#MujeresQueLuchan: las que honran el maíz

El vínculo de las mujeres de las comunidades del norte del Estado de México con el maíz tiene múltiples dimensiones, ellas lo cultivan, lo cosechan, lo cocinan, lo cuidan, y hacen que todo su conocimiento y sabiduría ancestral perdure por generaciones.

Por: Jiroko Nakamura Zitlalapa López

Desde muy pequeñas otras mujeres les enseñan a trabajarlo, ellas lo nixtamalizan para poder consumirlo y pasan gran parte de su vida frente al fogón transformándolo en tortilla, gordita o tlacoyo para alimentar al cuerpo, la mente y el espíritu de sus familias y de sus comunidades.

La mayor parte de la vida comunitaria transcurre al tiempo en el que se siembra, se cosecha y se desgrana el maíz, rasgo que da cuenta de su organización social, su historia, y su entendimiento de la naturaleza como características fundamentales que conforman su cultura e identidad.

Y en SPR Informa y Altavoz Radio visitamos las comunidades otomíes y mazahuas de San Marcos Tlazalpan, San Felipe del Progreso, Santiago Acutzilapan y San Bartolo Morelos, en el Estado de México, en búsqueda de esas historias de las mujeres que honran el maíz como parte esencial de su cultura y de su identidad.

El maíz y su origen milenario

Cuentan que un grano de maíz tocó por accidente la lumbre y al reventar se convirtió en palomita fue así que surgió la primera forma de consumirlo, mucho antes que la tortilla.

El momochtli, o maíz reventado, se consume desde hace 9 mil, de acuerdo con referencias arqueológicas y fueron los aztecas quienes lo utilizaron para elaborar guirnaldas, collares y así, adornar los altares en las festividades para honrar a sus deidades.

El teocintle, pariente silvestre y antecesor del maíz, fue domesticado como cultivo por lo antiguos habitantes de Mesoamérica, lo que al convertirse en su sustento les permitió establecerse en un solo territorio.

Actualmente en México existen 59 razas de maíz nativo y desde el punto de vista alimentario, económico, político y social, éste es el cultivo agrícola más importante y antiguo.

El maíz palomero toluqueño, o Tolonki en otomí, resiste gracias al trabajo de las y los campesinos quienes transforman sus saberes y lo vuelven vigente. También a quienes se han encargado de rastrear su origen y recuperar su historia para preservarlo como parte de su territorio.

Actualmente existen cuatro variedades de maíces originarios, muchos de ellos en peligro de extinción, pues los productores de Tolonki son cada vez menos.

Hoy en día las palomitas de maíz también se revientan para ser usadas de forma ornamental en las festividades, con ellas se hacen estrellas, coronas y rosarios o collares que acompañan a las imágenes de los santos.

Se calientan en una olla de barro con arena conseguida en los propios campos de maíz y se agitan con una vara de madera hasta que empiezan a reventar. Una vez reventadas, cada palomita se coloca en hilos largos transparentes hasta armar un rosario. Con ellos se viste a los santos y sus imágenes.

“Lo único que nuestros abuelos tenían a su disposición para ofrendar a dios era el maíz palomero. Anteriormente ellos sacaban las mazorcas de las milpas, reventaban el grano en ollas de barro y lo ofrendaban para agradecer todas las cosechas”.

Ellas las que dominan el fogón y alimentan el alma

“Hacemos papas con charal y nopales, calabaza con haba, maíz en granitos con epazote, y los elotes los hervimos con habas hasta que se cosan y ya que se enfríen podemos comer”.

El patrimonio gastronómico de estas comunidades tiene como base a la milpa, misma que les brinda “maíz rosado, maíz blanco, maíz azul, también cosechamos elotes, nos da frijol, habitas, calabaza, quelites, habas y también nopales y a veces nada más lo cortamos y lo preparamos, lo guisamos y ya quedó” nos comparte la cocinera tradicional, Yolanda Ibarra.

Ellas y ellos tienen una estrecha relación con lo que comen, toman el tiempo suficiente para alimentar su cuerpo y su alma.

“Me siento muy orgullosa porque sé sembrar, sé cocinar y pues a lo mejor no es de lo que comen los de alta sociedad pero nosotros estamos muy contentos porque producimos y casi no compramos”

“Pobrecito el maíz está por echarse a perder” María Luisa, de Laguna Seca en San Marcos Tlazalpan, a quien llegó a buscarla una vecina para que le moliera su maíz, mismo que cobró en cinco pesos los dos kilos.

Y es que las cocineras tradicionales, muchas de ellas indígenas, son las que preservan el patrimonio cultural a través de la gastronomía, también, son ellas quienes fomentan la identidad colectiva, basada en las sensaciones, los afectos, las costumbres y los rituales milenarios que aprendieron de sus madres y sus abuelas.

En muchas de estas comunidades indígenas, los alimentos se conciben como algo sagrado, como ese vehículo que atraviesa el cuerpo para propiciar armonía y bienestar.

Ellas las que sostienen la economía familiar y local

Sarahí Reyes les heredó a su hija de 16 y a su hijo de 10 años la deliciosa tradición de saber hacer tlacoyos y en la comunidad de San Bartolo de Morelos, ésta es una de las actividades económicas que sostienen a las familias por excelencia.

Las mujeres y sus familias tienen esta actividad como la principal fuente de ingresos. Al interior de los hogares, los hombres y las infancias se suman a la producción y la venta de tortillas, gorditas y tlacoyos.

Guadalupe Rodríguez, de San Sebastián Buenos Aires, vende sus tlacoyos desde hace 20 años en el Mercado Municipal de San Bartolo Naucalpan, los cuales también cruzan fronteras y evocan sensaciones deliciosas en los paladares de quienes ahora viven en Estados Unidos o Italia y le encargan varias docenas para llevar.

Ella comienza a las 7:00 de la mañana a elaborar sus sopes, tortillas, gorditas, peneques y tlacoyos de maíz azul mismos que rellena con haba, frijol, chicharrón. Los extiende, los apila y los empaca en docenas, su producción concluye a las 15:00 horas. Al día siguiente se levanta a las 3:20 am para agarrar el camión que la lleva a su mercado de destino, alrededor de las 7:00 am.

“Es un trabajo muy bonito porque a la vez es muy socorrido porque pues le he dado a mis hijos profesiones, es la principal fuente de ingresos porque es de ahí de donde le doy a mis hijos para sus estudios”.

Ella confía en que su hijo de ocho años, quien lo acompaña continúe la tradición pues el resto de sus hijas egresaron o estudian carreras universitarias.

Ellas las que defienden el saber milenario y el científico

Alejandra Pérez Flores, originaria del municipio de San Felipe del Progreso, Estado de México, es una mujer mazahua que desde que era niña profundizó su vínculo con el maíz y después con la ciencia.

“Yo desde pequeñita nací en casa, en el petate y en la cocina porque anteriormente dormíamos en las cocinas”.

Actualmente estudia la especialidad en Soberanía Alimentaria y Gestión de Incidencia Local Estratégica (PIES AGILES), del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt), y el objetivo del proyecto es la disminución del glifosato en la agricultura.

El glifosato es un herbicida que fue introducido por Monsanto en los 70s y que incrementó su uso a partir de la introducción de cultivos transgénicos de maíz, soya y algodón en los 90s, y aunque se avanza en la reducción de su uso por sus graves consecuencias medioambientales y a la salud, continúa utilizándose en la agricultura industrial, sobre todo en Estados Unidos.

“Con el tiempo mata a los microorganismos benéficos del suelo y eso hace que el suelo ya no tenga vida”.

Alejandra Pérez dice que otro de los objetivos dentro del proyecto es recuperar las prácticas agroecológicas para producir el maíz de manera diferente “para devolverle la vida al suelo”.

Alma Lilí Cárdenas Marcelo que es una mujer indígena, activista, madre e investigadora asegura que el maíz le ayudó a empezar a reconocer quién era a partir de un recorrido histórico.

Y lo que encontró fue contrario a la visión occidental de producción, rendimiento y comercialización del maíz

“Te vas reconociendo y sabiendo que no es sólo una cuestión de alimento sino que involucra la espiritualidad, el ser, quien eres, involucra tu territorio, tu familia, tu memoria, tu historia, tus tradiciones, prácticamente una planta que te conecta contigo mismo”.

Ambas coinciden en que la forma de producir maíz tiene que transformarse y trabajan por ello pues están convencidas de que las lógicas de la industria agroalimentaria o en palabras de Alma Lilí “sistema económico patriarcal capitalista” crean “una desvinculación de quien eres, de tus raíces, y tus alimentos”, de ahí que la pérdida de raíces, de esencia e identidad haga a las personas mucho más susceptibles a la dominación

Ellas las que enriquecen el espíritu

“Las mujeres son las guardianas de la semilla, las tejedoras, del presente y el pasado, en sus manos el maíz florece, y en sus corazones su cultura y su espiritualidad perduran”.

Naturaleza, alimentos y comunidad, todo se une en los rituales otomíes. Existen varios momentos importantes para bendecir el maíz, uno de ellos sucede el 15 de agosto fecha en la que se comen los primeros elotes del año.

Se amarran las hojas de los maíces para formar dos arcos, uno para entrar a la milpa y otro para salir, se buscan las flores más coloridas y vistosas para adornar todo el terreno, se echan dos ramitos por maíz y después se hace una ceremonia.

“Le damos gracias a Dios por el cultivo que nos da, por el maíz que se logró bien… y ya si hay elotes o habas le pedimos permiso para cortarlo”

El segundo gran ritual para bendecir el maíz tiene lugar cuando la comunidad decide juntarse para agradecer y sanar. Y fue María Luisa del Barrio Laguna Seca la que nos llevó de la mano

Ella habita el Barrio Laguna Seca, tiene 53 años de edad, se dedica de tiempo completo a trabajar el campo y a cuidar y sembrar el maíz Tolonki, el pinto, el cacahuacintle, el azul, cuida a sus animales de traspatio y a honrar a la madre tierra.

En el ritual otomí las personas de la comunidad se reúnen, ofrendan lo mejor que tienen, escogen los frutos más ricos, las flores más vivas, los granos, las semillas, las frutas, y los remedios para el cuerpo, como por ejemplo el pulque y lo ponen al centro, para compartir y degustar juntos los mejores frutos que les brinda la madre tierra. Se prende copal y se renueva su historia y su legado.

Se colocan en los cuatro puntos cardinales, agradecen al aire, al agua, al maíz, a la madre tierra, y cada una y uno de ellos pronuncian en otomí y en castellano sus intenciones para reivindicar el bienestar colectivo e individual.

Terminado el ritual obsequian cada uno de sus más preciados frutos, comparten, platican, agradecen y sanan.

Las mujeres de las comunidades mazahuas y otomíes luchan contra las lógicas de la mega industria agroalimentaria, que mercantiliza y privatiza los bienes colectivos. Ellas de la mano de todos los integrantes de sus pueblos defienden su territorio, recuperan la memoria histórica y rinden homenaje a sus ancestros a través del entendimiento y el cuidado de la tierra.

“No se puede sobrevivir en este mundo sin los conocimientos científicos pero no se puede sobrevivir en este mundo sin retomar los conocimientos de las comunidades originarias, tenemos que llegar a la conciliación donde tanto un conocimiento como el otro valgan lo mismo, donde podamos entablar esos procesos de conciliación con nosotros mismos”. Alma Lilí.

“Yo considero que estamos en una etapa de transformación de revalorización de los conocimientos de las mujeres pero sobre todo de conciliación”