Algunas veces los términos fe y esperanza se utilizan dotándolos de un significado similar, sin embargo, es importante exponer sus distinciones. La fe es la creencia personal en la existencia de algo; creer en ese algo aún sin tener pruebas de su existencia y de no haberlo visto jamás, aún sin esperar verlo en algún momento para comprobar su validez. Para que la fe sea verdaderamente fe, precisa de no tener elementos que prueben su existencia.
La esperanza, se crea a partir de la de confianza en que algo prometido se cumplirá. Quien tiene esperanza está a la espera, a la expectativa de que algo ocurra. La esperanza nace de la promesa y depende de ella. Quien promete crea una expectativa.
San Agustín sostuvo en las Confesiones que la fe tiene sus ojos; por ellos ve en cierto modo que es verdadero lo que todavía no ve, y por ellos ve con certidumbre que todavía no ve lo que cree. De igual manera, reflexionó en torno a la esperanza y señaló que “no versa sino sobre cosas buenas y futuras”.
No sólo es importante, sino necesario detenerse a reflexionar sobre ambos conceptos en política porque el discurso político, particularmente el propagandístico está diseñado apelando a la esperanza. Las promesas de campaña, independientemente del sujeto político que se analice, generalmente versan sobre cambios paradigmáticos y radicales, según ellos, en favor de la sociedad.
"Acabar con la pobreza, garantizar seguridad, hacer eficientes los sistemas públicos de salud, proteger los derechos de las niñas y los niños, acabar con la violencia de género, preservar tradiciones, proteger derechos de comunidades indígenas, cuidar el medio ambiente, acabar con la corrupción, transparentar y hacer valer la justicia", son algunas de las promesas paradigmáticas que caben en el discurso político propagandístico de prácticamente todos los aspirantes a algún cargo de elección popular.
Las promesas de campaña crean una imagen falsa de la realidad, haciendo creer a los votantes que habrá un antes y un después en sus vidas si votan por su propuesta política. Agencias de publicidad saben vender estas promesas muy bien. Es cierto, si logramos establecer comunicación con los votantes empleando estas “fabulosas propuestas”, muy probablemente la o el candidato ganará.
El problema es que se construyen discursos paradigmáticos (que prometen cambios radicales y una vida completamente distinta) para alcanzar objetivos simples, básicos y en muchas ocasiones personales: ganar una contienda electoral.
La clase política crea y promete escenarios de mundos maravillosos para alcanzar objetivos electorales, y precisamente en esa incongruencia, entre discurso y realidad, el pueblo queda defraudado. Crear esperanzas y falsas expectativas definitivamente puede conducir al triunfo en las urnas; la incongruencia se presenta cuando quien prometió es incapaz de hacer que se cumplan las promesas porque simple y sencillamente estaban alejadas de la realidad.
Acabar con la corrupción y la deshonestidad, promesas de nuestro proyecto de transformación, necesitan de manera obligatoria lograrse a través de discursos honestos y apegados a la realidad que vive cada comunidad, cada municipio, cada estado y evidentemente nuestra nación en conjunto. Es cierto que el pueblo hoy, más que nunca, está politizado y es sabio. No tratemos de engañarlo con grandes promesas que, de antemano, sabemos que no estará en nuestras manos su resolución.
En las próximas elecciones veremos quién tiene la suficiente fuerza para ser honesto con el prójimo y consigo mismo.