Esta semana fue la conmemoración de la Revolución Mexicana y el Plan de San Luis, que terminó con el régimen de Porfirio Díaz y que fue también la tercera transformación del país, creando un nuevo régimen constitucional en 1917.
La revolución mexicana tan enseñada y vanagloriada por la historia liberal moderna tenía sus fundamentos en tres pilares: la figura de Porfirio Díaz como dictador antagonista, el reparto agrario y la institucionalización de la revolución.
Esos tres pilares fueron los que fundamentaron la idea de una revolución permanente durante todo el siglo XX. Cuando el reparto agrario fue terminando con Lázaro Cárdenas y la institucionalización de la revolución terminó en un partido único en donde cabían todas las corrientes mexicanas, el espíritu de esa tercera trasformación, terminó por diluirse en un estado autoritario, que tenía un partido que representaba la revolución institucionalizada. Pero que ya no era lo que simbolizaba la revolución y sobre todo ya no había nadie que recordara el gobierno del presidente Díaz.
De esta sombra surgió la corriente democrática, primero con Carlos Madrazo y años más adelante con Cuauhtémoc cárdenas y comenzó a haber una verdadera oposición en México.
Todos creían que con la alternancia política en el año 2000 terminaría esta etapa en Mexico de un partido revolucionario institucionalizado que ya no constituía a la revolución, sin embargo no sucedió así. Los gobiernos panistas incumplieron sus promesas de campaña y de años de haber sido una oposición controlada del gobierno priista demostraron que eran buena oposición, pero un pésimo gobierno.
Dos sexenios panistas bastaron para que el partido revolucionario institucional reviviera en 2012 con un liderazgo carismático como Enrique Peña Nieto y una ayuda de los medios de comunicación, todo esto para volver a caer en 2018 y quizá ver sus últimos suspiros en 2024 como final de la revolución institucionalizada.
Mientras que el ahora presidente Andrés Manuel había luchado incansablemente desde el fraude de 2006 no solo para acceder a la presidencia, sino por una profunda trasformación del país, que inició cuando llegó al poder en 2018. Hoy en 2023 a menos de un año que termine el sexenio podemos de decir que la cuarta transformación logró no solo ser una oposición congruente sino un buen gobierno que deja una nueva etapa para México.
Sin embargo, el camino no está libre de obstáculos pues analizando históricamente lo que le sucedió a la revolución institucionalizada, fue, como ya vimos, el crear un partido político en el que todas las corrientes políticas fueran incluidas e ignorar el cambio generacional.
Pues la tercera trasformación se basaba en un sistema en donde Porfirio Días era el antagonista principal y en un movimiento donde todos los grupos políticos cabían. Pero conforme fueron pasando los años, las generaciones que no habían sufrido el gobierno de Díaz, no conocían otro gobierno más que el PRI.
En las elecciones de 2024 votarán por primera vez los jóvenes que estaban naciendo cuando ocurrió el fraude de 2006, que padecieron poco los años del neoliberalismo más enérgico, que eran niños cuando Calderón inició la guerra contra el narco.
Estos jóvenes y los subsiguientes irán poco a poco olvidando los gobiernos del PRI y del PAN. Y en un movimiento en donde caben todos y no hay antagonistas se corre el mismo riesgo que en terminó la tercera transformación.