El trabajo de Enrique Metinides exploró la brutalidad humana pero también, lo fortuito de la vida. En tiempos en los que la desinformación se privilegia, los algoritmos determinan las preferencias y opiniones, y el odio y la vileza se premian, Metinides y su legado nos recuerdan la importancia de un bien escaso en la actualidad: la vocación por los hechos.
No se hacía llamar fotógrafo debido a su “falta de instrucción formal” en esta disciplina, ni periodista, pues creía que era “quienes se dedicaban a escribir”, pero Enrique Metinides, logró capturar la realidad conjugando la belleza con el deber de informar a través de su lente forense y al mismo tiempo artístico. Esta vocación por dar fe de los sucesos, la desarrolló desde muy temprana edad. Le apodarían “El Niño” pues con solo nueve años capturó su primer cadáver, un policía que sostenía en su mano la cabeza de una persona que fue desmembrada por las vías del ferrocarril.
Forjado entre incendios, accidentes automovilísticos, desastres naturales y testigo de un sinfín de abusos del poder, Enrique no vaciló en transmitir desde su fotografía la realidad de un país convulso y en diversos procesos de transformación. Su veta artística se hizo notoria en la mayoría de sus fotos, pero esto no es casualidad, es producto de una pregunta que resulta esencial en el periodismo: ¿y las víctimas? ¿cómo informar sobre ellas y al mismo tiempo sortear las tentaciones morbosas de la nota roja y el amarillismo? Ante este dilema, Enrique no vaciló en demostrar que se podía dar testimonio sobre los hechos sin pasar por encima de la dignidad de las víctimas, aspecto que periodistas como Carlos Loret de Mola o recientemente, Azucena Uresti encuentran ajeno.
Su fotografía planteó nuevas maneras de comunicar y transmitir sucesos. Mientras la nota roja, por un lado, buscaba apelar a la bestialidad de las consecuencias de la violencia o bien, de las peripecias de las ciudades, Enrique encontraba la manera de narrar sin hablar, de contar sin escribir y de emocionar sin ignorar a las víctimas y sus familiares, siendo estos segundos, “en algunas ocasiones las verdaderas víctimas”.
Metinides fue el primer fotógrafo en llegar a la escena del crimen del periodista Manuel Buendía, quien fue asesinado en la Ciudad de México al salir de su oficina en el cruce de las avenidas Paseo de la Reforma e Insurgentes en 1984. -¿Sabes quién es?, preguntó Metinides, -No, respondieron los paramédicos que llegaron a la escena, -Es Manuel Buendía, periodista del Excelsior. La escritora Elena Poniatowska señalaba: “Buendía recuerda, coteja y comprueba”. Manuel había trabajado 20 años antes como director de La Prensa, periódico en el que trabajó mano a mano con Enrique.
La misma escritora también señala que Buendía, “se instituye en nuestra memoria porque él sí se había puesto a consignar todo lo que nosotros olvidamos o confundimos en un infame batidillo”. Así es el legado del “niño Metinides”, un recordatorio sobre la importancia de no confundir los hechos con montajes, ni la mentira con los hechos.