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  • 30 Jun 2023
  • 23:06
  • SPR Informa 6 min

Diario de la Victoria: 1 de julio de 2018

Diario de la Victoria: 1 de julio de 2018

Por Jenaro Villamil Rodríguez

Al filo de las 16:00 horas del 1 de julio de 2018 caminé por el pasaje del Metro Zócalo. Venía de un intento fallido por entrar a la sala de prensa del Instituto Nacional Electoral, epicentro del monitoreo de las elecciones presidenciales. En el trayecto de Periférico Sur al Centro Histórico, comencé a sentir que la información que me llegaba de manera directa y a través de redes sociales reflejaban un auténtico fenómeno de votación masiva en todo el país. Todo apuntaba a una victoria contundente de Andrés Manuel López Obrador.

Los mexicanos en edad de votar desbordaron las casillas. Desde las 14:00 horas ya se había rebasado el 60 por ciento de la votación y aún faltaban 4 horas para el cierre de las urnas. Un viejo conocido de los círculos de la inteligencia mexicana me compartió los números en el “cuarto de guerra” del PRI en esa tarde luminosa del domingo: López Obrador tenía el 43 por ciento de la votación; el panista Ricardo Anaya tenía el 22 por ciento y José Antonio Meade se hundió al tercer lugar con 18 por ciento.

Horas después nos enteraríamos que López Obrador ganó por más de 53 por ciento: 30 millones de votos, una cifra histórica, el doble de lo que el ex jefe de Gobierno capitalino recibió en 2006.

Había descontento por la escasez de boletas en poco más de 1,500 casillas especiales. El INE entregó sólo 750 en estos centros de votación para los ciudadanos en tránsito que fueron desbordados en la joranda dominical. Algo similar ya había ocurrido en las elecciones del 2012.

Los reportes de incidentes eran varios, pero ninguno que pusiera en riesgo la jornada nacional y las contiendas en 9 entidades. La Fiscalía Especializada para Delitos Electorales (FEPADE) contabilizaba 1,106 denuncias y 187 detenidos. El mayor número de irregularidades se registró en Puebla (127), en la Ciudad de México (51), Estado de México (46), Oaxaca (29) y Veracruz (25).

Recordé que en las elecciones presidenciales anteriores, el número de incidentes reportados fueron mucho mayores. A menor presencia de los ciudadanos en las urnas, mayor posibilidad de que hubieran irregularidades.

Algo sucedía en el ambiente: el gobierno federal, el aparato anquilosado y dañado del fraude electoral no estaba operando a gran escala.
Recordé lo que dijo López Obrador en el momento de votar en la casilla de Copilco que le correspondía. Acompañado de su esposa Beatriz Gutiérrez y en medio de una nube de reporteros, camarógrafos, fotógrafos, seguidores, reiteró que esperaba que el presidente Enrique Peña Nieto cumpliera con su compromiso de “sacar las manos” de la contienda.

Todos estos elementos me vinieron a la mente mientras caminaba por el pasaje del Metro Zócalo. Antes de salir a la mítica plancha sentí una emoción que comenzó a desbordarme. 

Se me nublaron los ojos. Era inevitable. Me cayó encima la historia y el periodismo. Una intuición se transformó en certeza: este 1 de julio, López Obrador encabezará una victoria irreversible, con el apoyo de millones de mexicanos.

Sentí que volvía a nacer. 

A mis 48 años, me dije, voy a ser testigo del verdadero derrumbe de un sistema, de un régimen, de una arquitectura de simulación democrática que impidió desde 1988 (treinta años atrás) la llegada de la izquierda al poder presidencial.

Sentí felicidad y tristeza, pero también esperanza y miedo.

Felicidad por ser testigo del derrumbe de un régimen de simulación desde el discurso falso de la “transición a la democracia” que nos dejó una estela de corrupción y de simulaciones inenarrables.

Tristeza porque muchos amigos entrañables, especialmente Carlos Monsiváis, no alcanzaron a vivir este momento. ¡Cuántos ausentes en esta auténtica revolución ciudadana y pacífica!

Esperanza por la convicción de que una enorme fuerza social y popular lograba vencer a la cleptocracia mediática, económica, financiera, intelectual y política.

Miedo porque la historia mexicana nos enseñó que los cambios más profundos en nuestro país venían precedidos de cruentas guerras civiles. Así fue en la Guerra de Independencia, igual en la Guerra de Reforma y ni hablar de la Revolución Mexicana.

Después de grabar un Facebook Live desde el Zócalo me fui a la Alameda, frente al Hotel Hilton, donde estaba el “cuarto de guerra” de López Obrador.

Los primeros resultados de las encuestas de salida indicaban que AMLO ganaba por más de 50 por ciento de la votación y Claudia Sheinbaum estaba arriba en la elección para Jefa de Gobierno capitalino.

“¡Es un honor estar con Obrador!”, gritaban los cientos de ciudadanos que comenzaron a juntarse en la avenida Juárez, frente al Hotel Hilton de la Alameda.

Consulta Mitofsky arrojó al filo de las 20:00 horas el primer resultado que conmocionó a la opinión pública: López Obrador estaba arriba con 53 por ciento; Anaya tenía el 22 por ciento y Meade registró entre 15-16 por ciento. No hubo “empate técnico” alguno entre Anaya y Meade. Y el derrumbe del PRI era total. 

Casi al filo de las 21 horas apareció el candidato priista José Antonio Meade para afirmar que “los resultados no nos favorecen” y reconoció que “todo apunta a la victoria de López Obrador”.

El gesto de Meade aceleró todo lo demás.

Poco después apareció Anaya. Admitió su derrota y resaltó que deseaba encabezar una “oposición responsable”. Tan responsable que se fue del país meses después.

La auténtica “diana” fue del presidente norteamericano Donald Trump. Mucho antes de las 22 horas subió un tuit felicitando a López Obrador y al pueblo de México. En automático comenzaron expresiones de sorpresa y de felicitaciones de todo el mundo.

“El peligro para México” de 2006 triunfaba de manera limpia y contundente. 

A las 23 horas salió el insignificante Lorenzo Córdova, presidente del INE, para decir que el conteo rápido del organismo electoral confirmaba lo que todos sabíamos: el 53.8 por ciento de los votos fueron a favor de López Obrador.

Después de Córdova, el presidente Enrique Peña Nieto emitió un mensaje de trámite, en cadena nacional, para reconocer la victoria de López Obrador.

La Alameda se sentía mucho más amplia y más eléctrica que cualquier otro sitio en el país.

López Obrador salió ante sus seguidores y pronunció su primer mensaje para tranquilizar a los mercados financieros. El peso se revaluó tras sus palabras.

Se despresurizó la vida y se abrieron las avenidas que conducían al Zócalo. 

Por primera vez, López Obrador mencionó que respetaría a todas las minorías, el derecho de cada quien a elegir la pareja que deseara y en el Zócalo ya ondeaba una enorme bandera del Arcoiris, esperando la llegada del recién presidente electo.

El Zócalo fue una fiesta inenarrable. Nadie durmió esa noche. Todos celebramos lo que era una victoria “clara, legítima y contundente”, palabras que, por primera vez, coincidían con la realidad, con la percepción mayoritaria, con el instante histórico que presenciábamos. 

Cinco años después, esa romería en el Zócalo, ese mensaje de esperanza de López Obrador vuelve a retumbar en la memoria. Todos volvemos a festejar la victoria de muchos, de todos los que configuramos este tsunami electoral de la cuarta transformación.

Cinco años después, sentimos que la vida vale la pena vivirla plenamente y que la política también puede ser una épica masiva y no una tragedia permanente.

Hoy, como hace cinco años, ha sido un honor estar con Obrador y con la Cuarta Transformación.

 

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