REPÚBLICA DE PANTALLA
Algo de poesía y tristeza había en medio de la conmoción nacional por el hallazgo del cadáver de la joven regiomontana Debanhi Escobar. La fotografía conmovedora por la soledad, la fragilidad y la ausencia de salida de esta chica en medio de la llamada “carretera de la muerte” se viralizó en las redes sociales. El chofer de una de las aplicaciones se la habría tomado. Es el símbolo del presagio del feminicidio.
Las redes sociales estallaron en solidaridad con Mario Escobar, el papá de Debanhi, quien acaparó la atención nacional por su airada indignación, en medio de la evidente impericia (por decirlo elegantemente) o la burda negligencia de la Fiscalía estatal, cuyos investigadores se enredaron para explicar por qué si habían revisado antes la carretera, el motel y otros sitios donde podría haber sido vista Debanhi no habían visto el cadáver.
Pronto presentí que el caso se iba a convertir en un nuevo y rocambolesco reality policiaco para acaparar la atención de los noticiarios televisivos, de las estaciones de radio y de los múltiples influencers y comunicadores en Youtube, Facebook, Instagram y Twitter.
El caso de la niña Paulette en el Estado de México, en plena precampaña de Enrique Peña Nieto para convertirse en candidato presidencial, fue el precedente más nefasto que se me vino a la mente.
Vimos a decenas de periodistas y comunicadoras, especialmente a la actual senadora Lily Téllez, la reportera estelar de Ricardo Salinas Pliego para este tipo de realities, llorando al pie de la cama de Paulette, mientras su madre hacía todo tipo de artilugios de aprendiz de actriz para llorar sincronizada a las cámaras y a las preguntas.
Días después, el cadáver de la niña Paulette apareció envuelta entre sus sábanas en el mismo colchón, en la misma cama, en la misma recámara donde desfilaron cámaras, conductores, perros de búsqueda y los padres de la menor protagonizando un melodrama informativo grotesco.
El morbo vende. Y el país se paralizó prácticamente con esta historia televisada casi en vivo y en directo en un lejano 2010.
Todos recordamos cómo terminó el caso: en un desprestigio generalizado para los padres, para las autoridades mexiquenses y para las televisoras y conductores “copeteados” que intentaron convencernos de que la niña Paulette se había suicidado de forma “involuntaria”. Aún recuerdo los aspavientos de Carlos Marín en Milenio TV para convencernos de la falta de lógica y sentido común del caso.
Algo así comenzó a suceder con el caso de Debanhi. Ya no era un caso de feminicidio más.
Rápidamente el caso de Debanhi se transformó en una grotesca historia de criminalización de la propia víctima, uno de los ingredientes fundamentales de los crímenes de odio.
Y aquí está uno de los ejes centrales del morbo desbordado y la manipulación de las autoridades ministeriales de Nuevo León para “convencernos” de que Debanhi no fue asesinada sino que ella misma se cayó en la cisterna de un motel de mala muerte, porque “seguramente, algo traía encima”.
En medio del giro que dio el caso entre el 26 y 27 de abril, las estaciones de televisión, en especial el canal de noticias continuo de Milenio TV, exhibieron el video “filtrado” de cuando Debanhi compró alcohol con una de sus amigas en un Oxxo, y también la insinuación de que “algo” llevaba en su bolso.
La guerra mediática entre el gobernador Samuel García, el padre de Debanhi y el fiscal estatal ocupó más la atención del “círculo rojo” tuitero que la pregunta fundamental: quién o quiénes cometieron el crimen de odio por misoginia en contra de esta chica.
Las televisoras comenzaron a llenarnos de basura o paja informativa, pretendiendo vendernos un “periodismo de investigación” cuando, en realidad, se trató de suposiciones, prejuicios e inferencias, en contra de la propia Debanhi, que ya jamás podrá defenderse.
Hasta que llegó el momento cumbre de la miseria periodística, protagonizado por la conductora Azucena Uresti, en Milenio Noticias:
“Por respeto a la familia, no voy a revelar lo que nos han dicho extraoficialmente respecto a qué tenía al interior de la bolsa”.
Así, la insidia sembrada, la hipocresía que se disfraza de feminista, el periodismo de la inducción.
En paralelo, los noticiarios de Televisa y de TV Azteca entrevistaron a presuntos testigos del caso, a las amigas y al chofer del taxi. Fue un claro “nado sincronizado” para acreditar el “estado lamentable” de Debanhi. Lo presentaron como “periodismo de investigación”. Era pura inducción para hacer lo que mejor saben hacer desde la era de los realitys, de los telemontajes, de la misoginia disfrazada de La Rosa de Guadalupe. Transformaron la tragedia en un mal melodrama.
Se fue la poesía de aquella imagen de Debanhi en la carretera que aún conmociona porque la verdadera “carretera de la muerte” para las jóvenes asesinadas en este país es convertirse en pleito por el rating, el click y el morbo.
A raíz de la “filtración” a El País del segundo resultado de la autopsia -donde claramente se señala que Debanhi falleció por los golpes antes de “caerse” a la cisterna y fue abusada sexualmente-, el giro del caso comenzó a adquirir las características de un boomerang.
Ese boomerang se ha disparado con el video del padre Mario Escobar reprochándole a la fiscalía y a los medios de comunicación, en especial a Azucena Uresti, la “filtración” de imágenes que deben obrar en el expediente y de falta de respeto al debido proceso.
Los padres buscan al responsable del feminicidio de su hija. No pretenden ni rating, ni monetización ni manoseo político de su caso. Así ha sido siempre desde la historia de los feminicidios en Ciudad Juárez.
Por desgracia, el morbo y el odio aparecen como pirañas, pero también la indignación social ante este agotamiento de las audiencias por la forma tan inhumana de volver a asesinar a una joven indefensa.