Una de las perspectivas más importantes que encuentran en común la ciencia, la teología y la filosofía es la orientación de la verdad. En nuestro siglo XXI hemos decidido socialmente construir palabras que se disocian de lo real y producen acuerdos abstractos sobre la verdad, por ejemplo: el amor, la paz, la economía, el Estado o la justicia y el derecho. Hoy por hoy, nuestros constructos sociales han edificado discursos que asumen conceptos y definiciones, que difícilmente son compatibles con las prácticas, y aquellas con los primeros. Sin embargo, existen fenómenos que se construyen desde abajo, aún bajo la sombra de esos conceptos y que configuran orientaciones sociales que son compartidas horizontalmente a pesar de los conceptos, que cuentan otras narrativas desde la apropiación y uso de aquellos, otras realidades, otras verdades. Esa es la riqueza de la producción social de las luchas sociales y de la resistencia.
En la producción histórica y social de la memoria colombiana, el proceso de lucha y reconocimiento de diversas fuentes del pensamiento, data desde su origen colonial hasta la fecha. La reproducción de los moldes liberal y conservador en la política independiente de América Latina, constituyó una fuente de fundamentalismos políticos en Colombia, que a la postre construyeran, como lo hice patente en la columna pasada, un hito a continuar en el siglo XIX desde el colonialismo interno inherente en sus políticas estatales. Así, uno de los principales problemas de la administración estatal colombiana ha sido la polarización y radicalización política, en el que el uso del derecho se consolidó como un medio político para conseguir ventajas y beneficios entre las élites y el uso de la política se implementó para resolver solo “discursivamente” los problemas de acceso a los derechos y la defensa de los mismos. En este proceso histórico la construcción social de Colombia se radicalizó en la confrontación de dos bandos: Aquellos que poseen la verdad y los que no. (cuidado México)
Durante la implementación de la política pública del enemigo interno, así como la persecución social de los grupos comunistas o socialistas el siglo pasado, la implementación en la memoria colectiva de la propaganda y uso del fundamentalismo (social, político y religioso) sirvió de estrategia política que logró aglutinar a la sociedad en civiles y enemigos, en derecha e izquierda.
Así la organización Estatal y sus élites entendieron a la población unas veces como amigos y otras más convenientes, como enemigos. El uso de la verdad sacralizó el orden político de las estructuras realizando un gran pacto social sin sociedad. Sin embargo, la producción social de los derechos, de la justicia y de la democracia tomó muchas formas y campos de discusión. La resistencia y la denuncia, a pesar de ser víctimas de un orden político brutal, continuaron desde entonces hasta el día de hoy. Activistas, estudiantes, campesinxs, políticxs, académicxs, obrerxs, miles de mujeres y hombres reducidos a cifras de desaparecidos en un conflicto inexistente para algunxs. La memoria es inefable cuando se trata de la memoria de la violencia, sin embargo, sus rostros están más que vivos en cada rincón del presente.
Las luchas de los y las ciudadanas a píe desde las épocas de Gaitán hasta nuestros días constituyen un ejercicio de resistencia, de memoria y de inclusión que no ha logrado tener encuentro con las políticas estatales a pesar de la constitución de 1991 y el plebiscito sobre el acuerdo de Paz de 2016.
El Uribismo configuró un esquema presidencial fuerte que tuvo un periodo legal de 2002 a 2010 por reelección, y luego un constante acercamiento del ex presidente sobre otras figuras como Juan Manuel Santos (2014-2018) e Iván Duque (2018-2022), cuyas expresiones políticas partidistas lograron llevarlos a la presidencia. Dentro de esas décadas el proceso de la radicalización y fundamentalismo social, construido a partir de la política de estado, configuró un agotamiento de alternativas (sociales, políticas y económicas) y preparó un horizonte de violencia, segmentación y odio social sin precedentes.
Es importante tomar en cuenta, que hasta el proceso presidencial del 2006, un candidato de izquierda llegaba por primera vez con vida a disputar la presidencia en Colombia. Lastimosamente el país no estuvo preparado para esa transición, pues Carlos Gaviria Díaz sólo consiguió el 22% de la elección en detrimento del ganador Álvaro Uribe con el 62.51 %. Sin embargo, el diecinueve de junio de dos mil veintidós será parte de la memoria colectiva en Colombia. Por primera vez se reconoció como ganador a un candidato de izquierda: Gustavo Petro como Presidente y Francia Márquez como Vicepresidenta de Colombia.
Las estadísticas de votación fueron muy cerradas entre la opción del candidato Rodolfo Hernández y la formula de Petro-Márquez. Debemos recordar que, en la primera vuelta, éste último, no logró el porcentaje suficiente para declararse ganador de la contienda y en el proceso de segunda vuelta, la negociación política de los candidatos y partidos que no serían tomados en cuenta, fueron importantes en la decisión del electorado y también en la negociación entre los contendientes. Por eso vale la pena regresar a las preguntas simples ¿Las dos vueltas en Colombia realmente están formando parte de un proceso de democracia de alto impacto, o le estamos nombrando, a pesar de los resultados, democracia a un proceso social de estigmatización, polarización que sirvió de trueque político y voto de castigo para unos y otros? A fin de cuentas ¿qué es la democracia?
Esa es la pregunta que desde el día de hoy debe hacerse el pueblo colombiano y la memoria colectiva Latinoamericana. Nos encontramos en un tiempo de cambio y transición en el que es fundamental llamarles a las cosas por su nombre, nombrar desde la resistencia y despensar desde la oposición, es una tarea de las luchas colectivas y el ejercicio político de la verdad, de la realidad y de la dignidad. Los proyectos políticos de Estado son importantes, pero más importantes aún serán las organizaciones colectivas de los grupos y líderes que dialoguen, interactúen y construyan caminos a seguir para realizar un sueño en el presente: Un contrato social de inclusión y de dignidad.
Sin duda, para muchxs la llegada de Petro y Márquez es un llamado a la memoria y a la dignidad de una política estatal del olvido y de la violencia estructural y sistemática. Para otrxs es un salto al vacío, que afanosamente se opone a las élites y a la apertura internacional.
La llegada de un presidente de izquierda para Colombia, es tan importante por su tradición conservadora y fundamentalista; sin embargo, vale la pena comprender que la brújula del cambio a veces anda más rápido que el cambio mismo, y que para que haya una transición entre una sociedad fundamentada en el odio y otra en el amor, en la paz o la reconciliación, es fundamental abandonar los fanatismos, fundamentalismos, el racismo, el machismo y el colonialismo interno. Es decir, cambiar la cultura quizá sea un reto más profundo que cambiar las políticas económicas o medio ambientales globales. Colombia, como garza en el lago se suspende en una sola de sus patas, la democracia institucional, sin el apoyo de la democracia desde abajo, desde los actores sociales que desnaturalicen y des-piensen el odio y la segmentación de género, clase y raza, la garza manchará sus alas y probablemente no podrá volar.
Los tiempos de América Latina comienzan a conjuntarse en las consecuencias lógicas del rechazo a un sistema económico violento y cruel como el neo liberalismo. Empero, éste es el único tablero que le es permitido jugar a las economías estatales en el ámbito internacional. Por tanto, el capitalismo financiero, los proyectos extractivistas, los monocultivos, las energías fósiles y los bonos de carbono, seguirán siendo dominados por las fuerzas hegemónicas del capital y el Estado, o sus consecuencias serán innegables. El siglo XXI y Colombia se encuentran en dos líneas temporales cuya significancia conlleva dos realidades diferentes: Mientras que los procesos globales se encuentran ahogados en desencanto, hoy Colombia ha dado un paso en su integración geo-política al ámbito internacional desde una posición diferente y deferente de la hegemonía.
Para muchos soñar no sirve de nada, pero a veces soñar es todo lo que tenemos en la vida, por ello los procesos de resistencia, reconciliación y dignidad deben coordinarse conjuntamente a efecto de nutrir a una sociedad dividida en polos opuestos. La periferia y el centro constituyen dos sueños diferentes y dos pesadillas, de las que quizá sea una de las últimas oportunidades para despertar. Las crisis globales se incrementan con gran velocidad y se adaptan a cualquier escenario político o agenda contrahegemónica, en un mundo de verdades condicionadas por el capital, la derecha, el centro o la izquierda puede reproducir esquemas de explotación y violencia sin ningún riesgo de ser contradictoria.
Abrir los ojos de una pesadilla no debe bastar, es necesario soñar despiertos. Actuar.