La sede actual del Museo Nacional de Antropología cumple 60 años desde su inauguración este 17 de septiembre. Este recinto, actualmente dirigido por Antonio Saborit García, ha dedicado sus esfuerzos a la investigación, conservación, exhibición y difusión de las colecciones arqueológicas y etnográficas más destacadas del país.
A lo largo de 6 décadas, este Museo se ha distinguido por albergar piezas notables del periodo prehispánico, tales como la Piedra del Sol, la Coatlicue y la Piedra de Tízoc. Sus veinticuatro salas albergan objetos de materiales como cerámica, cestería, madera, pluma, tejidos de algodón, lana, seda, piel y plata, entre otros, que reúnen características distintivas de la cosmovisión de población indígenas.
Según los archivos oficiales de este recinto, “el Museo Nacional, casi desde su creación, tenía una función como centro educativo que se había desarrollado por medio de conferencias y cursos sobre historia, etnología, antropología física, lenguas indígenas y geografía general”.
En conmemoración por el aniversario de la sede actual del Museo, Saborit encabezó el pasado 17 de agosto la inauguración del Primer Foro de Museos, en el marco de la 35 Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia (FILAH).
El titular del Museo recordó las etapas de transformación tanto de los espacios que albergaron las obras como de los acervos que hoy se resguardan en Chapultepec y aseguró que “la colección arqueológica del Museo Nacional de Arqueología encierra parte de la historia y del sentido que dio vida al hoy extinto Museo Nacional”.
Además, afirmó que la inauguración en 1964 determinó una nueva forma de entender la preservación de la historia pues “sus creadores decidieron que este nuevo espacio debía concentrarse en la grandeza de las culturas que florecieron principalmente en el territorio de una de las cinco civilizaciones originales en la experiencia humana, Mesoamérica, así como de sus innumerables legados vivos”.
PEQUEÑO RECUENTO HISTÓRICO
La colección antropológica y etnográfica que hoy reside en el Museo de Antropología ha cambiado de ubicación en diversas etapas de la historia de México. En los inicios de la vida del México independiente, Lucas Alamán y el entonces emperador Agustín de Iturbide crearon el Conservatorio de Antigüedades y el Gabinete de Historia Natural en la Real y Pontifica Universidad de México. Para 1825, ambas colecciones se convirtieron en el Museo Nacional de México.
En 1895, Maximiliano de Habsburgo trasladó el Museo a una locación propia en la actual calle de Moneda; sin embargo, la apertura no fue posible sino hasta después del triunfo de la revolución encabezada por Benito Juárez.
Para la primera década del siglo XX, el Museo Nacional cambió su nombre a Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía –luego de que las colecciones de botánica, geología, anatomía comparada, zoología, teratología y mineralogía fueran trasladadas al Museo Nacional de Historia Natural– y lo mantuvo alrededor de 30 años.
El acervo del Museo sufrió una última división en el mandato del presidente Lázaro Cárdenas pues el mandatario determinó que el Castillo de Chapultepec se convertiría en el Museo Nacional de Historia; lo que provocó la mudanza de todas las piezas posteriores a la época colonial a dicho recinto.
Desde entonces al recinto que conserva las piezas antropológicas y etnográficas más destacadas de la historia de nuestro territorio se le conoce como Museo Nacional de Antropología.
MOMENTOS DESTACADOS
Un evento enigmático que se desarrolló en torno a la preservación de la colección arqueológica que reside en este recinto se dio en 1964, cuando llegó a las inmediaciones del Museo el monolito de Tláloc, dios de la lluvia para las culturas nahuas.
Este arribamiento tuvo lugar luego de que, en 1963, el presidente Adolfo López Mateos dio la orden de trasladar la enigmática escultura, que yacía en la comunidad de San Miguel Coatchitlán, Texcoco, en el Estado de México, al recién inaugurado Museo, a 50 kilómetros de la región, en la Ciudad de México.
Esta petición, aunque implicó el despojo de un elemento central en el desarrollo y cosmogonía de la población de Coatchitlán, se llevó a cabo el 16 de abril de 1964. Con un peso de 167 toneladas, el monolito emprendió su viaje a la capital. Para ello, se cavó un foso de 3 metros de profundidad y se construyó una plataforma de 24 metros de largo y 6 metros de ancho debajo de la pieza para poder transportarla.
Miles de personas salieron a las calles para contemplar la entrada de Tláloc a la capital, misma que, de manera inusitada, fue objeto de una lluvia torrencial que duró aproximadamente una hora y media. Este hecho, poco usual para la época del año, marcó la llegada de la escultura a la ciudad y se incorporó en el imaginario colectivo como un hito histórico supeditado a la relación de los mexicanos con las culturas prehispánicas.