Por Rodrigo Guillot .
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6 min De confirmarse las tendencias, el próximo domingo 2 de octubre Lula da Silva será declarado como el primer lugar de la primera vuelta en las elecciones presidenciales brasileñas. No obstante, después de la jornada electoral, Brasil no habrá declarado a su presidente aún.
El sistema electoral de segunda vuelta consiste en que, de no haber un (a) candidato (a) con más del 50% de las votaciones, los dos primeros lugares deberán volver a enfrentarse en una nueva jornada electoral sin las demás candidaturas contendientes. Este parece ser el escenario en que Brasil terminará el día del domingo.
A pesar de que la distancia entre Lula, el mayor candidato de la izquierda, y Bolsonaro, actual presidente de Brasil es de alrededor del 10% al 20% en favor del primero, todas las proyecciones parecen indicar que Lula no alcanzará más del 50% de las votaciones, y se verá obligado a acudir a la segunda vuelta en contra del presidente Bolsonaro, que incluso en medio de una enorme crisis de popularidad, cuenta con medios económicos, de comunicación y alianzas con la burguesía brasileña que le permiten competir.
Uno de los principales problemas del sistema de segunda vuelta es que obliga a las personas a votar por un (a) candidato (a) que no prefieren, permitiendo que el voto de castigo sea más importante que el de propuesta. De esta manera, tanto Lula como Bolsonaro deberán acudir a alianzas con los demás candidatos y sectores que no votaron por ellos, para sumarlos y evitar que voten por su oponente. Así, a menos que el domingo suceda alguna sorpresa, veremos a ambos candidatos buscar una política de alianzas rumbo al 30 de octubre.
La estrategia del PT, que lanza a Lula, es combatir el abstencionismo y convencer a la población de que es necesario derrotar a Bolsonaro este mismo domingo, pues en caso de que esto no suceda los partidos de la derecha se reunirán alrededor del actual presidente, dificultando que Lula regrese al poder con un margen amplio de votantes.
Lo que está en juego es mucho: en 2019, Brasil giró hacia la ultraderecha en contra de la tendencia progresista comenzada por el México de la Cuarta Transformación, gracias al encarcelamiento injusto de Lula, y la movilización del odio de las clases altas y medias que apoyaron la plataforma homófoba, clasista, misógina y racista de Bolsonaro. Hoy, con Lula libre de todos los cargos y demostrada su inocencia, la elección presidencial se vuelve clave para la integración de América Latina.
Con la propuesta Declaración de la CELAC en Ciudad de México, las puertas a la construcción de mecanismos de cooperación política y económica en la región de América Latina se vuelven una posibilidad por primera vez en la historia. Esto es así gracias a que, de ganar Lula, las tres grandes economías de América Latina tendrán un gobierno progresista por primera ocasión en la historia. México liderado por AMLO, Argentina por la coalición peronista de Cristina Fernández y Alberto Fernández, y el Brasil de Lula pueden abrir el camino hacia una región fortalecida que construya mecanismos para sortear en conjunto la gran crisis que Europa y Estados Unidos están causando con su guerra ante Rusia.
El fracaso de la guerra sucia contra López Obrador tiene tres factores: el descrédito de las plataformas en las que se genera, la falta de sustento y la lógica de negocios de las campañas digitales
Fernanda Dávalos, en un un artículo que escribió para la UNAM, menciona que esta industria es la segunda más contaminante del mundo después de los combustibles fósiles.
La semana pasada sucedió el más reciente conflicto político y que no tiene precedentes. La noticia de una investigación iniciada en la Corte contra el ex ministro presidente Arturo Zaldívar.
Tocaremos el tema del ministro en retiro Zaldívar desde el punto de vista de estrategia de campaña, es decir desde el punto de vista de un consultor político y no desde el punto de vista jurídico.