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  • 31 Oct 2022
  • 10:10
  • SPR Informa 6 min

Cosa de locos.

Cosa de locos.

Por Anaís Pereda .

Habiendo crecido en una casa donde el cuadro principal de la sala era un retrato del doctor Sigmund Freud, en donde toda un parte del librero estaba dedicado a obras sobre psicoanálisis, teniendo una madre que ha impartido la materia de psicoanálisis por más de 40 años en la Universidad Nacional Autónoma de México y habiéndola acompañado a un buen número de clases, congresos, seminarios y demás actividades académicas sobre el tema, el concepto de la salud mental nunca me ha sido ajeno. Términos como “superyó” , “neurosis”, “lapsus” e “inconsciente” me resultaban más que cotidianos desde temprana edad, no obstante, no fue hasta que yo misma acudí a terapia por casi tres años, que entendí la verdadera importancia del cuidado de nuestros actos, pensamientos y emociones.

Hablando de salud mental, la pandemia, como en muchos otros aspectos, vino a ponernos a prueba y a sacar a la luz varios y severos problemas psicosociales. Las pérdidas, la enfermedad, los cambios abruptos en nuestro modo de vida, el confinamiento, las afectaciones económicas y la constante sensación de un riesgo inminente nos mostraron nuestros miedos, debilidades y conflictos, no solo con el mundo exterior, sino con nosotros mismos. Cuadros de ansiedad, depresión y agresividad se hicieron evidentes y  alcanzaron nuevos niveles. De acuerdo con un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el primer año de la pandemia por COVID-19, la prevalencia mundial de la ansiedad y la depresión aumentó un 25%. 

Como consecuencia de la visibilización de estos trastornos, tanto gobiernos como organizaciones internacionales, han empezado a prestar mayor atención a la necesidad de dedicar más tiempo y recursos humanos y materiales, a la atención de la salud mental. Sin embargo, otro de los enormes retos al querer atender este problema, son los prejuicios que aún permean en la sociedad. 

Los cambios en la percepción social del tema de la salud mental han sido inmensos si los comparamos con las ideas que se han tenido con relación a los trastornos mentales a lo largo de la historia. Recordemos brevemente que en los primeros años de la era cristiana las enfermedades mentales no eran consideradas dolencias sino una forma de posesión demoníaca que debía ser atendida por un sacerdote. Hasta finales del siglo XVIII las sangrías se habían utilizado para combatir casi todas las formas de locura. Y, no es sino hasta el siglo XX, que empiezan a surgir ideas que cuestionan el concepto “enfermedad mental” y proponen analizar los conceptos de “normalidad” y “locura” desde la complejidad de la sociedad y la cultura. 

A pesar de que se ha avanzado sustancialmente en el estudio, comprensión y difusión de información sobre trastornos mentales y emocionales, todavía queda mucho camino por recorrer para eliminar los prejuicios que impiden que las personas acudan con un especialista. En México, una gran parte de la población todavía considera ir al psicólogo como “algo de locos” y se mantiene como un tabú admitir que se requiere ir o que se está en terapia. ¿La consecuencia? Las personas sólo acuden con un especialista cuando ya se encuentran en una etapa crítica y riesgosa. 

Ante un panorama en el que el nivel de suicidios crece año con año y en el que los jóvenes y adolescentes se han convertido en la población más vulnerable -el suicidio está catalogado como la segunda causa de muerte en el grupo de personas de 15 a 29 años- se vuelve indispensable profundizar los esfuerzos por acercar el tema a la sociedad, resolver las dudas y eliminar tabúes. El propósito es dejar de lado la idea de que ir al psicólogo es algo que se debe hacer para atender una enfermedad mental y pasar a considerarlo como una actividad para procurar el mantenimiento y cuidado del bienestar emocional. Así como se debe acudir al dentista para hacernos limpiezas y no solo al detectar una caries, debemos atender la salud mental preventivamente y no solo al estallar una crisis de ansiedad o depresión. 

Un aspecto preocupante es que ante la notoria necesidad de atención a problemas emocionales se ha dado una proliferación de pseudoespecialistas que, sin formación académica ni ética, llevan a cabo “terapias” individuales o grupales en las que prometen resolver todos tus males de manera rápida y fácil, esto a cambio, claro está, de una suma -ya sea cuantiosa o al menos significativa- de dinero.

 ¿Qué se puede hacer al respecto? En primer lugar es importante que, en caso de querer acudir a alguna terapia, el interesado revise detenidamente los diversos tipos que existen para poder decidir cuál va más de acuerdo con lo que está buscando. Una vez definido el tipo de terapia, se debe revisar la trayectoria del especialista, su formación académica y su área de especialización, para conocer y tomar en cuenta su nivel de profesionalización.

Por otro lado, a nivel gubernamental e institucional, es importante revisar la posibilidad de una regulación o certificación de los especialistas para la atención de la salud mental que permita asegurar que cuentan con la formación académica y ética necesaria para desempeñar un trabajo en el que se atiende algo tan delicado como son los comportamientos, las  emociones y los pensamientos de las personas. 

Para mí, la experiencia de acudir a terapia psicoanalítica no sólo me ayudó a transitar por momentos complicados, sino que me brindó herramientas para poder manejar de mejor manera mis afectos, mis pensamientos, mis actos y mis relaciones conmigo misma y con los otros. 

¿O tú piensas que ir a terapia es cosa de locos?