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  • 30 Apr 2024
  • 10:04
  • SPR Informa 6 min

Mi reino no es de este mundo

Mi reino no es de este mundo

Por Uziel Medina Mejorada

“Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.” Jn. 18:36

La temporada electoral siempre despierta los más diversos ánimos entre la opinión pública, algunos razonados y otros extraídos del fanatismo más exacerbado. Entre las múltiples manifestaciones de ideas y pugnas, el factor religioso siempre termina saliendo a colación. 

Popularmente se dice que, para no pelear, lo más sano es no hablar de fútbol, política y religión, tal vez porque son aspectos de la vida que más apasionan y más contrastan. Charles Spurgeon, conocido como el príncipe de los predicadores entre el ala protestante del cristianismo tenía una opinión distinta sobre estos dos últimos; “solo los tontos creen que política y religión no se discuten. Es por eso que los ladrones siguen el poder y falsos profetas predicando”. 

Se puede pensar que en el debate de estos tres aspectos de la vida hay una fuerte disputa por las hegemonías, de ahí que censurar el debate, aparte de resultar carente de madurez, contribuye a la imposición de estructuras de pensamiento, conduciendo a una sociedad hacia la intolerancia y hasta la opresión. 

El debate de ideas es precisamente una característica de una sociedad de libertades, de ahí que, en el plano electoral, la diversidad de ideas, creencias y visiones se presentan al contraste, logrando distintas afinidades. Mientras más plural sea un sistema político, más podemos acercarnos al ideal de libertad. 

Sin embargo, el debate no resulta tan sencillo como parece, pues no basta solamente con expresar una idea por sí misma, sino que la construcción de conocimiento alrededor de esa idea es lo que la puede diferenciarla de una mera ocurrencia y, con celebridad triste, los debates se han vuelto un carnaval de ocurrencias, por decir lo menos, elegantemente. 

Es precisamente en ese carnaval de ocurrencias que se desenvuelve la elección 2024 en México, haciendo de la manifestación de posturas políticas y religiosas un nauseabundo batidillo carente de contexto, ignorante de las bases del conocimiento, tanto de las humanidades como de la ciencia social que envuelven estos dos aspectos centrales en la vida pública.

Partimos de la realidad misma del país, donde el 86.5% de la población se identifica con alguna de las expresiones del cristianismo, católicos en su mayoría, según el censo 2020 del INEGI. Esto convierte a las denominaciones cristianas en actores relevantes en cuanto a la percepción del entorno sociopolítico. No es de extrañar, entonces, porqué ha sido tan intenso el activismo de organizaciones como la Conferencia del Episcopado Mexicano en torno a la sucesión presidencial en México.

Ahora bien, así como existen manifestaciones apegadas a la institucionalidad, existen también otras manifestaciones completamente fuera de protocolo creando discusiones acaloradas y a veces peligrosas para el orden social. De estas últimas van las presentes líneas. 

Vayamos por algunos ejemplos. Uno de los actores más destacados, no necesariamente para bien, ha sido Eduardo Verastegui, quien desde su activismo católico ha pretendido construir una plataforma política muy alineada a los intereses del trumpismo (paradójicamente presbiteriano), llegando a sugerir incluso que “Dios es conservador”. También desde las entrañas de la derecha se ha dicho que “AMLO quiere destruir a la iglesia católica”, en palabras de la vocera del conservadurismo Beatriz Pagés. En casos más extremos, diferentes pseudo organizaciones de supuesto corte evangélico han intentado incendiar la percepción de las iglesias protestantes difundiendo interpretaciones a modo acerca de la legislación en materia de derechos LGBT+ y aborto, satanizando las acciones de los poderes de la unión y llamando a la movilización electoral a partir del miedo y la desinformación. Del otro lado están los progres redimidos, aquellos que en otro tiempo recitarían que “la religión es el opio del pueblo”, hasta que se toparon con las enseñanzas del Maestro de Nazaret en las mañaneras del Presidente López Obrador. De forma más inocente se han atrevido a asegurar que “Cristo era comunista”.   

Y así, la religión, al menos la cristiana, y la política, han entrado a la licuadora retórica perdiendo totalmente el enfoque en el afán de remover las entrañas de un pueblo que sigue teniéndole más miedo al infierno que fe al Cristo. La postura de los sectores conservadores no es para sorprenderse; continúan aferrados a las añoranzas de aquella injerencia eclesiástica en los asuntos del Estado por la mera ambición de poder. En el otro extremo no están del todo equivocados, pues ciertamente las corrientes socialistas han retomado principios del cristianismo, como el socialismo cristiano y la teología de la liberación, que contrastan con la democracia cristiana. 

Hasta aquí se puede decir que parte del pensamiento cristiano ha influido en algunas ideologías políticas, pero de eso a asegurar que tal o cual es el sello del cristianismo, ya hay un amplio trecho. De hecho, la esencia del pensamiento en torno a las instituciones políticas y la práctica de la religión en el mosaico cultural ha perdido correlación, cayendo en los extremos del fanatismo y la imposición de posturas hegemónicas, como la estigmatización de los pueblos indígenas, que dicho sea de paso ya están mayormente inmersos en la práctica de fe católica, pero a menudo son acusados de practicar la brujería por los voceros recalcitrantes del conservadurismo, como Ferriz de Con, solo por no abandonar sus tradiciones, trayendo así reminiscencias del colonialismo cultural. El fanatismo es tal, que desde el conservadurismo se escandaliza un meme hasta el extremo de instalar una narrativa sobre el culto a la santa muerte dentro del partido en el gobierno, satanizando a un segmento minoritario de la población cuya liturgia escapa del mero espectro religioso y se adentra en el propio dilema existencial del ser para la muerte y la obtención de la igualdad de condiciones en el fin de la vida. 

Las palabras de Jesús frente a Poncio Pilato ofrecen mucha luz al respecto de esta contienda. De hecho, el drama alrededor de la cruz ya nos retrata la confusión sobre el pensamiento cristiano y su uso político. Mientras muchos de los seguidores de Jesús veían en el Maestro a un libertador político, el Mesías estaba más bien enfocado en la trascendencia del espíritu humano, y no es que se desentendiera de la estructura sociopolítica, simplemente enseñaba otra forma de transformar a la sociedad desde sus entrañas. Sí, la propuesta de John Locke acerca de separar el ámbito religioso del ámbito civil y político ya encuentra sus orígenes en la filosofía del Cristo al que muchos feligreses de la confesión religiosa más grande de México dicen seguir.

Ignorar la profundidad de la frase “mi reino no es de este mundo” ha sido el catalizador de atropellos vergonzosos en la historia, como las cruzadas, la inquisición o la guerra cristera. El evangelio de Cristo no es un asunto de corrientes políticas, elecciones o estructuras de poder, más bien, es el reconocimiento de la imagen y semejanza con el Absoluto en la otredad, ergo, la responsabilidad individual de procurar la dignidad del prójimo. 

Entonces ¿Qué pasa con las ingentes expresiones que usan la bandera del cristianismo para encauzar una aspiración política, justificar una posición ante un tema sensible en el debate, o de plano infundir el miedo colectivo? Pues que no han entendido las palabras de Jesús a Pilato. 

Y es que, cuando los fariseos intentaron poner a Jesús frente a un dilema político acerca del pago de tributos a Roma, asunto que pesaba sobre el pueblo y de cuya respuesta podría perpetuarse una opresión o incitarse a la revuelta, el Maestro respondió “denle a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”. En otras palabras, que las estructuras de poder que se han construido no pueden someter al espíritu humano y su encuentro con su origen, son planos que pueden encontrarse, pero no mezclarse. 

Ahora, viene la gran pregunta ¿Cuál debería ser la postura de todas aquellas personas que militan en alguna confesión de fe cristiana respecto a las elecciones? Pues la misma que el Maestro; a la urna lo que es de las urnas. Que cada quién elija en libertad, en congruencia con sus convicciones y principios, alentando el debate. 

Por lo que respecta al fanatismo pululante en las redes sociales, ese fanatismo que usa la bandera del cristianismo para infundir odio y miedo, recodarles las enseñanzas de Santiago Apóstol acerca de la religión pura y verdadera que consiste en ocuparse de los huérfanos y las viudas en sus aflicciones; así como el verdadero ayuno instruido por el Profeta Isaías: desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, liberar a los quebrantados, compartir el pan con el hambriento, vestir al desnudo y albergar al que no tiene hogar.   

Ahora sí, corazones a escrutinio y feliz fiesta democrática