El relato de la organización civil Proyecto sobre Organización, Desarrollo, Educación e Investigación (PODER), “#LaSonajaDeLaVida” nos sumerge en una de las páginas más sombrías y olvidadas de la historia reciente de México: la represión estatal en contra de las comunidades LGBTTTIQ+ durante las décadas de los 70 y 80.
A través de los archivos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) desclasificados durante el mandato de Andrés Manuel López Obrador, la organización civil Proyecto sobre Organización, Desarrollo, Educación e Investigación (PODER) reconstruye la lucha de un movimiento que, a pesar de la constante vigilancia y persecución, logró hacerse escuchar en un contexto de censura y represión. Más allá de los expedientes de la policía secreta, lo destacado de esta historia es la resistencia de quienes se enfrentaron no solo al estigma social, sino también, a la indiferencia y criminalización por parte del Estado.
En 1980, el ambiente en México estaba marcado por la violencia estatal, en el que la diversidad sexual no solo era ignorada, sino vista como una amenaza al orden establecido. Grupos como el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR), Lambda y Oikabeth, entre otros, no solo buscaban visibilidad, sino también dignidad, frente a un sistema que los empujaba al silencio. Este episodio histórico, dado a conocer por los archivos de la DFS, revela una realidad escalofriante: la comunidad LGBTTTIQ+ era considerada una subversión, no solo por sus luchas sociales, sino porque el Estado los veía como un peligro potencial. Las voces de los activistas eran espiadas, sus movimientos monitoreados y su existencia, sistemáticamente invisibilizada.
A la par, en 1983, el SIDA llegó a México y con él, una nueva forma de olvido. Mientras la comunidad LGBTTTIQ+ comenzaba a hacer frente a la emergencia sanitaria, el gobierno no solo se mostró indiferente ante la crisis, sino que también intensificó el aparato de vigilancia. Las primeras respuestas del Estado fueron tardías, desorganizadas y marcadas por el estigma, tratando al VIH no como una crisis de salud pública, sino como un problema asociado exclusivamente a la comunidad gay. En los documentos de la DFS, se registra cómo el SIDA pasó a ser una nueva amenaza que, como en el caso de las manifestaciones LGBTTTIQ+, se usó como justificación para mantener el control y el silencio en torno a los derechos de la comunidad.
Los testimonios de activistas como Juan Jacobo Hernández reflejan la compleja relación entre la política del gobierno y la lucha por los derechos humanos de las personas LGBTTTIQ+. Hernández recuerda cómo, en los primeros años de la década, las autoridades no solo espiaban, sino que, en algunos casos, incluso mantenían acuerdos con los mismos militantes del movimiento. Lo que se reveló como una paradoja fue que, mientras el Estado reprimía la visibilidad del colectivo, algunos de sus mismos integrantes se convirtieron en fuentes de información para los agentes del gobierno. Esta realidad dual – entre la represión y la colaboración involuntaria – subraya la complejidad de una lucha que se daba no solo contra un sistema político, sino contra un aparataje de control que lograba silenciar y manipular.
A lo largo de la década de los 80, el activismo LGBTTTIQ+ no solo buscó visibilidad, sino también una respuesta institucional frente al SIDA. Aunque el primer caso de VIH se registró en 1983, las primeras acciones políticas concretas en torno al tema no ocurrieron sino hasta mediados de la década siguiente, cuando surgieron iniciativas como el suplemento “Sociedad y SIDA” en 1990. Fue solo entonces cuando la comunidad LGBTTTIQ+ comenzó a articular un discurso de salud pública que, aunque tardío, permitió visibilizar a las personas afectadas por el virus, desafiando el estigma y el olvido que las rodeaba.
Este periodo de la historia mexicana muestra cómo la comunidad LGBTTTIQ+ no solo luchaba contra la represión y la violencia institucional, sino también contra el olvido. El SIDA, como símbolo de una crisis de salud pública, fue guardado en un cajón por las autoridades durante años, al igual que la memoria de las personas que lucharon por sus derechos. Sin embargo, gracias a los esfuerzos de grupos como el FHAR y Lambda, hoy podemos recordar que esas voces, aquellas que fueron espiadas y reprimidas, también fueron las que sentaron las bases para el movimiento LGBTTTIQ+ moderno.
Es crucial que, al mirar hacia el pasado, no solo celebremos las victorias, sino también reconozcamos los procesos de invisibilización y olvido que afectaron a esta comunidad durante décadas. La lucha por la justicia y la dignidad de las personas LGBTTTIQ+ sigue siendo un desafío presente, pero también un recordatorio de que la resistencia no se borra con el tiempo, ni con el silencio del poder.