Si bien el Progresismo Latinoamericano es una corriente política y filosófica vanguardista, tiene fundamentos ideológicos en experiencias del pasado; una de las que más marcaron época es la Revolución Cubana.
En Cuba se tuvo la primera revolución socialista del continente y el caso más perdurable. Surgió con el Movimiento “26 de julio” en 1953 y triunfó el 31 de diciembre de 1958 después de 5 años de lucha. Es el movimiento social que marcó pauta para que en otros países latinoamericanos se dieran levantamientos con ideas similares.
Tuvo fuertes repercusiones a nivel internacional ya que la confrontación directa con el gigante estadounidense rompió paradigmas. La Revolución erigió el símbolo latinoamericano de la lucha antiimperialista, transformó la relación de un país latino con Estados Unidos y con el tsunami capitalista que golpeaba con fortaleza, aportó elementos osados en torno a cómo llevar a cabo una política económica, nacionalizó empresas extranjeras, apostó por la atención a la población vulnerable y dirigió sus relaciones comerciales y militares con el exterior pese al bloqueo económico del que fue víctima.
El embate estadounidense fue franco. Con las hostilidades y las sanciones, La Revolución se encontró con muchos obstáculos para la consecución de sus objetivos, pero más allá de las dificultades del caso cubano y del debate de su éxito o fracaso, debemos entender el fuerte antecedente que significó para el resto de los países de la región.
La Revolución de la Isla tuvo un papel protagónico en los movimientos socialistas latinoamericanos del siglo XX, también, es una de las bases que el Progresismo toma como fundamento histórico e ideológico para sostener su modelo.
La primera ola progresista latinoamericana que dio lugar a gobiernos populares a partir de 1999, tuvo un declive que el neoliberalismo aprovechó para tomar un segundo aire en la región y recuperar gobiernos nacionales en donde parecía que sería difícil que volvieran a hacerse del voto popular.
Desde la década de 1980, se impulsó este modelo hegemónico capitalista impulsado por Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos. Fue respaldado por las principales instituciones financiera a nivel global, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio.
La lógica de este sistema es maximizar las ganancias de los dueños de los grandes capitales y mantener al grueso de la población marginada y ocupada en subsistir en el día a día, viviendo en condiciones no dignas para el desarrollo humano.
Entre las medidas principales que tal sistema venera están las siguientes: la liberalización económica y financiera, la desregulación de los mercados, la privatización de las empresas estatales, la apertura de las economías nacionales al mercado global y la precarización del trabajo (entendido esto como la falta de garantías de condiciones socioeconómicas mínimas y suficientes para la supervivencia y dignificación de los trabajadores).
Para hacer frente a estas medidas depredadoras, surgieron grandes líderes con proyectos de gobierno que representaron una afrenta a la aspiración capitalista global. Se basaron en ideas vanguardistas y alternativas cuyo fin era superar ese sistema dañino y enfocarse en el bienestar del pueblo.
La llamada Segunda Ola Progresista Latinoamericana surge en el 2018 con el presidente Andrés Manuel López Obrador, y qué mejor regreso del Progresismo, que con un gran líder mexicano que se ha posicionado como referente a nivel regional, manteniendo una relación cordial con Estados Unidos, pero a la vez marcando distancia y posicionándose sólidamente en temas coyunturales.
Otros personajes que han logrado triunfos electorales y que se han sumado a esta segunda ola son:
Alberto Fernández, Argentina (2019); Luis Arce Catacora, Bolivia (2020); Pedro Castillo, Perú (2021); Xiomara Castro, Honduras (2022); Gabriel Boric, Chile (2022); y Gustavo Petro, Colombia (2022).
Todos ellos y ellas son grandes personajes que están abonando, cada quien con sus propios matices y particularidades, a la prosperidad de nuestros pueblos.
Se pronostican también victorias importantes, como la de Lula Da Silva, en Brasil, que después de las elecciones de primera vuelta el 2 de octubre pasado, en donde obtuvo más de 57 millones de votos (48.4% del total), se enfrentará cara a cara con el actual presidente ultraconservador Jair Bolsonaro por el gobierno de la principal economía de América Latina.
A todos los gobiernos progresistas se les debe de dar el voto de confianza, pero también se deben señalar los errores o cambios de rumbo para poder identificar a quienes llegan al poder con una bandera, pero estando en él, actúan contradictoriamente.
Globalmente estamos en momentos de indefiniciones: ni el neoliberalismo se permite superar sus propias contradicciones y consolidarse hegemónicamente, ni los diversos progresismos logran perdurar en el tiempo. Esto nos lleva a vislumbrar un lapso caótico de victorias y derrotas alternadas de cada una de las dos propuestas.
Las sociedades no pueden vivir en indefiniciones, más temprano que tarde elegirán una salida. Y para que no exista el riesgo de que el neoliberalismo resurja con fuerza, el Progresismo Latinoamericano debe proponer una serie de reformas de segunda generación que consoliden los programas ya iniciados en torno a la igualdad, a la redistribución de la riqueza y al bienestar de la población acordes al momento histórico y político muy particulares de cada nación.
Así mismo, la doctrina filosófica de valores morales y dignificación de la persona se tiene que profundizar y hacer una realidad tangible, sobre todo en un contexto en donde la dinámica global obliga a las sociedades a alejarse cada vez más de los valores y de la glorificación de la vida como máxima superior.
Mientras haya un alma con ideales de transformación, hay esperanza.