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  • 30 Sep 2022
  • 08:09
  • SPR Informa 6 min

¡Qué vivan los estudiantes!

¡Qué vivan los estudiantes!

Por Uziel Medina Mejorada

“Me gustan los estudiantes, porque son la levadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura, para la boca del pobre que come con amargura. Caramba y zamba la cosa, ¡Viva la literatura!”, nos dijera en su prosa la siempre querida Mercedes Sosa.

Y es que debemos preguntarnos ¿Qué sería de nuestra democracia sin los estudiantes? La transformación de México sería imposible sin la inquietud de quienes llenan las aulas y abarrotan las calles con olas de rompimiento de paradigmas.

La actual configuración del sistema político no puede ser entendida sin la disrupción de los movimientos estudiantiles que en más de una ocasión han puesto al régimen contra las cuerdas, exhibiendo la intolerancia y el autoritarismo de quienes han ocupado el poder, por tanto, sentando las bases del pensamiento crítico democrático y empujando los reajustes institucionales que han ido fortaleciendo la democracia.

De los movimientos sociales que han sacudido al país, el estudiantil es quizá el más querido, pero también uno de los más vulnerados. El embate mediático contra los movimientos estudiantiles siempre ha procurado desacreditar las luchas legítimas que se gestan en la comunidad escolar, calificando al estudiantado, mayoritariamente joven, como revoltosos, inmaduros, rebeldes y hasta flojos, pretendiendo así mantener firmes las columnas de un sistema opresivo basado en una división social del trabajo alienadora que descoyunta a la comunidad y solo existe para producir riquezas para el capital, quien tiene el aparato de fuerza del Estado a su servicio. De este modo, los movimientos estudiantiles han emergido para plantarle cara al sistema.

Es precisamente a partir del uso desproporcionado e injustificado de la fuerza que se levanta un movimiento que trasciende en la historia nacional, pasando de una riña a una revolución de consciencias donde el pueblo de México pudo conocer que vivía bajo una tiranía sutil capaz de sofocar cualquier inconformidad con todo el calor de la munición.

El legado del movimiento estudiantil de 1968 ha perdurado a través de los años, la memoria está fresca y el carácter combativo de la comunidad estudiantil persiste a ritmo de consignas y marchas que recuerdan que “al hombre no se le doma, se le educa”, que reclama: “libros sí, bayonetas no”. Es aquí donde los escudos y matrículas se unen en una sola bandera, donde la unidad le hace frente a la segregación clasista y la insalubre filiación sectaria; una vez que se toca a una escuela, las demás se unen para combatir juntos las injusticias contra las semillas de esperanza.

Ermilio Abreu escribió en 1968 sobre la importancia de escuchar las demandas del estudiantado, afirmando que “Los jóvenes sienten que algo no funciona bien en la organización social de los pueblos. Sienten que la justicia no se satisface con cabal justicia; que existen núcleos de privilegiados que disponen de toda riqueza y de todo poder, que a su lado yacen inmensas masas que carecen hasta de lo más indispensable", y esta realidad persiste, y frente a ella, siguen siendo las comunidades estudiantiles las que alzan la voz y luchan porque la igualdad y la dignidad se hagan costumbre.

Al respecto, también escribió José Muñoz Cota que en las expresiones del estudiantado se percibía la impaciencia del corazón y las raíces de la creación de nuevos valores, y así ha sido. El movimiento estudiantil de 1968 y el consecuente de 1971 fijaron nuevos valores que fueron dando forma a la actual democracia. Posteriormente, sería el CEU el punto de partida para una nueva generación de decisores públicos, distanciados de la vieja escuela hegemónica y con un arraigo social muy marcado.

Sin la huelga de la UNAM en 1999, sería difícil entender la transformación como resistencia a la plaga neoliberal que durante décadas ha pretendido infectar la enseñanza universitaria en detrimento del derecho a la educación pública y gratuita. Tampoco se puede asimilar el despertar de la sociedad mexicana del letargo desinformador mediático sin la irrupción del movimiento #YoSoy132 en plena campaña electoral de 2012, siendo la primera movilización estudiantil que, gracias al poder de las redes sociales, logró romper el cerco mediático, aderezado con el encuentro generacional entre sobrevivientes de Tlatelolco e hijos y nietos que tomaron la estafeta combativa a las afueras de Televisa Chapultepec.  El impacto que tuvo este movimiento dejó precedentes para el actuar, mucho más mesurado por parte del gobierno cuando se alzaron los politécnicos contra el nuevo reglamento y plan de estudios de 2014.

Y así llegamos al que podría ser el movimiento que más ha impactado al sistema desde el 2 de octubre de 1968. El reclamo de justicia por el crimen de estado contra los normalistas de Ayotzinapa ha marcado el corazón de la mayoría del pueblo mexicano, despertando un hartazgo frente al autoritarismo, levantando un reclamo de justicia y prendiendo en el alma la llama contra el olvido, una llama que es luz en medio de la oscuridad de la tiranía. A 8 años del horror en Iguala y 54 años de la herida en Tlatelolco, las calles se llenan de estudiantes para recordar a los caídos, para exigir justicia y para erradicar la violencia. Ni perdón, ni olvido; ¡Justicia!

La esperanza de la nación está en el estudiantado, ahí donde se cuestiona el estado de las cosas, donde nacen los nuevos valores, donde se forja la hermandad. Es entre libros y debates, entre laboratorios y desvelos, arrastrando lápiz y suela, donde reside la transformación de la nación. Por ello es vital garantizar a toda persona el derecho a la educación y aceptar de buen ánimo el rompimiento de paradigmas dentro y fuera del aula, pues es en ese coraje donde nace el progreso de la sociedad.

Que vivan los estudiantes, jardín de nuestra alegría. Son aves que no se asustan de animal ni policía. Y no le asustan las balas ni el ladrar de la jauría. Caramba y zamba la cosa ¡Qué viva la astronomía!