A diferencia de otros movimientos y conflictos sociales que suelen ser capturados por el poder, los poderes fácticos, o simplemente perecer en su intento de cambiar el rumbo de la historia, es necesario recordar que en México, al menos en un principio, fueron los revolucionarios quienes triunfaron y lograron imponer sus ideales a través de un partido: el Revolucionario Institucional. Así, consiguieron representar principalmente a los movimientos campesinos y obreros que enfrentaron décadas de feudalismo porfirista desde la trinchera de la dignidad.
Por ello, hay que preguntarnos seriamente: ¿quién podría haber predicho que el destino de este partido histórico sería sellado por un narcisista con niveles ridículos de botox en su cara, un historial impecable de corrupción lleno de propuestas indecentes y un completo desprecio por la realidad? En ese sentido, es difícil imaginar un escenario más absurdo y surrealista que el de Alito Moreno reeligiéndose por tercera ocasión, para terminar de devorar lo que alguna vez fue el partido que consolidó los ideales revolucionarios y replanteó el Estado en general.
Alito Moreno, con su sonrisa plastificada y su ego delirante, merece crédito únicamente por haber logrado lo que muchos consideraban imposible: acaparar el PRI como si fuera un pequeño reino personal, ya que este mini monarca ha transformado un partido históricamente enorme en uno que hoy apenas captura el 10% del interés de los votantes mexicanos, según los resultados de las elecciones de 2024.
En este contexto, resulta desconcertante que un personaje responsable de la mayor crisis partidista en la historia del PRI haya logrado mantenerse en el poder con el apoyo del 97% de los militantes priistas. Este nivel de consenso es tan atípico en un partido democrático que haría sonrojar a figuras como Putin, Bukele o Modi, quienes, a pesar de sus regímenes autoritarios, o su gran popularidad, nunca alcanzan tales niveles de unanimidad.
Por otra parte, el PRI, aunque no fue el partido con menor porcentaje en las elecciones recientes—ese honor le corresponde al finado PRD, que no alcanzó el mínimo del 3% para conservar su registro—, ha visto cómo partidos como el PT y el Partido Verde le respiran en la nuca e incluso otros como Movimiento Ciudadano lo superan por poco más de medio millón de votos a nivel nacional. Y, sin embargo, el PRI sigue estancado, sin posibilidad de renovación, mientras Alito se aferra al poder por tercera vez, para la ira de los priistas de antaño. Esto explica como personajes como Beltrones, Osorio Chong, Alejandra del Moral, Alfredo del Mazo, y Labastida Ochoa, que al menos intentaban mantener una fachada de corrupción profesional, con mucha frustración han optado por renunciar o alejarse del que alguna vez fue su partido, mientras este se hunde cada vez más y más en el lodo.
Un caso interesante fueron los comentarios que hizo Manlio Fabio Beltrones, en una reciente entrevista con Joaquín López Dóriga al respecto, donde describió a la perfección la estrategia de Alito para enquistarse en el PRI y viene desde sus días como dirigente del Frente Juvenil: rodearse de aduladores y cambiar las reglas a su favor para reelegirse y enquistarse sin pudor alguno. ¿Suena familiar?, ¿no? Alito no ha cambiado, solo ha escalado en el mismo juego sucio, pero ahora con consecuencias mucho más graves para el PRI y con alcances mucho mayores para la política nacional.
Mientras esta trama se desenvuelve, el PRI, atrapado en el pasado, se desmorona bajo el peso de su liderazgo fallido. Con Alito Moreno al timón, el partido parece destinado a desaparecer, ya que lo que realmente necesita es alguien con inteligencia y visión, como Beatriz Paredes o Labastida Ochoa, que pueda recuperar algo de credibilidad. Pero con Alito al frente, esto es solo un sueño lejano. Esta decadencia se refleja incluso en detalles simples como la marca del partido. Los partidos de tres letras, afectados por sus escándalos y por un cambio en el paradigma publicitario, están en evidente declive. En contraste, los partidos que experimentan mayor crecimiento—como MORENA y Movimiento Ciudadano—utilizan nombres que son frases completas y colores que resuenan con el electorado moderno. Se alejan de los clásicos azul, rojo y blanco para adoptar colores como el naranja y el guinda, que además suelen ser más claros en su mensaje y marketing político.
El caso del PRI de Alito se percibe como cuando se filtra el final de una serie: no porque alguien lo haya contado antes de tiempo, sino porque el desenlace es tan obvio que cualquiera lo podría prever. El PRI será el próximo partido en perder su registro, y Alito Moreno será recordado como el artífice de su caída, su verdugo, su sepulturero. No serán el PT ni el Partido Verde—que permanecen sólidos gracias a su alianza con MORENA— los que se vayan, sino el Partido Revolucionario Institucional, el partido que alguna vez fue símbolo de poder en México, que ahora está reducido a un vestigio decadente de lo que alguna vez fue, gracias a la herencia del peñismo y la ineptitud de su actual líder.
Sin duda es una lástima que un partido que tanto aportó a la creación y la forma del Estado moderno y las instituciones mexicanas, albergando tanto a personas y movimientos brillantes como a individuos oscuros y peligrosos, termine de esta manera. Finaliza una era en la política mexicana, donde nos iremos despidiendo de un partido lleno de claroscuros, pero de un valor histórico indiscutible.