As bestas: salvajismo en la película y en la cafetería esta mañana

Dos seres humanos persiguen a un caballo que describen como a un monstruo que intentan rapar para domesticarlo, una costumbre que viene de generaciones. El caballo se resiste hasta que en algún momento, el animal se encuentra tan sometido que deja de moverse.  Así comienza el filme As bestas, con una imagen ensordecedora que dará lugar a la historia de un hombre que va a tener el mismo desenlace que el animal. 

Al inicio, las escenas tienen una violencia que no implica actividad corporal, pero es una violencia a todas luces es perceptible por el lenguaje: se trata de un grupo de amigos que habitan en un desdichado pueblo en España y que muestran un enojo constante y creciente contra Antoine, un francés inmigrante que decidió hacer su vida ahí con su pareja. 

Mientras nos vamos adentrando en la película, sabemos que un grupo de empresarios que desean generar energía eólica les han ofrecido a todas las personas del pueblo español, dinero a cambio de sus tierras, con el fin de que se vayan y ellos puedan colocar su empresa; cosa que el francés rechaza rotundamente porque él y su esposa han viajado bastante y son conscientes del daño medio ambiental que provocaría en esas tierras fértiles, así que deciden seguir con su proyecto ecológico y continúan en la siembra de jitomates y otros vegetales para venderlos en un mercado.

Otra razón por la que Antoine se niega a vender la tierra que recién compró hace dos años, es porque él piensa que el pueblo tiene potencial y puede progresar, tanto, que él ha trabajado haciendo construcciones y las ha dado a un precio risorio para ayudar al pueblo. 

El giro de tuerca sucede entonces, cuando Rodrigo Sorogoyen, el director de la película, nos muestra no sólo la historia de la víctima /héroe (Antoine), sino que aquí se pone más profunda la trama. 

Están en el bar en donde han surgido todas las discusiones entre los pobladores y Antoine. Hay un punto de tensión, que para mí es el más álgido de la película, donde la víctima se defiende de las agresiones de los pobladores y decide enfrentarlos, momento en el que Xan, el líder del grupo de españoles, al fin es sincero y le explica que a todo el pueblo les invade la pobreza y que esa falta de oportunidades es la que hace que quieran vender sus tierras, porque nunca han podido progresar en ese pueblo y el dinero los ayudaría a salir de su precariedad. Además, Xan le recrimina a Antoine por ser un privilegiado que ha tenido la oportunidad de viajar, y que ahora, en un acto caprichoso no puede ser lo suficientemente empático con la gran oportunidad de dinero que ahora se les presenta. 

El dilema entonces cobra sentido, la necesidad de una prosperidad ecológica se convierte en idealismo frente a la precariedad histórica que ha asaltado al pueblo español, hasta que la fuerza instintiva y animal de “las bestias” sale a relucir, y así es como el salvajismo sale a relucir y los pobladores terminan con la vida del invasor ecológico.

Esta escena de la película llegó a mí esta mañana. Una “bestia” por domesticar llegó a la cafetería, se trataba de una mujer indigente que comenzó a comer con desesperación el sándwich que habían desperdiciado los comensales anteriores.

Cuando llegaron tres argentinos a desayunar, decidieron sentarse en la misma mesa donde la mujer engullía los sobrantes, sin importarles que en la cafetería había seis mesas más desocupadas, y me quedé pensando, ¿son los argentinos que tienen derecho a sentarse en esa mesa porque van a pagar, así como el francés tenía derecho a ocupar la tierra que él compró?, ¿o es aquella mujer oriunda de la tierra que tiene derecho a decidir libremente qué comer? O es que no le queda otra opción, porque al final su vida está limitada a sobrevivir con el alimento que a otros les sobra, y no puede ver las ambiciones de otros, que también creen, desde su postura, que así van a acabar con la “fealdad” de la ciudad.