no abandonar las calles, para mantener activa la movilización, consciente de que para transformar a una nación no basta con ocupar la silla del águila, sino resistir las embestidas del conservadurismo, acompañado del respaldo popular, ese que durante décadas ha mostrado su fuerza en las calles, feroz, indoblegable ante las represiones de antaño y por el cual existe y subsiste el proyecto de transformación de la vida pública.

La hoja de ruta para el humanismo mexicano presentada en el Zócalo de la Ciudad de México se sostiene de dos pilares revolucionarios que son la vocación democrática maderista y la cercanía popular cardenista, teniendo como sectores prioritarios al campesinado y el sindicalismo, por lo que se puede leer que el siguiente paso en la construcción de la república amorosa es la reestructuración de las organizaciones obreras y campesinas, de cara a una reconfiguración de las estructuras geopolíticas que impactarán de manera directa en la clase trabajadora. Así como la expropiación petrolera sentó las bases para la soberanía nacional a través de la rectoría del Estado sobre los energéticos, el Estado mexicano se enfrenta al reto de guiar y garantizar que el empleo dignifique al trabajador, esto a través de la generación de condiciones que favorezcan el trabajo local para disminuir la migración por motivos de supervivencia económica. 

El sector campesino aquí cobra mucha relevancia, retomando el pensamiento de Carlos Pellicer: “Que coman los que nos dan de comer”. Por ello no es extraño el esfuerzo por erradicar los organismos genéticamente modificados que esclavizan al pequeño productor y que amenaza la subsistencia de la diversidad en las especies nativas de semillas como el maíz. Impulsar la productividad es el siguiente reto, uno muy grande. En cuanto al sector obrero, asegurar el cumplimiento cabal de los derechos laborales frente a la ola del nearshoring, garantizar la competitividad y mejorar el poder adquisitivo del salario es condición inalienable de la cuarta transformación; esta es la manifestación del humanismo mexicano, el amor al pueblo. 

López Obrador no ha dejado pasar la ocasión para enfatizar el éxito en las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, socio, vecino y muchas veces pesadilla para México. La pericia y la dignidad han permitido construir lazos de cooperación regional que catapultan a México como bisagra geopolítica, por lo que se dejan atrás los días de sumisión para dar paso a la cooperación desde el respeto a la libre autodeterminación de los pueblos. 

Ante esta coyuntura, llena de convulsiones alrededor del mundo, el paralelismo más fuerte ha sido el de la relación entre México y Estados Unidos durante el mandato de Franklin D. Roosvelt, evocando coyunturas de desbalance económico y la inminente II Guerra Mundial, situación no tan distinta a los actuales tiempos de inestabilidad global provocada por la pandemia de Covid-19 y la confrontación armada entre las potencias occidentales a través de Ucrania y Rusia, con riesgos de escalada global, además de la reciente incertidumbre en los mercados financieros. Ante este conjunto de circunstancias, en el pasado y el presente, no han faltado vesanias del conservadurismo, de vocación entreguista, beligerantes, tramposos. Ahora más que nunca debe prevalecer la prudencia, la proclividad por la salida política a la paz, la interlocución y la cooperación para el desarrollo, siempre desde el respeto a nuestra soberanía.   

Tiempos del Obradorismo y tiempos del Cardenismo tienen por común el reagrupamiento de la derecha, recalcitrante, obtusa, violenta, mezquina, echando mano de la maquinaria propagandística de los medios masivos de des-información, tejiendo alianzas con pregoneros del supremacismo, dispuestos a despojar al pueblo de sus bienes y derechos con tal de preservar sus privilegios. 

Como en tiempos de Cárdenas, Obrador advierte un clima hostil alrededor de la transformación, antagonismos internos y externos que procuran detener o entorpecer la lucha que hoy se emprende desde el gobierno democrático, por ello sentencia que ante estos tiempos no se admiten zigzagueos ni medias tintas, antes bien, tanto militantes como simpatizantes del movimiento deben fortalecer el proyecto transformador mediante el anclaje en los principios del humanismo mexicano; esto es, ver primeramente por los pobres, preservar la soberanía, eliminar los privilegios al amparo del poder público y absoluta lealtad al pueblo que ha ofrecido su confianza a los militantes de la cuarta transformación: con el pueblo todo, sin el pueblo nada. 

La coyuntura global presenta retos de gran calado para la continuidad, la aspiración a la sucesión presidencial tendrá que garantizar que la transformación siga, adecuándose a las exigencias del nuevo orden mundial, por lo que quien desee ser electo por el pueblo como sucesor, deberá exponer un proyecto de nación resiliente frente a los golpes externos e internos. Continuidad con cambio, esa es la consigna. 

La alusión a la sucesión cardenista, donde se opta por Manuel Ávila Camacho, conocido por una postura moderada, no es cosa menor. Si se desea que México recupere su influencia geopolítica y con ello alcance el desarrollo deseable, habrá que presentar ante el mundo señales tranquilizantes, ajenas a la polarización ideológica, con la capacidad de negociar y acordar sin titubeos ni servilismos, antes bien, dar prueba de que se puede alcanzar el entendimiento entre los poderes políticos y económicos, llevando a México a una nueva etapa de desarrollo, desde el profesionalismo político y el estrecho acercamiento popular.